(y bien guardado) en Madrid

Si hubiera sido por Gabriel García Márquez, ni rastro hubiera quedado del proceso de poner y quitar palabras de “Cien años de soledad”. Pero, amiguero como era, unas pruebas de imprenta corregidas a mano y autografiadas dos veces se las regaló en 1967, en México, al cineasta Luis Alcoriza y su esposa Janet Riesenfeld. Hoy, están guardadas en Madrid como un tesoro a la espera de que alguien quiera comprarlas por un millón de euros. “Las páginas mecanografiadas por él las destruyó junto con su mujer Mercedes. Entonces, lo que queda como enlace son estas galeradas corregidas”, dijo su propietario, el productor mexicano Héctor Joaquín Delgado, heredero de los Alcoriza.

Una vez publicada la novela, García Márquez y su esposa Mercedes se encargaron de destruir el borrador salido de su máquina de escribir, para que nadie pudiera descubrir su “carpintería secreta”, como él decía, ya que estaba “acribillado” con cambios a mano en tinta de distintos colores.

No se conoce que haya sobrevivido otro texto corregido a mano por el escritor colombiano, aunque sí algunas de las copias que García Márquez hizo transcribir a la mecanógrafa Esperanza Araiza a partir de su borrador cuando mandó la novela por primera vez a la editorial.

Las pruebas heredadas por Delgado constan de 181 páginas y una cubierta. Fueron enviadas por la editorial Sudamericana a García Márquez desde Buenos Aires a su casa en Ciudad de México para revisión.

De puño y letra el escritor cambió palabras, separó capítulos, quitó y completó frases en los márgenes. Agregó, por ejemplo, la frase “Úrsula le había asignado una suma semanal para sus gastos personales”.

También asentó que quería agregar algo en un sitio y en la novela publicada después aparecen ahí 11 líneas más, con premoniciones de Úrsula, de acuerdo con un dossier elaborado para las subastas frustradas de Barcelona y Londres. Además, sustituyó la palabra “exasperándolas” por “achicharrándolas”, convirtió la “prodigalidad” de Aureliano Segundo en “desperdicio”.

García Márquez corrigió las pruebas pero no las mandó de regreso a Buenos Aires por temor a que se perdieran. A sus editores les hizo llegar una lista con las modificaciones y el documento revisado se lo obsequió en México a sus amigos Alcoriza.

“Para Luis y Janet, una dedicatoria repetida, pero que es la única verdadera: ‘del amigo que más los quiere en este mundo’, Gabo 1967”.

Según contó el escritor en 2001, la mecanógrafa que pasó el borrador en limpio hizo también tres copias en papel carbónico.

El primer lector del texto definitivo, sin correcciones a mano, fue el escritor colombiano Álvaro Mutis. “La copia que leyó Álvaro Mutis fue la que mandamos en dos partes por correo, y otra fue el respaldo que él mismo llevó poco después en uno de sus viajes a Buenos Aires”, escribió García Márquez.

El sociólogo e historiador español Álvaro Santana Acuña, que está investigando en el archivo personal de García Márquez en la Universidad de Texas, dijo que “el mecanuscrito final y original de 1966 que García Márquez envió a Sudamericana para su publicación está en manos de la Universidad de Texas”.


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