Este año volverán los «golondrinas» de Tucumán

Aquí ganan más que los estatales de su provincia.

NEUQUEN .- Son casi ocho mil atraídos por el trabajo seguro en la cosecha, pero cada año que pasa vienen menos al Valle. Están hermanados con los mexicanos que cruzan el río Bravo e ingresan en los Estados Unidos porque las condiciones de empleo son mejores, la paga es más alta y, sobre todo, porque hay trabajo. Algunos se radican en el Valle, pero la mayoría retorna a su Tucumán natal, porque vienen de allí. Otros son de Bolivia o de Paraguay y muy pocos, cada vez menos, de Chile.

El golondrina medio es un trabajador varón de no más de 36 años, que puede cumplir diversas labores en una cosecha.

En un mes de trabajo en temporada obtienen entre 750 y 800 pesos, una cifra que casi triplica la que cobran los empleados estatales de Tucumán que, además, reciben parte con bonos. Si son astutos o ahorrativos, no gastan más que en la comida y algunos llamados telefónicos a la familia. La mayoría tiene pareja, entre dos y cuatro hijos, y siempre vuelven porque ahora viajan solos.

El Valle les ofrece trabajo justo cuando ellos quedan desocupados. Estuvieron en la zafra azucarera o con los cítricos entre mayo y octubre. En esta zona de la Patagonia norte la oferta laboral para ellos quedó focalizada en dos sectores: el Valle Medio de Río Negro y la zona de San Patricio del Chañar, «que tienen otra dinámica, asociada con incorporación de tecnología», dice Martha Radonich, coautora del libro «De golondrinas y otros migrantes», un cuaderno del Grupo de Estudios Sociales Agrarios -GESA- de la Universidad Nacional del Comahue, editado por La Colmena.

La producción frutícola desde que los ingleses cerraron el circuito iniciado con el tendido de la línea férrea hasta Zapala en 1913 siempre requirió mano de obra temporaria. La residente en el valle nunca fue suficiente y en las primeras décadas del siglo -hasta 1940- provino en su mayoría de Chile. Los golondrinas de entonces venían con su familia y se asentaban en torno de las grandes explota- ciones, como contribución preponderante a la agroindustria en ciernes.

Las exportaciones de fruta condicionaban las exigencias de mano de obra, con una dinámica propia de la Patagonia norte. «En su mayoría, dice Radonich, eran chilenos con experiencia en la agricultura».

La primera etapa se caracterizó por la creciente demanda de trabajo. Venían familias completas que en algunos casos «cruzaban la cordillera por esos pasos que tienen ellos, no había caminos, venían a pata», según el testimonio de una trabajadora citado en el libro.

Esta población ingresaba con el marco de una legislación muy permisiva y con controles laxos, «bien aprovechada por chacareros y trabajadores» cuando había una creciente exigencia de mano de obra.

Este segmento de temporarios no tenía relación contractual formal con el empleador y trabajaba de sol a sol, sin descanso semanal ni anual y ninguna cobertura social. Las regulaciones laborales comenzaron en 1944 con la sanción del estatuto del peón y luego en 1947 con la ley 12.789 que legislaba la actividad de los «conchabadores», que contrataban peones.

Entre 1960 y 1980, durante la consolidación del modelo agroindustrial del Valle, el golondrina -aún mayoritariamente chileno- halló opciones laborales fuera de temporada que le permitieron radicarse en forma definitiva.

El punto de inflexión, señala Radonich, «fue el conflicto por el canal de Beagle» en 1979, que cerró definitivamente la frontera chileno-argentina.

Coincidió con el inicio de la temporada, y «tuvieron que intervenir el Estado y las empresas, porque la cosecha debía ser levantada». Por primera vez se buscó mano de obra tucumana, cuando también gobernaba Domingo Bussi.

«Cuando llegaron, duplicaron su salario, sacaban entre dos y tres veces más que en la zafra azucarera, que recién había terminado». La demanda laboral de la producción de cítricos «coincide con el azúcar, entonces el resto del año están desocupados o subocupados y tienen que salir a buscar trabajo».

De esta manera, concluye, «establecen otro circuito que incluye Buenos Aires, Mar del Plata, pero siempre vuelven a Tucumán, donde están arraigados», explica.

Después del proceso hiperinflacionario de los ochenta y, especialmente desde la vigencia de la convertibilidad, se generó un proceso de incorporación de tecnología que derivó en una nueva organización empresarial y del trabajo en el Valle. El mercado -interno y externo- «quedó constituido por consumidores más exigentes en cuanto a calidad», afirma Radonich.

Esos condicionamientos de la demanda modificaron las necesidades laborales: «se reduce la proporción de trabajadores permanentes, pero los que quedan en el mercado laboral son más calificados», subraya Radonich. En paralelo, aumenta la demanda de trabajadores polivalentes, transitorios y con menores ingresos.

Las condiciones de vida y trabajo

NEUQUEN .- En el verano pasado, especialmente durante enero, ingresaron trabajadores temporarios desde Tucumán. Las denuncias sobre precarias condiciones de alojamiento y las condiciones de trabajo desbordaron las inspecciones de la cartera laboral rionegrina.

Ese mes ingresaron más de dos mil trabajadores golondrinas en transportes contratados a tal efecto. Provenían de ciudades del noroeste argentino.

En Cinco Saltos se detectó un grupo que cocinaba a la intemperie y una familia que vivía en una casa totalmente deteriorada, sin baño, con letrina y con un techo precario.

Aunque la primera vez, cuando el conflicto del Beagle «vinieron en camiones, en muy malas condiciones, y los empleadores elegían a quiénes contrataban», en la actualidad no existen «los enganchadores», afirma Martha Radonich. Viven en gamelas o galpones, y en las temporadas más recientes, pese a las denuncias, hubo mejoras en las condiciones de trabajo.


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