Gaudio toca las puertas de la perfección

El "Gato" brindó su mejor recital frente a Hewitt, el ex número "1" del mundo, al que le ganó fácil.

PARIS (Por Pablo Perantuono, desde Roland Garros).- Este otoñal miércoles de junio del 2004 quedará en la memoria de Gastón Gaudio, porque fue el día en el que el enorme potencial que atesoraba su cuerpo llego hasta el cielo. Si el tenis en algún punto se contacta con el arte, ayer el «Gato» lo colocó en ese preciso lugar. En 1h 55m desplumó al ex número «uno» Lleyton Hewitt, por 6-3, 6-2 y 6-2, y se clasificó semifinalista de Roland Garros.

Sin embargo, en el amanecer del partido la sensación fue otra. Todo parecía que le costaría mucho al argentino. Hewitt le quiebra el saque y no lo dejahacer ni un solo punto. El australiano, ya lo demostró cuando fue número «uno», es, tal vez junto a Guillermo Coria, el tenista que convierte su confianza en otro golpe letal, tan desbastador como un smash cercano a la red.

Pero ese primer game es un espejismo absoluto. Gaudio devuelve con la misma receta: quiebra el saque del australiano, dejándolo en cero. Entonces ya no hay dudas: estamos ante un gran partido.

Fue un gran partido, es cierto, pero quien más colaboró para ello fue el rubio de Témperley. Desde el tercer game comenzó a desplegar el papiro de su repertorio. Tira el primer drop shot, que desborda la red y muere a centímetros de la línea. Quiebra el saque del australiano para ponerse 4 a 2. Lastima con su revés y mantiene su saque. Otro drop y el primer set en su bolsillo, 6-3.

Arranca sacando Hewitt el segundo, pero Gaudio devuelve como nunca. En ese game tira dos drops deliciosos para quebrar y comenzar ganando. Conserva luego su saque, empalagando el court central con su revés.

Gaudio lo maneja con erudición y furia, como un gladiador que desenvaina su espada. Hewitt nunca logra desentrañar el destino que lleva su pelota.

Gaudio vuelve a quebrar sin ceder un solo punto. Nunca se lo ha visto al chico de Témperley tan aceitado: comete sólo ocho errores no forzados en ese segundo set. Es su mejor momento. París se rinde a los pies de su revés. La pelota obedece el mandato de su muñeca, con la silenciosa servicialidad que demuestra un ball boy. Después de cinco games seguidos, Hewitt gana su primer game y se coloca 4 a 1 abajo. Luego cada uno conserva su saque para que Gastón sirva para el set. El argentino no baja ni un apice su destructor andar. Y se lleva el segundo con su golpe menos dañino: mete un ace y un saque ganador.

A esa altura, todo parecía demasiado bueno para ser cierto. No es absurdo, de todas formas, que algunos fantasmas sobrevuelen el «Philippe Chartrier». Gaudio ha perdido algunos partidos como este; y Hewitt, gladiador por antonomasia, ha dado vuelta más de uno.

Pero la fantasía se prolonga. El tercero comienza sin alteraciones: el clima es destemplado, pero el tenis de Gaudio permanece en llamas. Sigue fascinando a París con su revés.

Cuando lo ejecuta despierta gestos de admiración. Su brazo derecho parece sostener un pincel, con el cual colorea un óleo para guardar el Louvre. Gastón quiebra y se pone 1 a 0 para conservar su saque y luego volver a quebrar.

Con su servicio, el argentino se toma un respiro. Es un momento de inflexión del duelo: o Gaudio se va para siempre o el australiano regresa de manera heróica.

Todo sigue su curso normal. O sea, Gaudio tocando las puertas de la perfección tenística. Quiebra otra vez y conserva su saque. Es el final. Atrás quedaron casi dos horas de belleza y felicidad.

Dos horas que, sin duda alguna, quedarán guardadas en la memoria de Gastón Gaudio.

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