Filosofías

Por Jorge Gadano

Primum vivere, deinde philosophare”, dice un proverbio latino. Tal vez sin proponérselo, Raúl González Tuñón lo adaptó a los ruines tiempos de la “Década Infame” cuando escribió “y no se inmute amigo/la vida es dura/con la filosofía poco se goza/si quiere ver la vida color de rosa/eche veinte centavos en la ranura”. El poeta aludía a unas máquinas que a cambio de una moneda ofrecían un espectáculo visual que pretendía ser bello. En aquellos años no había televisión.

Como la poesía, la filosofía aporta al goce intelectual, estético, de quienes la cultivan. Pero no sirve, no servía, para ganar dinero, porque la dedicación al pensamiento es algo mal visto en esta época. Aunque el país haya tenido un presidente que leyó a Sócrates, el imperio de la carencia en que se ha convertido la Argentina -gracias, en mucho, a ese mismo presidente- hace que millones de compatriotas tengan su mente ocupada con un canasto de comida. De modo que quien predica la necesidad de hablar menos y hacer más tiene buenas probabilidades de convertirse en un político exitoso.

La consigna “obras no palabras” abre, por lo tanto, perspectivas de una carrera triunfal al político que la despliega cuando advierte que, por el mal uso, las palabras se han desgastado.

El fenómeno no es de ahora. Los monarcas absolutistas no necesitaban de campañas electorales porque sus mandatos eran de origen divino. Pero desde que la democracia vino al mundo trajo consigo las elecciones y, con ellas, las promesas incumplidas.

De modo que el mensaje pragmático que cabalga sobre el vaciamiento del lenguaje no es nuevo, particularmente en un país como la Argentina donde, por haber sido gobernado por el peronismo, queda muy poco por inventar.

Ya en su campaña del 45, y para enfrentar a los partidos tradicionales de entonces, Juan Perón lanzaba a los descreídos argentinos de la época una consigna diseñada como para que a él sí le creyeran: “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”. Demás está decir que le creyeron.

Desde aquella condena a las palabras se restableció el valor de las palabras porque, como lo decía otro eslogan, “Perón cumple”.Siendo así, podía hablar y ser creíble. Como se sabe, habló hasta por los codos durante décadas.

Hoy, después de que gobiernos militares y civiles produjeron una escalada de promesas incumplidas, se ha llegado a un punto en que no hay palabras convincentes ni recursos para ofrecer obras. Tampoco hay magos de la comunicación que, nativos o importados de los Estados Unidos, puedan hacer creer a la gente que todo va bien.

Sin embargo, y aunque parezca mentira, llegó el momento de gozar con la filosofía. Un filósofo de la universidad del Salvador, Raúl Motta, dijo al diario La Nación -que dedicó al asunto una extensa nota- que “la gente empezó a darse cuenta de que el camino más corto para actuar bien consiste en pensar bien”. Uno no puede menos que preguntarse si el senador Cantarero habrá iniciado estudios aristotélicos. Por ejemplo, con la lectura de la “Etica a Nicómaco”.

De lo que se trata, en realidad, no es de que en las cada vez más numerosas villas de emergencia que pueblan el país se hayan iniciado talleres de filosofía. En esos lugares, como siempre y mucho más que siempre, poco se goza.

“La gente” a la que se refiere Motta son empresas interesadas en contratar licenciados en filosofía para cargos de dirección o de planeamiento estratégico.

Un filósofo, Víctor Massuh, dijo que la opción filosófica representa “el deseo de escapar a tanta especialización y fragmentación del conocimiento”, para ir a la búsqueda “de una mirada totalizadora y amplia”.

El entusiasmo ha llegado a tal punto que en El Salvador se ofrece capacitación filosófica a empresas de turismo donde -dice la crónica- “reflexionan sobre la ciudad y su cultura”. La ciudad a que se alude es, seguramente, Buenos Aires, mucho más propicia para la reflexión filosófica que las de nuestra región. Pero no hay que desesperar, porque en una y otra provincia están surgiendo dirigentes que, sin bien no alcanzaron todavía las cumbres del pensamiento, están en eso.

Junto a Motta y Massuh, una mujer hizo su aporte al “revival” filosófico. Se trata de Ana Zagari, directora de la escuela de Filosofía del Salvador. Después de que Motta señaló que “hay sed de menos información y de más sabiduría (con lo cual dejó establecido que la información forma ignorantes), Zagari también se refirió a “la gente”. Enfática, sentenció que “la gente intuye que la solución no llegará del mundo económico financiero”. Probablemente ella, que también es “la gente”, se metió en un préstamo hipotecario y está con el agua al cuello por las tasas de interés. O quizá haya querido referirse a que, por más blindaje que aporte el Fondo Monetario Internacional, el futuro es incierto. Así que filosofemos. Pero no tanto con Hegel y Marx, como con Kierkegaard, el filósofo de la angustia.


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