Globalizados y manifestantes

Por Eva Giberti (Especial para "Río Negro")

Los titulares de los periódicos de Europa, Estados Unidos, Canadá y de otros países informaban: «En Seattle se llevará a cabo la Asamblea Internacional de los Pueblos, el 29 de noviembre de 1999 a la 1:24 post meridiano». La noticia continuaba: «A pesar de haberle sido negado el permiso para agruparse y marchar el día 30 de noviembre, consagrado como el Día Internacional de Protesta contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) que tiene programado reunirse en esta ciudad, la Asamblea de la Gente (Asamblea Internacional de los Pueblos) todavía planifica marchar desde el Distrito Internacional (4th y Jackson) a partir de las 11:00. La Asamblea de la Gente invitó a delegados de los países que sobrellevan los impactos devastadores de la Organización Mundial de Comercio para que formen parte de esta asamblea y se unan a la marcha que se realizará en Seattle para decir «basta de la basura de la Organización Mundial de Comercio».

El encuentro internacional contra esta organización había decidido desafiar la negativa del permiso y mantendría su decisión de reunirse. Las fotografías que publicaron los periódicos del día 30 de noviembre mostraban a la policía intentando dispersar la manifestación; no obstante lo cual, los disturbios fueron de tal envergadura que la reunión de la OMC no pudo realizarse.

Esta política de confrontación era un llamado a la no-violencia, a la desobediencia civil y a la construcción de alternativas a cargo de las poblaciones locales de cada país mediante la descentralización y la autonomía.

¿Qué pretendían los miembros de la Asamblea Internacional de los Pueblos? Reiterar sus denuncias – iniciadas en julio de 1999 – contra los avances de la globalización económica, promovida por la Organización Mundial de Comercio para incrementar el libre comercio. Según los manifestantes, el precio de la globalización es mortífero: «Millones de personas pierden sus hogares, sus tierras, sus subsistencias y algunas sus vidas, mientras las corporaciones y la elite continúan prosperando al precio de las vidas, de la sangre y del sudor de trabajadores y campesinos en todo el mundo».

Tanto la Organización Mundial de Comercio como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial despliegan las nuevas estrategias que se denominan globalización del capital, cuya práctica afecta la vida cultural, económica y política de los países que asumen esas consecuencias. El capital siempre fue global, pero actualmente su aplicación a escala gigantesca tiene el propósito de extraer ganancias y acumular capital sin que resulte posible generar barreras para contener esta política.

Todo ello desemboca en la caída de los jornales, los campesinos retirándose de sus tierras, la contaminación del ambiente, la destrucción de comunidades aborígenes, el control de la medicina mediante las patentes de los medicamentos, el aumento de las desigualdades entre hombres y mujeres y, entre otras, la explotación de los cuerpos de las mujeres que se prostituyen buscando trabajo en los países centrales. El aumento de la pobreza, la exclusión, la pérdida de servicios sociales para los desocupados (además de la pérdida de su trabajo), el ausentismo escolar dado que los niños se convierten en trabajadores, el desmantelamiento de la educación en aras de lograr sujetos competitivos y consumistas en lugar de acrecentar su sentido crítico y promover su desarrollo personal son otros de los resultados de la globalización. Los arreglos comerciales de estas agencias internacionales se organizan sabiendo que se producirán estos efectos: la Argentina es uno de los países que conoce muy bien estos resultados. La política que se intentaba desarrollar en la reunión que la Organización Mundial de Comercio propiciaba en Seattle consistía en subordinar más aún las necesidades humanas a las necesidades del mercado global.

La pretensión de la Asamblea Internacional de los Pueblos, constituida por campesinos, aborígenes, trabajadores de las más diversas actividades, jóvenes, mujeres y todos aquellos que estuviesen interesados en «derrotar al monstruo de la globalización», es la de nuclear a los países y a las personas que coincidan con esta protesta internacional.

Varias naciones asiáticas y latinoamericanas concurrieron con sus representantes a Seattle, pensando que ésta es la única manera de frenar el empobrecimiento de las naciones sometidas a la globalización. El manifiesto que se dio a conocer finaliza con estas palabras:

«Peleamos no solamente debido a los agravios humanos impuestos sobre nosotros. También nos comprometemos para construir un mundo nuevo. Nosotros somos seres y comunidades que podemos unirnos para lograr una unidad hondamente arraigada en la diversidad».

Este movimiento motivó editoriales en los periódicos más representativos de los países centrales, los que llamaron la atención de los lectores acerca de estas declaraciones y subrayaron el éxito que había logrado al obstaculizar la reunión del poder transnacional. Un clima de advertencia se traducía en varias de ellas: la Alianza de los Pueblos no está formada por un grupo de exaltados, algo nuevo ha comenzado a ocurrir y proviene de un reclamo internacional.

Esperemos verificar qué sucede el 1º de Mayo de 2000, fecha prevista para la nueva convocatoria. Hasta entonces, vale la pena pensar sobre cuánto interés pusimos en analizar qué significa para nosotros, habitantes de un país en estado crítico, haber ingresado en los programas de la globalización que regulan las agencias internacionales. También, qué significa habernos mantenido escasamente informados acerca del tema que durante una semana inquietó al mundo.


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