Espuma en aerosol

En el fútbol argentino existe una curiosidad, desconocida en casi todo el resto del planeta. Se usa un aerosol con espuma al estilo de las fiestas carnestolendas, pero con el fin de “poner a raya” a los jugadores que defienden un tiro libre. La espuma comenzó a utilizarse para marcar la ubicación de la barrera humana que debía resguardar al arquero -víctima propiciatoria del pateador-, porque los jugadores no respetaban la distancia exigida entre la pelota y esa formación. De a pasitos se adelantaban achicando ángulo al pelotazo, de forma antirreglamentaria y ventajera. Buena idea, el aerosol. Queda la marca (que desaparece al rato), y el juez del partido tiene una referencia visual para determinar si la barrera se mantiene en su sitio. Pésima idea, el aerosol. Esa espuma química revela la incapacidad del árbitro para imponer su autoridad, pues el reglamento ya le da herramientas para hacerlo sin usar ese adminículo, que resulta extraño en otros países. El referí puede amonestar o echar al jugador que no guarde la distancia, pero para eso necesita imponerse en la desagradable tarea de sancionar al susodicho y exponerse a las invectivas de medio estadio, que le mentarán la madre con original verbo. El fútbol es un deporte en el que hay reglas claras, en el que hay personas que deben cumplir esas reglas para que no haya iniquidades ni caos, y en el que hay personas cuyo labor es hacer que las reglas se cumplan. El árbitro, al cabo, detenta un poder de policía conferido por un tercero, que es la institución que organiza y regula este deporte a partir del mandato de los clubes o federaciones que la integran. Lo mismo hacen los poderes del Estado con la sociedad, desde el poder conferido por el voto y la legislación que les sirve de soporte. Si el árbitro defecciona, el partido es un lío. Adivine el lector, entonces, qué ocurre cuando el que defecciona es el Estado… Un viejo y entrañable vecino llamó a mi casa y me pidió que saliera un minuto a la calle, en la periferia del casco histórico. Noté de inmediato una luz rara, filtrada desde un tenue sol. Ya otra vez en casa y auricular en mano, me preguntó: ¿Lo viste? ¿Lo sentiste en los ojos? Sí, era humo en suspensión. En San Martín de los Andes existe normativa que regula las quemas de hojarascas y podas. Parece, a tenor de lo visto, que resulta difícil hacerla cumplir. Y ya que estamos: aquí hay normativa que prohíbe el celular mientras se maneja, con severidad de multas, y bastará pararse en una esquina para contar decenas de casos en una tarde. Aquí existe regulación sobre los micros turísticos que levantan pasajeros en la puerta de los hoteles, y bastará una mañana para advertir portentosos doble piso de “Turismo Mengano”, ocupando media cuadra mientras ascienden o descienden los visitantes. Aquí hay legislación sobre la venta de alcohol a menores, y bastará una noche en ciertas barriadas para ver correr litros de cerveza en manos de adolescentes. Aquí hay ordenanzas con horarios para carga y descarga comercial, para lavar aceras y hasta una que dice cómo deben ser los contenedores domiciliarios de residuos. Bastará una recorrida para entender qué es eso de la “letra muerta”. No hay intención de sugerir que en San Martín de los Andes nadie controla. Sería una malintencionada conclusión. Pero en esta ciudad sí hay laxitud en el control de los asuntos más cotidianos y visibles al vecino y, por eso, propicios a dejar impresiones desafortunadas sobre el rol del Estado municipal. Al menos el referí tiene el aerosol.

semana en san martín

fernando bravo rionegro@rionegro.com.ar


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