Evitar el cinismo

 

Se respiraba raro. Se sentía raro. Era como una cuerda al tensarse golpe por golpe, con ese ruido seco que anticipa el corte inevitable.

De un lado estaban los docentes, que defendían el paro. A rajatabla. Del otro, una treintena de padres molestos por la huelga prolongada e incierta, agobiados por los chicos mirando el guardapolvo, colgado y mudo en casa.

Ocurrió en un comedor de una escuela de San Martín de los Andes, días antes del infierno de Arroyito. Los maestros la pasaron mal. Había bronca y una sensación de que allí cobraba cuerpo una triste pelea entre pobres…

Como pocos, el último y presente paro de ATEN provocó hastío entre la mayoría de aquellos que son ajenos a las aulas. Cuando el gremio salió a plantear un salario equivalente a una canasta de 2.800 pesos aunque luego aclaró que era una aspiración hacia la que debían encaminarse, provocó que muchos padres y madres reaccionaran con recelo.

Muchos de esos laburantes, que no pueden mandar sus hijos a la escuela, ganan bastante menos de lo que percibe el cargo testigo de primaria.

Con los docentes ya en las rutas, la maroma de la bronca giró hacia el lado de los empresarios. Fueron a la justicia para evitar los cortes (esa movida, con los hechos puestos, le costaría la cabeza al secretario de Turismo municipal).

En fin. Estos apuntes tienen por único objeto prevenir el cinismo. Ese cinismo aborrecible de los ubicuos. Ese que definió Wilde, cuando dijo que un cínico es aquel que sabe el precio de todas las cosas pero no conoce el valor de ninguna.

Entonces, no seamos cínicos. Buena parte de los ciudadanos de esta provincia querían a los maestros en las aulas y ansiaban que se liberaran las rutas, y lo proclamaban como un derecho constitucional.

Y buena parte de los que fueron a las rutas sabían que la paliza era una posibilidad cercana esta vez. Como ocurrió hace 10 años.

Lo que nadie podía saber salvo aquellos que hacían urdiembres desde el secreto del poder, es que la perversidad y la sinrazón pudieran alcanzar extremo que alcanzaron.

El policía que acribilló con una granada de gas al profesor Carlos Fuentealba, quizá era desde hace mucho un violento apañado, con licencia y uniforme. O quizá es un idiota furibundo y útil, fuerza de choque mal entrenada y peor paga, dada al desborde.

Pero lo que no admite «quizá» alguno es la responsabilidad de sus jefes y la que toca a las alturas del gobierno.

 

Cromañón

 

Si echaron a Aníbal Ibarra por el mortal descuido del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que hizo con las inspecciones de seguridad en Cromañón lo que habían hecho sus antecesores con tantos otros «cromañones», es decir, nada; cuánto más adeuda el gobierno neuquino, que dio la orden activa y consciente de desalojar la ruta. Y la Policía no fue sólo con palos y escudos. Fue con esos pertrechos habituales, que una vez más demuestran que pueden matar aunque no haya balas de plomo de por medio. Pudo haber un violento excedido y criminal, como admite el gobernador, pero ese exceso no es pura casualidad.

Allí hay toda una cadena de mandos que debe bastante más que explicaciones. No puede el hilo cortarse sólo por lo más delgado. Sería indigno, mísero, mendaz.

Como lo fue Teresa Rodríguez, hay otro mártir convertido en bandera de lucha. Y hay otra familia truncada, para la que jamás alcanzarán las excusas.

Con su funesta y malhadada acción, por decir lo menos, el gobierno logrará lo que los docentes no habían podido en esta oportunidad: que crezca el apoyo de la sociedad neuquina a sus demandas.


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