Fronteriza del Chubut o «bandoleros de uniforme»
La acusación de "La Nueva Era" contra el escuadrón de Mateo Ghebard excluyó al de Río Negro. Un año antes, la publicación apoyó al indefendible comisario Marty.
Por FRANCISCO N. JUAREZ
fnjuarez@sion.com
n el océano de informaciones sobre la actuación de las Policías Fronterizas de la Patagonia hay que bucear con gigantescos botellones de oxígeno. No sólo por lo vasto y profundo del abundante pero disperso material sobre el tema, sino por «la mar de fondo» con que se encontrará el indagador desprevenido. Quizás poner bajo la lupa a «La Nueva Era» (de Viedma y Patagones) resulte un acierto para detectar las variaciones de opinión que produjo la actuación de aquellas gendarmerías.
Por lo pronto, dar con el trazado que los editores diseñaron para justificar la crítica acérrima a la Policía Fronteriza de Río Negro, para pasar, un año después, a la carencia de cargos contra ella y en cambio enrostrarle todas las diatribas impresas a la Fronteriza del Chubut. Los titulares a los que acudió el periódico rionegrino en los albores de la primavera de 1911 no hacían distingos: «Policía Fronteriza del Territorio -siguen los clamores»; «La acción de la Policía Fronteriza- Vandalismo oficializado» (17/9/1911); y «La actuación de la Policía Fronteriza – bajo el imperio del terror».
Legendarios y la imaginación
Ya en la extensa nota a tres columnas bajo este último título, «La Nueva Era» ensayaba dicterios contra el nuevo escuadrón rionegrino que un año después encaminaría en exclusiva dirección de la Fronteriza del Chubut. Ya sostenía que «los bandoleros famosos son objeto legendario inventado por la imaginación de visionarios; no hay allí otros delincuentes que unos rateros, como los hay en todos los puntos de la República, pero aún esos, en menor cantidad con relación a la riqueza y extensión del suelo». Pasaba a las estadísticas de criminalidad, con índices menores en Río Negro «que en La Pampa y el Neuquén, sus limítrofes». Sostenía que «se les ha dado a esas poblaciones del sur una policía fronteriza, como si dijéramos una cuadrilla de facinerosos plagados de vicios y se les han confiado facultades omnímodas a estos para perseguir, encarcelar y matar a destajo, sin dar otra cuenta que los partes donde consignan sus hazañas».
Curiosamente, en la nota con el primero de los titulares aludidos, «La Nueva Era» se hizo eco -a fines del invierno de 1911- del telegrama que el corrupto comisario de Bariloche Guillermo Marty había hecho remitir desde Bariloche (estaba recluido en un calabozo precario de su comisaría). «Manifiesta (Marty) hallarse preso desde hace dos meses…» y recién un par de semanas antes se le notificó el delito de que se lo inculpaba: «infidelidad en la custodia de presos».
En su ataque de entonces, «La Nueva Era» defendió a Marty y denunció que figuraba en la lista de bandoleros que las fronterizas enviaron al Ministerio del Interior. Para octubre del mismo año, «La Nueva Era» no bajaba la línea de fuego –sobre todo contra la Fronteriza de Río Negro- y además parecía convalidar, sin señalarlo expresamente, la protección que el gobernador Carlos R. Gallardo brindaba al comisario incriminado, por lo menos hasta que al policía lo defenestró el ministro del Interior. En esa nota de octubre, el periódico soliviantó al también corrupto ex juez de Paz de Bariloche, Luis Morchio al transcribir su telegrama que despachó desde Bariloche en carácter de defensor de decenas de presos. Se aseguraba que los argumentos telegrafiados y que se reproducían «proceden de un hombre de bien, de un laborioso vecino de Bariloche, de cuya buena fe nadie tiene motivo para dudar».
Acabar con los cosacos
Precedía al telegrama una convicción editorial: «Es preciso encarar serenamente y con energía esta cuestión y acabar de una vez con los atropellos y usurpaciones de los cosacos regimentados bajo la denominación de Policía Fronteriza». Seguía la trascripción extensa –y sin mutilaciones- del telegrama despachado el 27 de setiembre de ese año por Luis Morchio. Era el largo listado quienes «permanecen encarcelados sin tomárseles declaración ni ponerlas a disposición del señor juez letrado». Como se narró en estas mismas páginas, el propio gobernador Gallardo cedió a las evidencias, quitó su protección a Marty que no pudo evitar la exoneración. Morchio, ya no era juez de paz y se lo enjuiciaría. Claro que –como bien suponía «La Nueva Era»- aquellas policías eran la «personificación de la barbarie y de la injusticia», sólo ocupadas en eso y en enviar despachos al ministerio «calificando de salteadores y bandoleros a las infelices víctimas de sus atropellos». También acertaba el periódico en que, apenas tomara intervención el juez letrado, la mayoría de los presos en Bariloche (más de 80, casi todos mandados por Gebhard, jefe de la Fronteriza del Chubut) quedaría sobreseída.
La nota subtitulada «Vandalismo oficializado», tras ilustrar sobre los atropellos, se valió de una comparación: «Se reproduce ahora con los mismos aparatosos detalles –supuso- la célebre historia del asesinato de los comerciantes sirios. El comisario Torino y su gente había descubierto una serie de crímenes horripilantes; los criminales presuntos estaban ahí, en los andurriales del departamento de 9 de Julio; la policía los apresó en número de sesenta, poco más o menos, pero cuando se descubrió la verdad, resultó que los presuntos autores eran casi todos inocentes y la policía se había convertido en una horda de forajidos para quienes no tardaron en abrirse las puertas de la cárcel».
Con el transcurso del tiempo y el acopio de mejor información cordillerana, «La Nueva Era» entendió a la vez que Marty y Morchio no eran ángeles sino todo lo contrario, y que los presos «arreados» hacia el gran lago para quedar casi como prisioneros de guerra de la Fronteriza de Río Negro, habían sido apresados y apaleados por la Fronteriza del Chubut.
Separación de Del Busto
También se entendía desde aquella publicación que la objeción concreta a las fronterizas se basaba en sus atropellos y barbarie consumada en golpizas y balazos, pero a la vez se las acusaba de ineficacia. Porque si el asalto y asesinato de Lloyd ap Iwan cometido por Robert «Bob» Evans y William Wilson en Arroyo Pescado a fines de 1909, dieron anticipado justificativo para la creación de estas fuerzas a principios de 1911, recién pudo abatir a aquellos norteamericanos el 9 de diciembre de 1911 en Río Pico. Ni siquiera estuvo Gebhard en la acción, ya que su coraje solo daba para apalear a campesinos desarmados.
Para la primavera de 1912, el mayor Adrián del Busto, jefe de la Fronteriza de Río Negro, ya había tomado abismal distancia de Gebhard. Y así como un año antes «La Nueva Era» creyó en las denuncias de Marty y Morchio para atacar a Del Busto y su Fronteriza, se convenció de que la barbarie y la incompetencia eran marca registrada del escuadrón de Gebhard. Y esta vez se valió de las descripciones que hizo el rehén de los norteamericanos Lucio Ramos Otero: acababa de aparecer el primer tomo de sus memorias sobre su secuestro.
El periódico dedicó su editorial «Bandoleros», del 29/9/1912, a diferenciar las vertientes pero doblar la apuesta contra las fronterizas, aunque exculpando a la de Río Negro por haber entrado en calma chicha. «Los territorios de Río Negro y Chubut están abocados a uno de los más difíciles problemas de su existencia. Una gavilla de bandidos de la especie más peligrosa difunde la alarma y el terror en todos los hogares; nadie puede resolverse a cruzar la campaña de un vecindario a otro sin pensar en la muerte que le aguarda. Y lo peor de estos bandoleros –ironizaba el periódico- es que visten el uniforme de soldados de la Nación y se hallan escudados contra los amagos de la justicia». Definía que los «temibles sujetos que llevan la muerte en pos de sí, que se ejercitan en el tiro al blanco haciendo puntería en seres humanos, son los heroicos agentes de la Policía Fronteriza del Chubut, cuyas incursiones en el territorio quedan señaladas por sangrientas huellas y cadáveres inmolados cobardemente bajo el pretexto de combatir el bandolerismo».
Primer tomo de Ramos Otero
El editorial alude al «libro de Ramos Otero…que es un pintura bastante exacta de la policía fronteriza porque demuestra cómo ésta constituye el único bandolerismo de los territorios del Sud» (sic). Aseguraba que los hechos corroboraban lo narrado por el secuestrado que coincidía con lo informado por «la prensa independiente que no comulga con ruedas de molino». Claro que esta vez el periódico no abarcaba a todos los fronterizos: «En homenaje a la verdad, haremos una excepción con respecto a la de Río Negro, desde un tiempo acá no se produce una sola queja acerca de sus procedimientos, y ello demuestra cómo se ha morigerado, mereciendo ahora la aprobación de los pueblos».
El editorial repasaba los derechos constitucionales, incluso para la pena capital que entonces debía dictaminarla la Corte de Justicia. La Fronteriza eludía esos engorrosos procedimientos, porque «una vez juzgado el reo por cualesquiera de los empleados se le fusila lisa y llanamente donde quiera que se halla y, en ocasiones, por la espalda, sin previo aviso». Y agregaba algo destinado a los pobladores de la comarca del paralelo 42: «…los habitantes de la zona fronteriza del Chubut y Río Negro se halla declarados fuera del alcance de la constitución y de las leyes del país». Finalmente, el periódico pontificaba sobre el futuro incierto de la región en esas condiciones si no se tomaban medidas. Consideraba que «…es preciso y urgente producir una investigación amplia, muy amplia y veraz, mediante la cual se llegue a conocer el origen de la leyenda o del cuento de los bandoleros y deduzca la represión de los verdaderos salteadores, de esos que matan a tiros… al primer prójimo encontrado en su marcha».
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