Filosofías

Por Jorge Gadano

Hayden White, presentado como un genio del pensamiento posmoderno, estuvo en Buenos Aires hasta ayer para asistir a un congreso de filosofía de la historia. Es norteamericano, tiene 72 años y, como todo pensador de la banalidad y descubridor de ideas originales, usa un arito en la oreja izquierda.

En un libro publicado en 1973, «Metahistoria», White acota los alcances del saber, al sostener que «la historia no es el pasado sino sólo una imagen, una fantasía, como la literatura», y que «toda pretensión científica o de objetividad es imposible».

Es una proclama agnóstica para nada novedosa, pero útil sin embargo para aplicarla a episodios de la vida nacional que parecen, de momento, haber concluido con la llamada renuncia de un señor que, hasta hace un año, sólo era conocido por sus familiares y amigos, y que se hizo famoso porque uno de tales amigos vino a ser presidente de la Nación. Aquél, Fernando de Santibañes; éste, Fernando de la Rúa.

Santibañes es una de tantas personalidades cuyas aptitudes eran por completo ajenas a las funciones de gobierno que se les asignaron. En el primer gabinete los economistas fueron casi como un malón que, sin contar el ministerio del ramo, ocupó la Cancillería, Educación y Defensa. El clima cultural así creado fue tan denso que el mismo jefe de gabinete, Rodolfo Terragno, se consideró obligado a divulgar sus ideas económicas, y lo propio hizo Santibañes. Si bien su nombramiento en la SIDE hacía prever que, como todo espía, permanecería en la oscuridad, su trayectoria en la banca y, sobre todo, su condición de amigo presidencial, lo autorizaban también a pontificar sobre la marcha de la política económica.

Como la economía no está entre las asignaturas presidenciales de más alta calificación, los que han buscado el anonimato son, en lugar de los espías, los economistas oficiales, favorecidos por la crisis que, según un decreto presidencial al que sólo le faltó el número, nunca existió.

Es aquí donde corresponde aplicar el pensamiento de White. No hubo, después de la renuncia de «Chacho» Alvarez, argentino que no creyera que se había desatado una crisis. Pero fue ése, como tantos, un error nacional, pura imaginación, del que sólo se pudo salir gracias al decreto del presidente De la Rúa.

Del mismo modo, todo el país imaginó maldades al creer que se habían pagado sobornos en el Senado, y que quienes, desde el gobierno, participaran en el enjuague habían sido Santibañes y el ministro de Trabajo, Alberto Flamarique. Es verdad que ambos abandonaron sus cargos, pero lo hicieron en tales términos que han dejado a todo el mundo con la culpa de haber cometido una gran injusticia.

Da la impresión de que White no filosofó en 1973 sino ahora, y después de haberse enterado de los acontecimientos argentinos. ¿No es acaso nuestra única certeza la de que no podemos saber nada?

El Senado ha retomado su ritmo habitual. Nuestro conocido Daniel Baum ocupó el lugar que dejó vacante su colega y compañero Cantarero en la presidencia de la Comisión de Combustibles y, no bien se presentó la oportunidad, declaró que no hubo sobornos. Es más: inscriptos en la línea presidencial consistente en hacer desaparecer la crisis declarando que no la hubo, los senadores estarían por declarar que los sobornos no existieron. Cuentan, por cierto, con la seguridad de que el juez Carlos Liporaci también adhiere a la filosofía de White, lo que equivaldría a pronosticar que la causa, como muchas otras, terminaría en la ambigüedad: no se podría afirmar que hubo sobornos, ni tampoco que no los hubo.

Como para demostrar que el andar del gobierno ha vuelto a la normalidad, la Bolsa cayó, el riesgo país subió, y la ministra de Trabajo Patricia Bullrich Pueyrredón Luro se reunió con los líderes de las tres corrientes sindicales. Como señal de espíritu dialoguista y de colaboración de clases, no es poco que una funcionaria que desde su nombre de pila hasta su último apellido derrama abolengo se junte con representantes de la clase obrera.

Otro acontecimiento de la misma o mayor significación quedó algo oculto por la crisis que no fue crisis. Cuando todavía Santibañes permanecía al frente de la SIDE y, por lo tanto, la inexistente crisis ahogaba cualquier otra noticia, se supo sin embargo de una candidatura al Senado que podrá contribuir a la tan anhelada depuración.

El candidato es el pensador peronista Luis Barrionuevo, destacado porque a las veinte verdades del justicialismo agregó la veintiuno, que dice que en este país «nadie se gana la plata trabajando». Barrionuevo también contribuyó así al relativismo filosófico, porque no se sabe si lo que quiso decir fue que quienes se llevan la plata son los corruptos, o que no hay trabajo para nadie.

La contribución de Barrionuevo a la depuración será a dos puntas. Una porque irá al Senado, y la otra porque se postulará por el justicialismo de Catamarca, provincia en la que, según parece, ha nacido. Es, como se sabe, la provincia de la familia Saadi, que ahora podrá incorporar un nombre más a su cuadro de honor.


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