Experiencia de una donante viva de riñón:

En el Incucai la lista de gente que espera la donación de un órgano es cada día más extensa. El riñón, pionero en trasplantes, es el que tiene más inscriptos. En esta nota, las vivencias de una dadora viva.

«Lo volvería a repetir mil veces, porque fue todo beneficioso», destacó María Cecilia Rodríguez, una de las pocas personas en la Argentina que donó un riñón a un pariente no relacionado por sangre, su marido.

No obstante, pasaron por una larga y dolorosa situación antes de abrirse la posibilidad de que ella donara un riñón a su pareja. «¿Qué yo fuera donante? A nadie se le había ocurrido, ni a nosotros ni a los médicos. A mí jamás me propusieron la posibilidad de que yo me haga un estudio para ver si podía ser donante», acotó.

Y así definió el momento que atravesaron: «Vivimos una situación espantosa. Pablo estaba muy delgado, muy amarillo y deteriorado por su insuficiencia renal. El tratamiento de diálisis al que estaba sometido era terrible, y su vida estaba totalmente trastornada», expresó al recordar el momento en que su marido comenzó a necesitar urgente un transplante de riñón.

«Se levantaba, diálisis: luego comía, otra diálisis; luego la tarde, la noche, era una pesadilla, de la cual no se podía salir».

¿La compatibilidad? En relación a esta premisa la primer candidata para la donación «fue la madre», dijo Cecilia, tras relatar los pormenores familiares que rodearon la situación que se había abierto, hace poco más de dos años, en relación al trasplante como solución vital para este hombre que tenía en ese momento 42 años y un hijo de 5.

Pero la madre, «que estaba desesperada por donar, y se encontraba en perfectas condiciones, a último momento tuvo presión alta y quedó descartada», reseñó.

Cecilia contó que inmediatamente surgió la posibilidad de que alguna de sus tres hermanas sea la donante, por ser personas relacionadas directas, teniendo en cuenta la necesidad de compatibilidad.

«Las hermanas lo empezaron a pensar y les pareció un poco inmanejable. Todas tienen familia, hijos. Ellas estaban muy indefinidas y entonces empezó a crearse una situación de tensión que no sabíamos en qué iba a terminar», comenzó.

A todo esto, «ya se había anotado en el Incucai». «Fue uno de esos días más tétricos de su vida y de la mía que lo acompañaba, porque es como entrar en un túnel de incertidumbre negativa, de angustia. Cuando se entra en el Incucai no se sabe si el órgano va a salir ahora o dentro de 10 años, no se sabe si va a ser un riñón que lo va a rechazar o no».

Empezó la espera del Incucai, en medio de la desilusión de la madre y la indefinición de las hermanas. Y en ella nadie había pensado: «Eso está como descartado en la práctica argentina, en nuestra cultura. Jamás me dijeron una palabra; era algo que directamente no entraba en el pensamiento de nadie. Lo que aparecía como lógico era un pariente relacionado de sangre».

«De pronto un amigo viajó a Miami -continuó- y descubrió que hay un hospital allí que tenía una lista de gente que necesitaba trasplante de órganos, donde había un listado para extranjeros como de hasta un 30 por ciento de posibilidades de recibir una donación, y que en ese caso esa recepción se producía en un año».

Partieron para Miami con la idea de anotarse, esperar el órgano, operarse y volver. «Llegamos a ese hospital y ahí se produce mi incorporación al tema, porque aparece un norteamericano que pregunta por qué no hacía yo la prueba. Ninguno de los dos creíamos que esa podía ser la solución. Pablo se rió como diciendo «sigamos, con lo que estábamos».

No obstante, les sacaron sangre. «A los cinco días me llamó una mujer y me dijo que yo había resultado compatible con Pablo», dijo Cecila. «Lo confirmamos, y nos volvimos para operarnos acá: llegamos en marzo del año pasado con la idea de operarnos lo más rápido posible, pero por distintas dificultades pasaron la operación para mayo».

«Ahí empezó un proceso de angustia muy fuerte para él. Tenía pesadilla, insomnio. En ese momento yo estaba tranquila, o sea cero reflexión sobre el tema. Los médicos me habían dicho que yo con un solo riñón podía funcionar perfectamente; yo tomé eso y me quedé tranquila», expresó.

Cecilia se definió por entonces como «encantada de la vida, porque había llegado al fin del problema», y recordó el quirófano, el dolor de la operación y el modo en que impactó en ella toda esta situación.

«A veces me imaginaba que mi hijo, podía tener un problema renal y que sus padres tenían un solo riñón; ahí me agarraba una especie de resentimiento, pero también pensaba que a mí me podía pasar lo mismo que a la madre de él; y la otra cosa que me pasó es que en determinado momento empecé a sentir que tenía otra edad, que era más grande, que la vida era más corta».

Con respecto a cómo repercutió esta situación en el vínculo de la pareja, expresó que «él tomó una actitud de no solemnizar, de no ponerse «vos, que me salvaste la vida», aunque sí hay agradecimientos, porque sé que él tiene muy claro que esto le salvó la vida; fue el paso de tener un panorama negro a tener su vida solucionada».

-¿Repetirías esta experiencia?

-Sí, mil veces. Fue todo absolutamente beneficioso.

Resultados buenísimos

Mientras crece la lista de espera del Incucai para recibir un riñón, el número de donantes está por debajo de los niveles estipulados, e incluso el 2002 «ha sido de los años más bajos» en recepción de órganos donados, destacó la nefróloga y médica principal en trasplante renal del hospital Garrahan, Amalia Turconi.

«Deberíamos estar llegando a 11 o 12 donantes posibles cadavéricos por millón de habitantes y no estamos ni en 5 o 6; en los últimos cuatro años, hasta el 2001 habíamos tenido una intensidad de llamados del Incucai muy importantes; en el 2002 fueron realmente pocos», advirtió la especialista.

«La lista es larga, añadió, y crece continuamente. Se depura porque se van muriendo los adultos, por complicaciones; los chicos tienen más sobrevida».

-¿Qué pasaba antes, cuando no existían el trasplante de riñón?

– Se morían. Yo empecé haciendo pediatría en los «70 y se morían. Se decía: se le juntó la orina con la sangre y entonces se murió.

En relación a los logros del transplante, Turconi precisó que un riñón que se implanta, que funciona bien, que no sufra rechazo, «le da al sujeto prácticamente un ciento por ciento de funcionamiento normal, mientras que la diálisis un diez por ciento».

Expresó asimismo que el porcentaje de sobrevida de riñones injertados, que funcionan bien, tomado a los cinco años postransplante, «está alrededor del 85%», según las estadísticas internacionales. «También es posible el retransplante, más en chicos que en adultos. Un niño transplantado en los primeros tres años de vida necesita sin duda un segundo transplante, en algún momento», concluyó.


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