Externalización

Por Aleardo F. Laría

Uno de los fenómenos más intrigantes de la globalización es el denominado proceso de externalización de actividades empresariales. Hasta ahora habíamos asistido al efecto conocido como deslocalización, que se produce cuando una instalación fabril o un servicio se traslada a otra localidad del mismo país en la búsqueda de mejores condiciones de competitividad (suelo más barato, menos impuestos, etc.). En la externalización, parte de los procesos productivos o los servicios de una entidad multinacional se van instalando en diferentes países.

Las empresas transnacionales, cuando deciden ubicar una planta o un servicio en otro país, atienden a los menores costos de la mano de obra, pero también a su eficiencia productiva. Influyen también los costos de transportar el producto y el nivel de las barreras aduaneras. La globalización, en tanto que favoreció una progresiva reducción de los costos de transporte y redujo el nivel de las barreras aduaneras, estimuló la desintegración de los procesos productivos y la relocalización o externalización en diferentes países.

Las actividades productivas de menor calificación, o con mayor intensidad de mano de obra, tienden a localizarse en los países menos desarrollados. Se supone que los desarrollados que pierden esas actividades se especializan en producciones de mayor calificación, con lo que consiguen aumentar su productividad. También bajan los precios y aumentan las ventas y las inversiones. Para algunos expertos, la externalización permite también utilizar la «mano de obra a distancia», es decir sin tener que importarla, mediante la admisión de los problemáticos flujos migratorios.

Los Estados más pobres, que reciben la nueva inversión extranjera, consiguen algunas ventajas puesto que aumentan los niveles de empleo y por lo tanto la renta de sus ciudadanos. Pero en los países desarrollados, los trabajadores que pierden su empleo como consecuencia del traslado de la producción a otro país, son perdedores netos. Esto está generando un curioso fenómeno en Europa, donde los sindicatos franceses y alemanes aceptan reducciones de salarios y/o aumento de la jornada sin contraprestación salarial, a cambio de garantizar los empleos por un período relativamente largo (generalmente una década). Hay quienes hablan de un proceso de americanización de las relaciones laborales, en un modelo de capitalismo que predicaba tener un rostro humano.

El caso más curioso se produce cuando son los propios gobiernos los que animan a trasladar al extranjero parte de la producción. Es, por ejemplo, el caso del sector textil en España, con motivo del fin del Acuerdo General sobre Textiles y Vestido que concluye el 31 de diciembre y que liberaliza totalmente el comercio y quita las cuotas que limitaban las importaciones. Se estima que cientos de miles de puestos de trabajo serán eliminados en los países desarrollados cuando entren los productos más baratos fabricados por China, que en los próximos años retendrá el 50% de las exportaciones textiles del mundo. Por este motivo, el gobierno español ha puesto en marcha un proceso para acelerar la externalización de las empresas textiles españolas multinacionales (Zara, Mango, etc.) con el objetivo de fomentar internamente las actividades de mayor productividad y valor añadido y deslocalizar las fases de producción más intensivas en trabajo.

Por lo tanto, estamos ante un fenómeno que afectará profundamente las relaciones laborales en los países desarrollados, aunque es difícil medir todavía la incidencia que puede tener. Y es que no se trata únicamente de la externalización de actividades de baja o poca cualificación. Los países receptores de estas inversiones están haciendo grandes esfuerzos en educación para conseguir ofrecer un nivel relativamente alto de cualificación profesional y disciplina organizacional. De modo que las empresas pueden optar por desplazar partes importantes de sus procesos productivos, una situación nueva que no tiene precedentes históricos.

La novedosa situación no sólo afecta a los países más desarrollados. También los de desarrollo intermedio, como la Argentina, pueden experimentar sacudidas importantes en el empleo cuando, por ejemplo, se introduzcan los textiles y el calzado chino, y un sinfín de producciones de baja inversión tecnológica, que suelen ser habitualmente las generadoras de empleo en las pequeñas y medianas empresas. La globalización se puede convertir en un potro desbocado, si estas cuestiones no se estudian y regulan buscando una mayor coordinación entre las políticas económicas de los países. No existe otra alternativa más que recuperar el multilateralismo y las políticas de solidaridad internacional si no queremos presenciar un maremoto económico.


Uno de los fenómenos más intrigantes de la globalización es el denominado proceso de externalización de actividades empresariales. Hasta ahora habíamos asistido al efecto conocido como deslocalización, que se produce cuando una instalación fabril o un servicio se traslada a otra localidad del mismo país en la búsqueda de mejores condiciones de competitividad (suelo más barato, menos impuestos, etc.). En la externalización, parte de los procesos productivos o los servicios de una entidad multinacional se van instalando en diferentes países.

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