Fuera, certezas

Dar la bienvenida a la incertidumbre como un componente más de la vida es renunciar a certezas absolutas. Claro, decir «bienvenida, incertidumbre» es muy fácil, pero pasa con la muy turra lo que con alguna gente: ya tocó el timbre, ya nos vieron, hay que atenderla… es más, suele ser un poco invasora, porque si usted lo piensa un poco, han sobrevivido muy pocas certezas. Nada ha quedado del maravilloso paradigma del positivismo, ese mundo cuasi perfecto, donde la ciencia tenía la respuesta a todas las incógnitas, donde necesariamente el futuro sería mejor que el pasado… los sueños del romanticismo marxista no volaron menos.

Pero he aquí que después de dos guerras mundiales, otras contemporáneas de carácter permanente, matanzas varias, treinta mil desaparecidos y otras desviaciones del progreso perpetuo, las certezas se fueron por la rejilla. Lo que me parece más perverso es que al calor de otro paradigma, el del consumo, la propaganda asegura certezas de todo tipo. El modelo de la eficiencia, de la perfección física y mental, implica que la duda está desterrada: la incertidumbre, el admitir «esto no lo sé», «esto no puedo solo» es una muestra flagrante de debilidad. Y la debilidad está prohibida. Aunque a usted le tiemblen las patitas, la imagen debe ser otra. Aquellos filósofos que nos dejaron el modelo del progreso permanente, realmente lo creían. Estos otros, no; lo cual no les impide llenarnos de falsas seguridades. Obvio, usted es piola y no se traga todo lo que le muestran, yo tampoco, faltaba más; pero los modelos funcionan tipo lavado de cerebro, aunque en este caso debería decir lavado de valores. Y si no fuera así, ¿podría explicarme por qué somos el quinto país en cantidad de cirugías estéticas?

Claro que el debate cultural va por el carril correcto: no falta programa de debate, ni suplemento, ni librito, que no contenga el discurso de la incertidumbre y cómo combatirla (o aceptarla) en boca de estos nuevos especímenes llamados «pensadores» cuyo soporte intelectual depende de para dónde se oriente el medio (estará de acuerdo conmigo en que aparecen muy pocas «pensadoras». Y por favor, guárdese ese chiste que tiene en la punta de la lengua).

El problema es que mientras los pensadores piensan en público, en el mundo subterráneo el paradigma de las falsas certezas funciona de maravilla. Y como diría mi maestra, a tal teorema corresponde el corolario, no menos significativo: el mundo altamente competitivo de la perfección y la seguridad personal necesita como contracara una actitud decididamente egoísta, a la pesca del error o la duda ajena. Así que sentimientos, vacilaciones, incertidumbres, al sótano.

Si admitiéramos que las certezas absolutas se fueron hace tiempo, que son un fantasma en el ropero; si nos aceptáramos en nuestras dudas, quizás se operaría un pequeño milagro: sería una llamada a la solidaridad del otro, un pedido de ayuda; nos convertiría en personas funcionando en clave colectiva. No se desplomaría el mundo, sólo se orientaría según su naturaleza. Porque, si mal no recuerdo, la física subatómica demostró hace tiempo que aquella figurita tipo planetaria, el núcleo del átomo y los electrones prolijamente ocupando sus órbitas, es cierta. Pero más chiquita que ella hay otras criaturas, base de todo el sistema, cuyo movimiento es absolutamente azaroso, resistiendo cualquier intento de reglamentarlo; a tal punto que uno de esos genios dijo así: las partículas danzan. ¡Danzan, santo cielo! El tipo tuvo que recurrir a la poesía.

¿A qué viene esto? A que si el universo se sostiene sobre partículas de rumbo incierto, digo, su propio cuerpo, el mío, el diario que está leyendo -y de veras se sostiene-, quizás permitirnos jugar con incertidumbres y certezas, jugar sin que nos dominen, nos pondría en armonía con lo que ya es delante de nuestras narices, una danza de energía conectada. Yo no puedo… todavía. ¿Y usted?

 

María Emilia Salto

bebasalto@hotmail.com


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