¿Está cambiando el clima en Washington?

Por Andrés Oppenheimer

Tras una visita de dos días a la capital de Estados Unidos, en la que tuve ocasión de entrevistar a altos funcionarios de los equipos del presidente George W. Bush y el probable candidato demócrata John Kerry, estoy más esperanzado que antes de que este país mejore sus relaciones con el resto del mundo.

Finalmente, Washington está dándose cuenta de que los altos niveles de anti-americanismo en el resto del mundo -un fenómeno que los medios estadounidenses reportaron como una curiosidad marginal durante la guerra de Irak- está teniendo consecuencias negativas para los intereses de Estados Unidos.

Hay una visión cada vez más generalizada en Washington de que, paradójicamente, Estados Unidos tiene hoy en día más poder que nunca, pero menos influencia de la que ha tenido en mucho tiempo. No sólo ex aliados europeos y latinoamericanos están cuestionando las políticas de Estados Unidos, sino que hasta pequeñas islas del Caribe de habla inglesa se han enemistado abiertamente con Estados Unidos.

Existe un consenso cada vez más generalizado de que sin el apoyo de otros países -ya sea para compartir inteligencia sobre el terrorismo, proveer tropas para la pacificación de Irak o promover la democracia en países totalitarios- Estados Unidos tendrá menos seguridad que antes.

Dentro del gobierno de Bush, los moderados están en alza, en gran medida por la necesidad de lograr una resolución de las Naciones Unidas que bendiga el traspaso del poder a un gobierno provisional en Irak el 30 de junio. La campaña de reelección de Bush necesita urgentemente ese voto, porque le permitiría al presidente distanciarse del problema iraquí y presentarlo como un tema de la ONU en los meses antes de las elecciones de noviembre.

El secretario de Estado, Colin Powell, parece haber salido de su escondite, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, parece haber dado un paso atrás. La guerra contra el terrorismo está pasando del frente militar al frente diplomático, donde la negociación es la regla del juego.

Según funcionarios del Departamento de Estado, Powell dedicará las próximas semanas a una campaña de relaciones públicas destinada a convencer a los europeos, árabes y latinoamericanos sobre los méritos del plan de transición a la soberanía de Irak anunciado la semana pasada por Bush.

Este plan no sólo requerirá de un voto de la ONU, sino también la decisión de enviar tropas a Irak por parte de varios países que no apoyaron la guerra en su momento debido a la falta de respaldo de la ONU.

Al iniciar su ofensiva diplomática, Powell dijo el jueves pasado que si la ONU apoya un traspaso del poder, los países que no respaldaron la guerra deberían «revisar sus políticas» sobre Irak.

Igualmente, los ataques de Kerry probablemente obliguen al gobierno de Bush a inclinarse cada vez más al multilateralismo.

El equipo de Kerry, liderado por el ex jefe de la oficina de drogas y terrorismo del Departamento de Estado, Rand Beers, probablemente atacará sin piedad a Bush con el tema de la pérdida de influencia estadounidense en el mundo.

«Podemos torcer brazos, pero demasiadas veces no podemos persuadir», señala Samuel «Sandy» Berger, el ex jefe de Seguridad Nacional del gobierno de Bill Clinton, y actual presidente de un centro de estudios que asesora a Kerry, en la edición mayo/junio de la revista «Foreign Affairs».

Berger argumenta que muchos países siempre odiarán a Estados Unidos porque resienten su superioridad militar, económica y cultural. Aunque los Estados Unidos no tienen por qué disculparse por esto, el «unilateralismo gratuito» de Bush ha empeorado las cosas, antagonizando hasta a los amigos más cercanos de Estados Unidos, dice Berger.

«Necesitamos aunar nuestro poder con nuestra autoridad moral», concluyó Berger. «Sólo esta combinación debilitará a nuestros enemigos e inspirará a nuestros amigos».

A juzgar por lo que escuché en Washington, creo que el próximo mantra de la política exterior estadounidense, no importa quién esté en el poder, será recuperar la influencia de Estados Unidos en el mundo por medio de la persuasión, y no sólo la fuerza. Ya era hora.

Posdata: los presidentes Ricardo Lagos, de Chile, y Vicente Fox, de México, que emitieron los dos votos clave contra Estados Unidos en el debate del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Irak el año pasado merecen un aplauso por haber sufragado a favor de la condena a las violaciones de derechos humanos en Cuba en la ONU la semana pasada.

Por el contrario, los presidentes de Brasil, Argentina y Paraguay deberían estar avergonzados por sus votos de abstención en la condena a una dictadura que según Amnistía Internacional tiene la mayor cantidad de prisioneros políticos en el hemisferio, ha ejecutado a tres personas por tratar de escaparse de la isla el año pasado y acaba de restringir el uso de Internet para los cubanos. ¿Será que para estos presidentes los derechos humanos del pueblo cubano no cuentan?


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