Fútbol, dinero y tevé: la ecuación perfecta de los poderosos

El fútbol argentino logró lo imposible: que su título de campeón que se define este domingo no valga nada.

La pelota criolla concedió ventajas, dineros y TV a Boca-River, River-Boca. Pero los dos grandes, cada vez más grandes, devolvieron la gentileza eligiendo la globalización, el dólar caro y la gloria internacional. Redujeron al Clausura a una final entre sus formaciones de reserva y la rivalidad de su folclore y de sus burlas terminó ridiculizando la conquista del título de campeón argentino, que bien debiera estar por encima de ambos, por más grandes que ellos sean.

¿Cómo se llegó a esto? El título de campeón argentino, bueno es recordarlo, comenzó a depreciarlo la propia AFA cuando decidió coronar a dos campeones anuales. ¿Cómo gritar campeón después de apenas 19 fechas? Poco serio, el nuevo sistema, eso sí, permitió que, por fin, también San Lorenzo, Racing, Independiente y hasta el propio Boca volvieran a ser campeones después de largos años sin títulos. No importaron siquiera las sospechas. Aquellas del gol extraño contra San Martín de Tucumán que una vez coronó a Boca en la Bombonera. O, más recientes, aquellas que anunciaron con excesiva antelación el título finalmente ganado por Racing. O las sospechas que reflotó el propio ex presidente «rojo», Andrés Ducatenzeiler, cuando habló de su propio título obtenido con protecciones arbitrales. En Portugal y Sudáfrica estallaron recientes escándalos por corrupción de árbitros, provocados por sendas investigaciones judiciales. Aquí se optó por suspender a Ducatenzeiler por dos años. ¿Su denuncia? Bien, gracias.

Pero no fue éste el problema principal. Boca y River, se sabe, gozaron siempre de las ventajas de los grandes. Pero llegó la tele y las diferencias se hicieron inalcanzables. Primero fueron sus dineros. Hoy, Boca y River reciben entre 10 y 12 millones de pesos al año, contra los 2,5 millones que reciben en cambio los chicos, que son la gran mayoría. Si Boca o River recaudan 60 millones en cinco años, Lanús, Quilmes, Bánfield o el que fuere suman apenas 10 millones. Y, se sabe, siempre será más fácil armar equipos competitivos si se tienen 60 millones que si se tienen 10. Contar inclusive con mejores suplentes, que terminarán bailando a los titulares de Racing, Independiente o San Lorenzo, como ya ocurrió.

La irrupción de la tele provocó además una diferencia acaso más profunda que la del dinero. La tele, obviamente, impuso a sus programas de fútbol las reglas del espectáculo, no las del deporte. Noticia dejó de ser igual a importante. Noticia pasó a ser igual a rating. Y así sus trasmisiones se convirtieron en monopolios informativos sobre Boca y River. Fútbol de Primera amagó una democratización de sus trasmisiones a comienzos de año. Pero volvió al viejo esquema. Media hora para Boca, media para River y el resto que se arregle como pueda. Si usted es hincha de Vélez, ojo cuando va al baño, porque se puede perder el medio minuto concedido a su equipo. Un conocido encuestador comentaba hace unos días que en los últimos quince años habían crecido proporcionalmente de modo notable los hinchas de Boca y de River. ¿Cómo no hacerlo si sólo se habla de ellos, si Boca y River parecen ser los únicos protagonistas del fútbol argentino? También, está claro, podría decirse que al fútbol le pasó lo que al mundo: si en 1980 la relación de lo que ganaba el 20% más rico de la población mundial respecto del 20% más pobre era de 237 a 1, en el 2000 esa relación se agrandó de 417 a 1. El peor promedio del agrandamiento de la brecha social correspondió a América Latina.

Tamañas concesiones a Boca y River terminaron siendo un bumerán. Porque la tele que ayudó primero a imponer esa brecha impuso luego su lógica globalizadora. La Libertadores pasó a ocupar entonces fechas, espacios y trasmisiones. Dio mejores dineros y fama internacional. Y Boca y River se entregaron mansitos a la tele de la Libertadores, cuyos dueños, al fin y al cabo, hoy son casi los mismos que los dueños de la tele del fútbol criollo. Con oficinas centrales en Nueva York.

Ezequiel Fernández Moores


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