Fundamentalismo
Bajo un título –“¿Después de esto qué?”– que augura para la Argentina castigos divinos como los que cayeron sobre Sodoma y Gomorra, las “Iglesias Evangélicas de Río Negro y Neuquén” publicaron una declaración de oposición a la sanción de una ley que permita el matrimonio entre personas del mismo sexo, con posibilidades de adopción. Del texto se desprende que esas iglesias pretenden que la Argentina sea un Estado cristiano, debido a que no reconocen la ley de matrimonio civil 2393 porque –dicen– el matrimonio es “una creación de Dios” y –reiteran– “una institución creada por Dios”. La raíz bíblica está, según el texto evangélico, en el libro primero de Moisés llamado “Génesis”, que se ocupa con alguna desprolijidad de la creación. La cita es del capítulo 2, número 24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Los evangélicos fundamentan su oposición al matrimonio gay en ese principio bíblico, que sólo reconoce –dicen ellos– el matrimonio heterosexual. La llegada de la mujer al mundo se insinúa en el número 18: “Y dijo Jehová Dios: no es bueno que un hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”. Esa ayuda fue la mujer, cuya creación se inicia en el número 21: “Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar” (así nació la cirugía). El número 22 explica que “de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre hizo una mujer y la trajo al hombre. Al encontrarse con la novedad, Adán dijo (número 23): “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada”. En rigor de verdad, la mujer venía creada de antes, porque ya en 1-26 Dios había decidido crear al hombre a su imagen y semejanza. En 1-27 concretó esa decisión: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. El relato, como se puede apreciar, es un tanto desordenado, ya que de lo dicho aquí se infiere que Dios creó al hombre y a la mujer de una vez pero luego vuelve sobre la creación del hombre en 2.7, hecho de un soplido, y más adelante la de la mujer. De modo que, aun aceptando que un Ser Supremo, después de crear la tierra vio que estaba desordenada y vacía y que en seis días instaló en ella aguas, animales, vegetales (también, hay que suponerlo, el aire), el relato, por incoherente, no se puede tener por seguro. Mucho menos si tenemos en cuenta que Dios tampoco estaba seguro de que su creación era perfecta. Debió ser así porque, pasados algunos siglos, advirtió que la tierra estaba corrompida y decidió aniquilar a todos los seres que había creado. El Génesis describe así la matanza: “Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y de todo hombre”. Fue un genocidio ejemplar. Cuesta creer, por lo tanto, en un Dios creador tan cruel, que haya desatado semejante masacre. Pero los evangelistas, no obstante, creen que el matrimonio, “tal como lo conocemos, no es un invento surgido al azar ni es el resultado de la evolución cultural de una época sino una creación de Dios que hemos adoptado y aceptado”. No se preguntan si el matrimonio gay puede originarse también en la inspiración de un Dios bondadoso, decidido a reparar la discriminación sobre gays y lesbianas. Las iglesias prefieren reprobar las leyes vigentes, entre ellas la de matrimonio civil, cuando insisten en que “el matrimonio es una institución creada por Dios” y ponen en duda que lo legal sea bueno, justo, y que las leyes favorezcan el bien de la mayoría. Para probar que lo legal no es siempre justo, los impolutos evangélicos dan como ejemplo que en la provincia de Santa Fe se haya llegado al horror de declarar que “la prostitución callejera no se considerará delito”. Sostienen que, aunque la medida es legal, “de ninguna forma puede verse como moralmente aceptable o socialmente enseñable”. O sea que la prostitución que no se exhiba en las calles sí es “moralmente aceptable”. Dicho de otra manera: la aceptamos, pero que no se vea. Tampoco la homosexualidad es moralmente aceptable pero, como es legal, nos priva de pedir que los gays “callejeros” sean prohibidos y que todos ellos sean internados en institutos especializados para tratarles la desviación que padecen. Y, por fin, dicen los evangélicos defensores de la moral judeocristiana que no pueden dejar de pensar en los niños adoptados por parejas homosexuales. Dan por sabido que los niños crecidos en un matrimonio de padres separados sufren mucho esa “anomalía”. Peor será, por cierto, que con la separación el padre se haga homosexual y la madre lesbiana. Y preguntan: “¿Cómo van a asimilar los niños este nuevo desajuste?”. Y vuelven a preguntar: “¿Por qué tanta necesidad de atender a este reclamo cuando los derechos de los niños y niñas son tan vulnerados de miles de maneras?”. Bueno, yo diría que miles es mucho, pero hay una, que no mencionan, cometida por colegas de los evangélicos. Se llama abuso sexual, o, para ser más preciso, pedofilia.
jorge gadano jagadano@yahoo.com.ar
QUé QUIERE QUE le diga
Bajo un título –“¿Después de esto qué?”– que augura para la Argentina castigos divinos como los que cayeron sobre Sodoma y Gomorra, las “Iglesias Evangélicas de Río Negro y Neuquén” publicaron una declaración de oposición a la sanción de una ley que permita el matrimonio entre personas del mismo sexo, con posibilidades de adopción. Del texto se desprende que esas iglesias pretenden que la Argentina sea un Estado cristiano, debido a que no reconocen la ley de matrimonio civil 2393 porque –dicen– el matrimonio es “una creación de Dios” y –reiteran– “una institución creada por Dios”. La raíz bíblica está, según el texto evangélico, en el libro primero de Moisés llamado “Génesis”, que se ocupa con alguna desprolijidad de la creación. La cita es del capítulo 2, número 24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Los evangélicos fundamentan su oposición al matrimonio gay en ese principio bíblico, que sólo reconoce –dicen ellos– el matrimonio heterosexual. La llegada de la mujer al mundo se insinúa en el número 18: “Y dijo Jehová Dios: no es bueno que un hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”. Esa ayuda fue la mujer, cuya creación se inicia en el número 21: “Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar” (así nació la cirugía). El número 22 explica que “de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre hizo una mujer y la trajo al hombre. Al encontrarse con la novedad, Adán dijo (número 23): “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada”. En rigor de verdad, la mujer venía creada de antes, porque ya en 1-26 Dios había decidido crear al hombre a su imagen y semejanza. En 1-27 concretó esa decisión: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. El relato, como se puede apreciar, es un tanto desordenado, ya que de lo dicho aquí se infiere que Dios creó al hombre y a la mujer de una vez pero luego vuelve sobre la creación del hombre en 2.7, hecho de un soplido, y más adelante la de la mujer. De modo que, aun aceptando que un Ser Supremo, después de crear la tierra vio que estaba desordenada y vacía y que en seis días instaló en ella aguas, animales, vegetales (también, hay que suponerlo, el aire), el relato, por incoherente, no se puede tener por seguro. Mucho menos si tenemos en cuenta que Dios tampoco estaba seguro de que su creación era perfecta. Debió ser así porque, pasados algunos siglos, advirtió que la tierra estaba corrompida y decidió aniquilar a todos los seres que había creado. El Génesis describe así la matanza: “Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y de todo hombre”. Fue un genocidio ejemplar. Cuesta creer, por lo tanto, en un Dios creador tan cruel, que haya desatado semejante masacre. Pero los evangelistas, no obstante, creen que el matrimonio, “tal como lo conocemos, no es un invento surgido al azar ni es el resultado de la evolución cultural de una época sino una creación de Dios que hemos adoptado y aceptado”. No se preguntan si el matrimonio gay puede originarse también en la inspiración de un Dios bondadoso, decidido a reparar la discriminación sobre gays y lesbianas. Las iglesias prefieren reprobar las leyes vigentes, entre ellas la de matrimonio civil, cuando insisten en que “el matrimonio es una institución creada por Dios” y ponen en duda que lo legal sea bueno, justo, y que las leyes favorezcan el bien de la mayoría. Para probar que lo legal no es siempre justo, los impolutos evangélicos dan como ejemplo que en la provincia de Santa Fe se haya llegado al horror de declarar que “la prostitución callejera no se considerará delito”. Sostienen que, aunque la medida es legal, “de ninguna forma puede verse como moralmente aceptable o socialmente enseñable”. O sea que la prostitución que no se exhiba en las calles sí es “moralmente aceptable”. Dicho de otra manera: la aceptamos, pero que no se vea. Tampoco la homosexualidad es moralmente aceptable pero, como es legal, nos priva de pedir que los gays “callejeros” sean prohibidos y que todos ellos sean internados en institutos especializados para tratarles la desviación que padecen. Y, por fin, dicen los evangélicos defensores de la moral judeocristiana que no pueden dejar de pensar en los niños adoptados por parejas homosexuales. Dan por sabido que los niños crecidos en un matrimonio de padres separados sufren mucho esa “anomalía”. Peor será, por cierto, que con la separación el padre se haga homosexual y la madre lesbiana. Y preguntan: “¿Cómo van a asimilar los niños este nuevo desajuste?”. Y vuelven a preguntar: “¿Por qué tanta necesidad de atender a este reclamo cuando los derechos de los niños y niñas son tan vulnerados de miles de maneras?”. Bueno, yo diría que miles es mucho, pero hay una, que no mencionan, cometida por colegas de los evangélicos. Se llama abuso sexual, o, para ser más preciso, pedofilia.
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