Fantasmas y aromas de hoteles reales y de película
Habíamos sentido cómo bajo los pies crujían las maderas. La nariz era confundida por los múltiples aromas que se debaten en los pasillos: cuero, alfombras artesanales, perfumes franceses, pieles, suculentos trozos de carnes, jabón, efluvios de cuerpos recién salidos del spa, naturaleza viva. Paisaje imposible pero cierto detrás de las ventanas.
Un amigo nos contó -casualmente es un crítico de música en un diario de Buenos Aires- que cuando chico, él y su familia venían de paseo al Llao Llao en una época en que el hotel estaba abandonado. Eran conocidos o familiares de alguien que cuidaba el lugar. Diego y sus hermanos se lanzaban por las escaleras y jugaban a la mancha sobre los pisos crujientes. Eran personajes sin terror de un argumento que podría haber inspirado a Stanley Kubrick en su magistral «El Resplandor». En aquel filme, Jack Nicholson se volvía loco, acosado por los fantasmas de un lujoso y solitario hotel.
Diego no nos aclaró si vio apariciones. Si las paredes le hablaron como parecen hacerlo con todas las almas sensibles que entran a este escenario. «Es ahí, un lugar increíble», indica con el dedo un colega que, como nosotros, nunca ha cenado en el extenso salón ubicado frente a la sala de los conciertos. El sitio posee una mística entre afectuosa y fantasmal. Otra cita literaria nos viene a la mente: «Una vuelta de tuerca», de Henry James. Dos chicos, dos fantasmas.
Cada hotel remite al siguiente. Un Hilton a un Sheraton. Un petit hotel francés a un petit hotel de Avenida de Mayo. El Llao Llao remite a hoteles que no existen o están tan imbuidos de historia que parecen un cuento más de la fantasía colectiva: el de «El Resplandor» y el «Chelsea Hotel» de Nueva York son ejemplos de estas posibilidades.
El restaurante era como lo soñábamos de cuando perdíamos el tiempo mirando crecer el pasto en primavera. La chimenea propagaba un delicado aroma a leña pero sin fuego. Un niño interior reclamaba enormes llamas como las de «El ciudadano Kane». Es igual, el fuego lo llevamos dentro. (C.A.)
El futuro del tango
Como buen tanguero, el pianista Atilio Stampone se deja mecer por la nostalgia. «Lo que falta en Argentina -dice- es aquella época del gran consumo cultural de la época del «40. Los tiempos de Mariano Mores, Discépolo o Cátulo Castillo, que tenían una presencia fenomenal. Estaban siempre difundiéndolos por las radios y también grababan muchos discos».
La referencia viene a cuento de la perspectiva de Stampone según la cual el tango no sobrevivirá si no tiene renovación. El compañero de Astor Piazzolla en el legendario «Octeto Buenos Aires» nota que existe una camada de músicos jóvenes que nutren al género de gran energía, en especial entre los instrumentistas y cantantes.
Se entusiasma a la hora de hablar de los nuevos valores. «¡Y mujeres! -salta. Hay varias mujeres que están tocando el bandoneón y el contrabajo, y hacen un excelente tango.
Eso me alegra mucho porque se trata de gente muy joven. Como el que toca el violín en mi Quinteto, Matías Grandi. Tiene 22 años y toca el violín de manera soprendente».
Atilio Stampone se presentaba anoche en el marco de la Semana Musical Llao-Llao. (AB)
Cruce de maestros en el Día de la Música
Aunque lo diga el maestro de maestros Antonio De Raco, la afirmación no deja de sorprender: «es probable que en el futuro los jóvenes músicos de Europa vengan a estudiar y perfeccionarse en Argentina» afirma De Raco, y no habla en broma.
Ocurre que el maestro moldeó a Horacio Lavandera, el pianista argentino de 16 años que en octubre deslumbró al mundo al triunfar en el concurso internacional de piano que se hizo en el Teatro La Scala, de Milán.
«¿Se imagina cuando los europeos se ponen a analizar el caso de Lavandera? ¿Cómo este chico de 16 años ganó el concurso más importante de Italia, qué lo hizo ganar?, se preguntan», dice De Raco, y a la distancia les responde: «ello se debe a una manera de enseñanza. Hay que desarrollar las herramientas necesarias para traducir el espíritu de las notas que están en el papel. Esa es la esencia musical, que no debe estar nunca desplazada. Los pianistas que tocan rápido, que hacen el Vals del Minuto en 45 segundos, no son nada más que «bajateclas». Porque se han olvidado y han matado lo que tenía la obra. Por eso Lavandera ganó el concurso».
De Raco comenta que Lavandera, que se presentará mañana por la noche en el Llao Llao, «es un joven que vino a mí cuando tenía 12 años. No tenía ninguna instrucción pianística valiosa y se daba cuenta de que no avanzaba. Un día descubrió en una revista una entrevista que me habían hecho y le dijo al padre: «este es el maestro que yo quiero». Trabajamos con él durante cuatro años, tres mañanas por semana, y así su inteligencia, su tenacidad, y su perspicacia para captar todo lo que yo le decía, lo llevó a ser lo que es ahora. Toca el piano como si fuera fácil».
Pero la confianza del maestro De Raco en los jóvenes argentinos no se acaba con Lavandera. Confió a «Río Negro» que cuenta en sus clases con tres chicos, de entre 11 y 12 años, que «tienen un gran futuro».
Ellos son Nahuel Clerici, Iván Rutkauscas y Adriel Gómez Manzur. Y recomienda especialmente a este último, que en diciembre se presentará con la Orquesta Mayo en un concierto de Mozart «realmente muy importante».
De Raco no se cansa de elogiar a Lavandera. «Este chico es un pianista fuera de lo común, aunque sea tan joven. Mañana (por hoy) lo van a ver, es algo fenomenal. Lo que hizo en Milán fue tan excepcional que la Orquesta de La Scala le dio un premio aparte del concurso. Y el año que viene va a tocar con la Sinfónica de Santa Cecilia de Roma» dice.
En todo momento el maestro se manifestó extasiado por su experiencia en la Semana Musical Llao Llao, que en la noche del martes le brindó un homenaje estremecedor.
«Me pareció fantástico todo. Tengo la sensación de que este ciclo del Llao Llao es muy importante, tan importante como si se hubiera hecho en el Colón. Ojalá esto pueda continuar todos los años», afirmó.
También ponderó al numeroso público que en su concierto se mostró «totalmente receptivo de lo que sucedía allí», asegurando que «se podía oir el silencio». (AB)
Habíamos sentido cómo bajo los pies crujían las maderas. La nariz era confundida por los múltiples aromas que se debaten en los pasillos: cuero, alfombras artesanales, perfumes franceses, pieles, suculentos trozos de carnes, jabón, efluvios de cuerpos recién salidos del spa, naturaleza viva. Paisaje imposible pero cierto detrás de las ventanas.
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