¿Fútbol espectáculo?
Ya lo sabemos. Nos lo han dicho hasta el hartazgo. ¡El fútbol es un espectáculo! ¡Un show! Sí, ya lo sabemos. Y también, ¡el fútbol es un negocio! Obvio, decimos, pero…
Más que en ningún otro momento del año, el fútbol de verano es un espectáculo. Por eso se juega en Mar del Plata a la misma hora que el teatro y sus vedettes.
Y más que en ningún otro torneo, el de verano debería funcionar bajo las reglas del espectáculo. Pero no. El piso de Mar del Plata está peor que cualquier potrero de barrio. La desorganización habitual traducida en golpes, gases y heridos en la (re)venta de entradas para el Superclásico.
Pensado para el turismo, los cruces entre los cinco grandes están cada vez más alejados
de ser una atracción para el aficionado que llega desde distintos puntos del país a la costa para ver a su equipo o, simplemente, para ver un partido de Primera.
Debería haber un equilibrio entre los intereses deportivos de los equipos y los del espectáculo. Pero, tal como está planteado hoy, nadie se beneficia salvo uno, el negocio, esa parte del fútbol-espectáculo que gana por el sólo hecho que se juegue el partido donde sea y como sea.
Mientras, los equipos deben improvisar formaciones semiprofesionales, arriesgar futbolistas a medio preparar y así defraudar a los hinchas veraneantes que reclaman por los titulares.
No está mal el fútbol en tiempos de pretemporada, pero cinco goles en seis partidos ¿de qué espectáculo hablamos? ¿qué sentido tiene entonces seguir jugando fútbol de verano en estas condiciones? ¿No hay modo de que, al menos una vez, el fútbol justifique su condición de espectáculo? ¿Por qué la gente debería elegir ir a ver fútbol durante sus vacaciones? ¿Irían a los teatros si las condiciones fueran tan deplorables? No, pero es fútbol y nos gusta. Quizás demasiado.
JUAN MOCCIARO
jmocciaro@rionegro.com.ar
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