¿Está el Ejército de EE.UU. en bancarrota?

Jim Conway quiere irse de Irak. Esto no tiene nada de extraordinario; hay muchos con ganas de abandonar ese país. Lo especial en este caso es que el general James T. Conway es el responsable de los marines de Estados Unidos.

«Sería una calamidad estratégica atacar a Irán en estos momentos», dice el jefe del Pentágono.

Conway anunció en estos días que ha pedido que lo autoricen a sacar a los 25.000 marines que tiene en Irak para llevarlos a Afganistán. Su argumento es que la misión en Afganistán resulta «más congruente con nuestras fortalezas y capacidades» y que es bueno que haya una clara división de tareas: el Ejército en Irak y los marines, en Afganistán.

Más allá de consideraciones de estrategia militar, esta propuesta es en realidad una de las muchas manifestaciones concretas de un fenómeno más profundo e importante: el inmenso efecto negativo que ha tenido sobre la capacidad militar de Estados Unidos el tener que librar simultáneamente dos guerras para las que no se había preparado y que llevan camino de durar más de lo que duró la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, el país con el mayor gasto militar del mundo observa incrédulo cómo sus Fuerzas Armadas muestran síntomas de un profundo desgaste y grandes limitaciones para responder a los retos que se les presentan. Un recién creado -pero muy respetado- think tank de Washington, el Centro para la Nueva Seguridad Americana (CNAS son sus siglas en inglés; www.cnas.org) produjo hace poco un informe con conclusiones muy impactantes. Su mensaje central es que «el Ejército no cuenta con una reserva estratégica para defender los intereses de Estados Unidos en caso de nuevas contingencias militares».

Para llegar a esta conclusión, el informe reseña varios indicadores que en su conjunto ofrecen una panorámica sorprendente. Señala, por ejemplo, que los soldados y oficiales estadounidenses se ven regularmente forzados a pasar mucho más tiempo que lo usual en misiones fuera de su país, lejos de sus bases y de sus familias. Esto ha reducido el tiempo disponible para su entrenamiento, ha afectado la moral y ha contribuido al aumento de los divorcios e incidentes de violencia doméstica en las familias militares. Y no son sólo los soldados los que sufren este desgaste. También su equipamiento se ha deteriorado mucho: «Casi la mitad de los equipos del Ejército están en Irak o Afganistán. Debido a las inclemencias del clima y a la intensa utilización que de ellos se hace, estos equipos se deterioran a una velocidad nueve veces mayor de la normal», asegura el CNAS. Y añade que, mientras dure la guerra en Irak y al menos durante tres años después de que termine, el Ejército necesitará más de 12.000 millones de dólares anuales sólo para reponer equipamientos y recuperar su capacidad operativa.

En vista de la situación, no es de sorprender que al Ejército estadounidense se le esté haciendo más difícil reclutar nuevos soldados. Para lograr sus metas de reclutamiento se ha visto forzado a reducir muchas de sus exigencias tradicionales. Por ejemplo, el porcentaje de nuevos soldados con educación secundaria ha disminuido. El Pentágono también aumentó la edad máxima de reclutamiento de 35 a 42 años, redujo el tiempo mínimo de servicio requerido a tan sólo dos años y ofrece un pago de 5.000 dólares y múltiples beneficios educativos y sociales a los nuevos reclutas.

Y el problema no reside sólo en los soldados. El Ejército también sufre un déficit de oficiales; en parte, porque no logra retenerlos. El 54% de los graduados de la Academia Militar de West Point en el 2000 ya se ha dado de baja. Entre otras consecuencias, esto implica que el Ejército sólo cuenta con el 83% de los comandantes que requiere, por lo que se ha visto forzado a acelerar la promoción de oficiales de menor rango que son más jóvenes y tienen menos experiencia y formación que lo deseable.

Todo esto no quiere decir, sin embargo, que la superpotencia esté militarmente postrada. A pesar de estas deficiencias, Estados Unidos sigue teniendo un poderío militar que supera de lejos al de todos los demás países. Pero tal como reconoció el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor conjunto, «¿Están nuestras fuerzas terrestres en bancarrota? Claro que no. ¿Pueden llegar a estarlo? Sí».

Ésta es quizá una de las muchas razones que tiene Robert Gates, secretario de Defensa de Estados Unidos, para contestar a quienes le preguntan si su país irá a la guerra contra Irán: «Sería una calamidad estratégica atacar a Irán en estos momentos».

¿Y qué pasó con el general Conway y su solicitud de sacar a los marines de Irak? Pues que Gates le dijo que no.

 

MOISÉS NAÍM

El País Internacional

(*) Analista. Director de la edición norteamericana de «Foreign Policy», revista de política global y economía que se publica en Washington


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios