Fútbol y política: disfrutar del juego, más allá del resultado
Mirando al sur
En las últimas semanas, las dos finales que concitaron la atención del fútbol internacional, la de la Copa del Rey, en Madrid, y la de la Copa de Europa –la Champions– en Milán, nos dejaron también interesantes pantallazos y lecturas políticas. En la primera, el tercer domingo de mayo, las banderas catalanas –entre ellas las de la Cataluña independiente– flamearon en el estadio Vicente Calderón de Madrid acompañando a su equipo, el Barcelona, que se alzó con la Copa al vencer al Sevilla por 2 a 0. Allí compartieron el espectáculo hinchadas y simpatizantes de los dos equipos en pacífica y entusiasta convivencia. No es noticia para ellos, pero a nosotros nos resulta sorprendente. Messi y Mascherano no sólo se lucen allí con su juego maestro, también realzan junto a otras estrellas locales y extranjeras el valor de la justa deportiva en la que todos celebran, los que ganan y los que pierden, el haber llegado a esa instancia final de la competencia.
Todo esto ocurre en una España que recuerda, en estos meses, los 80 años del inicio de la Guerra Civil. Una España que se encuentra en plena campaña electoral, con un gobierno que ha perdido la mayoría parlamentaria y cuatro fuerzas políticas que compiten sabiendo que deberán establecer alianzas para alcanzar una nueva mayoría que les permita luego formar gobierno, y en la que Cataluña pelea por su estatuto independentista desafiando el marco constitucional actual. También en Barcelona se produjeron en esos mismos días violentos incidentes entre la policía y activistas vinculados al movimiento de Okupas en el popular barrio de Grácia. Razones para la crispación no faltan, pero a nadie se le ocurriría dejar que por nada del mundo las broncas del pasado y las diferencias y conflictos del presente arruinen un buen día de la primavera que asoma, un encuentro deportivo o evento cultural, una reunión de amigos en el bar, comida familiar o animada discusión con compañeros de trabajo.
En cuanto a la final de la Copa de Europa entre el Real y el Atlético, los dos equipos madrileños, el sábado 28, pudimos apreciar allí nuevamente el carácter multinacional de las escuadras nacionales y su proyección en el marco en el que acaso mejor sigue funcionando la integración europea. En el tradicional clásico español disputado en Milán, el Real se quedó por undécima vez con el trofeo. Escenario europeo y equipos dirigidos por “extranjeros”: el francés Zinedine Zidane y el argentino Héctor “Cholo” Simeone. Así como Messi deslumbra en el Barça, el portugués Ronaldo lo hace en el Real. No muy lejos de España e Italia, mientras en Austria el partido ultraderechista FPO estuvo a punto de ganar la presidencia con sus banderas xenófobas, en Alemania una conocida marca de chocolate tuvo la buena ocurrencia de colocar en sus envoltorios imágenes de los rostros infantiles de jugadores de la selección nacional de origen extranjero, resaltando su carácter multiétnico.
¿Y por casa cómo andamos? ¿Cuánto nos llevará volver a disfrutar de un Boca-River sin necesidad de calentar el ambiente con cantitos hostiles, gritos estentóreos y vastos despliegues de seguridad para evitar la violencia desatada entre las hinchadas? ¿Cuánto nos costará entender que el juego es tanto o más importante que el resultado y que por eso no vale mofarse de las reglas o acomodarlas a nuestro antojo pensando sólo en sacar ventajas y en aplastar al contrincante; que cuidar a nuestros adversarios en lugar de sólo pensar en derrotarlos o denigrarlos puede ser un buen negocio para ambos?
Hay formas de politizar el fútbol y de “futbolizar” la política en el peor de los sentidos; por ejemplo, cuando trasladamos las disputas de poder político y económico a la AFA o cuando convertimos la discusión política en un partido de fútbol, lo cual también hace daño. Que el fútbol está contaminado por la política, la alta y la baja, y se ha transformado en un gigantesco negocio es sabido. Eso lo distancia de nuestra vida cotidiana pero nos lo acerca como espectáculo que nos acompaña día y noche y sirve para la expresión emotiva de la personalidad colectiva. También sabemos que sigue movilizando nuestras pasiones y mantiene como ninguna otra actividad esa capacidad de mostrarnos una escenificación cada semana, dentro y fuera de los campos de juego, no sólo de lo que somos sino de lo que podemos ser. Messi y Mascherano son dos ejemplos “modélicos” y no sólo fungen como buenos embajadores de nuestro país: pueden transmitir, además, talento y valores, los ingredientes para el éxito del trabajo en equipo y la posibilidad de disfrutar del buen juego más allá de su resultado. Que es lo que le falta también a nuestra vida política.
En Alemania, una marca de chocolate tuvo la ocurrencia de colocar en sus envoltorios imágenes de los rostros infantiles de jugadores de la selección nacional de origen extranjero.
¿Cuánto nos costará entender que el juego es tanto o más importante que el resultado, que no vale mofarse de las reglas o acomodarlas a antojo pensando sólo en sacar ventajas?
Datos
- En Alemania, una marca de chocolate tuvo la ocurrencia de colocar en sus envoltorios imágenes de los rostros infantiles de jugadores de la selección nacional de origen extranjero.
- ¿Cuánto nos costará entender que el juego es tanto o más importante que el resultado, que no vale mofarse de las reglas o acomodarlas a antojo pensando sólo en sacar ventajas?
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