Árboles en nuestra vida

En un olmo de siglos, en Pamplona, el novelista Pío Baroja contaba que se subía a fumar y desde las alturas dejaba volar su imaginación.

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Un concierto de flores y colores nos traen en estos valles los árboles en primavera. Colores sinestésicos porque me evocan el tiempo cíclico de la naturaleza, y también otro tiempo, el de la memoria, el que transcurre por mi sangre; estos dos tiempos tan vitales y diferentes al codificado en los relojes. Recuerdo arabias y su particular aroma en primavera y su fruto áspero y dulzón en la lengua. También los “humildes tamariscos”—como los llama Virgilio—formando un cerco misterioso, con túneles en los que se cobijaba mi imaginación en juegos solitarios, en zumbido de abejas libando sus flores rosadas; cerco de tamariscos como el que rodeaba la casa de Olga Orozco y que evoca en un poema en prosa. 

Si hay un árbol hoy desprestigiado en nuestras ciudades por sus raíces feroces y plagas, es el olmo. Sin embargo este férreo y sacrificado superviviente de climas hostiles hace las veces de pionero en solares en donde la sequía, la arena y el viento no permiten ninguna invasión vegetal. En un olmo de siglos, en Pamplona, el novelista Pío Baroja contaba que se subía a fumar y desde las alturas dejaba volar su imaginación. Un atento lector me acercó el poema “Olmo en flor” de mi admirado Edgar Morisoli que dice: “…Agosto empuja/ sus polvaredas ocres, y el cardo errante pasa/ a morir entre médanos,/ tú, tembloroso, floreces en mi patio,/ en soñolientas plazas de provincia,/ junto a acequias del sur”.

Morisoli ha cantado como pocos al paisaje hostil de la pampa “seca”, pocos como él han desentrañado sus secretos, aquí te dejo un fragmento de otro poema sobre los árboles: “Así digo mis árboles/ y acaso lo que de árbol en mí se perpetúa./ Aguaribay, ribera de torcazas,/ labio mayor del aire y estrellero,/ bajo el lento zureo de sus tardes creció el amor y  fue más claro el canto./ Padre caldén, padre chañar, el monte/ levantó en las  arenas de la tierra más sola su frente maderera…”

Árboles perdidos, casi secos como aquel milagroso olmo viejo del poema de Machado, que talado y podrido por los años y lluvias unas hojitas verdes le han salido.

Árboles en la memoria, tuya, mía, que siguen caminando con nosotros.


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