Funcionarios de la cultura

Por Héctor Ciapuscio Especial para “Río Negro”

En los últimos cinco años hemos tenido en el gobierno nacional muy distintas visiones sobre el fomento -o, mejor, cataplasma- que suponen se debe aplicar desde arriba, desde la secretaría del ramo, a la cultura. Durante la administración de De la Rúa exhibió allí su dinamismo un joven «sushi» con estudios secundarios y sueños de música «rock», actividades masivas y aliento a las juventudes para «el consumo cultural». En su proyecto hacia el mundo fue el que propuso a la UNESCO declarar al tango «Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad». Tuvimos después, ya en los normales tiempos peronistas, a otro secretario cuyos desvelos lo llevaban a un «sésamo ábrete» economicista: proclamaba que el papel de la cultura es atraer turismo, la gestión cultural tenía que apuntar a la generación de incentivos para el desarrollo de «marcas» argentinas, la puesta en valor, decía, de los dones con que el país cuenta para competir internacionalmente, para vender bien una «imagen».

   Después vino el que ahora tenemos, inefable. Lo primero que hizo fue (al estilo de Alcibíades, el aristócrata que volteó las estatuas de Hermes en Atenas) desafiar a los dioses. Su crítica frontal a la compra anterior por el Fondo de las Artes de la mansión donde Victoria Ocampo alojó a Tagore y otros inmortales -«tres millones que hubieran estado mejor invertidos en la edición y difusión de la historia completa de todo el movimiento piquetero a nivel mundial»- determinó la renuncia de la señora Fortabat y de casi todo el directorio.

En pocos meses, empujado por su frescura verbal y su amor por los gremialistas, cercenó, queriendo o sin querer, varias cabezas: en la Biblioteca Nacional, en el Museo de Bellas Artes en varios directorios y casi en el Museo Histórico. A un año de su gestión y en medio de un coro de ofendidos y humillados, declaró a «La Nación» que para Kirchner la cultura es como «el gallinero del fondo», que no tiene prioridad para el gobierno, «ni tampoco la tiene para mí». Se glorió de promover formas estéticas y culturas distintas, por ejemplo «una muestra de arte cartonero y piquetero en el Palais de Glace» mientras barajaba como candidato para la Biblioteca Nacional, que tiene tres sindicatos y está llena de líos, a «un filósofo propuesto por Moyano de la CGT». Redondeó esas declaraciones, contestando a la pregunta del periodista de cuál fue el mayor aporte que hizo este año el gobierno a la cultura, con un olímpico: «Creo que le ha dado una cosa muy importante y es que nombró al frente de la Secretaría de Cultura al señor Torcuato Di Tella».

   En los últimos meses siguieron ocurriendo cosas en este pintoresco mundo de la cultura kirchnerista. Por ejemplo, la designación de Nacha Guevara (la de «Las Mil y Una Nachas» de los Setenta y la de la ópera rock «No llores por mí, Argentina» de los Noventa) como directora ejecutiva del Fondo de las Artes. Declaraciones suyas del momento sobre el mayor espacio que se proponía darle a la «cultura underground» hicieron que los periodistas le preguntaron a qué se refería con esa expresión. Y la artista, dice la crónica, exclamó con una sonrisa, «¡Es que no lo sabemos, porque está enterrada! Es la cultura del mañana, la que harán los artistas, los Rimbaud del futuro».

Infortunadamente, esta Nacha no llegó a hacerse cargo de sus funciones -no asumió, según se dijo, porque el gobierno demoró un decreto que dotase el cargo con un sueldo. Ha sido una verdadera lástima, porque hubiera sido precioso saber qué tuvo en mente nombrando a Rimbaud, el poeta francés amigo de Verlaine, y más que interesante presenciar esa experiencia de sacar del entierro una cultura que no sabemos cómo es pero sería, desenterrada, la de mañana.

   En el epígrafe figura un diálogo de «Alicia en el País de las Maravillas» que necesita redondearse. Sigue así: «Pero es que a mí no me gusta estar entre locos», observó Alicia. «Eso sí que no lo puedes evitar», repuso el Gato; «todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco, tú también lo estás». «¿Y cómo sabes tú si yo estoy loca?», le preguntó Alicia. «Has de estarlo a la fuerza», le contestó el Gato; de lo contrario, no habrías venido aquí».


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