Gobernantes y riesgos

por HECTOR CIAPUSCIO

Especial para «Río Negro»

Es muy claro que el concepto «riesgo» ha tenido un crecimiento de popularidad extremadamente rápido desde tiempos cuando algunos sociólogos lo pusieron de moda y, más aún, que tiene una alta temperatura en nuestros días. Todos lo invocan a cada rato, se trate de una nueva plaga, un alimento, un medicamento, una innovación técnica, un emprendimiento material, financiero o político novedoso. Se reconoce en la acuñación académica de conceptos sobre esa especie de sonsonete implacable en estos tiempos, la paternidad del sociólogo alemán Ulrich Beck. (Lo caracteriza: «El riesgo puede ser definido como una manera sistemática de tratar los peligros e inseguridades inducidas o introducidas por la propia modernización»). Según la concepción de Beck en «La Sociedad del Riesgo» el problema esencial que plantea el desarrollo industrial en esta «Segunda Modernidad» que arranca hacia 1950 y ha cambiado tantas cosas en las sociedades, reside en la amenaza al planeta, en la posibilidad del desastre ecológico. Que su propuesta «alcanzó al tiempo en su carrera» (como decía nuestro Alberdi para explicar el éxito fulminante de sus «Bases» luego de Caseros) lo prueban las múltiples formas como han venido funcionando movilizaciones ecologistas en la tradición de libros como «Primavera silenciosa» de Rachel Carson y «Círculo cerrado» de Barry Commoner que advirtieron al pueblo y al Congreso de Estados Unidos en los '60 que debían sopesar los costos escondidos del desarrollo industrial.

Un sector con opiniones poco conocidas respecto al riesgo es el de los propios tecnólogos, supuestamente los más comprometidos con el asunto pero tradicionalmente poco explícitos. Tenemos, sin embargo, un testimonio reciente y que proviene de una autoridad reconocida, el presidente de la Royal Academy of Engineering de Inglaterra y pionero de la nanotecnología, quien analizó el tema «Riesgo y responsabilidad» dentro de una serie de conferencias difundidas a través de la BBC de Londres. Los ingenieros, dijo, debemos plantearnos seriamente los problemas fundamentales de nuestro trabajo. No debemos ignorar riesgos ni someternos sin pensar a falsos temores sobre sus posibles consecuencias. La gente podría no comprender que las soluciones de los problemas creados por la tecnología serán ellas mismas tecnológicas (la tecnología, digamos nosotros, actúa como la lanza de Aquiles que hiere y cura al mismo tiempo) si los ingenieros no son vistos como teniendo códigos de conducta irreprochables. Debemos, aconsejó, comunicar más y mejor, ser más transparentes en lo que hacemos y estar pacientemente preparados a las preocupaciones del debate público, aún cuando pensemos que esas preocupaciones están basadas en prejuicio o ignorancia. Hay que pasar del concepto de «la comprensión pública de la ciencia» a otro más dinámico de «involucramiento público con la ciencia» y para ello se debe corregir un sistema educativo que permite que los jóvenes estudien sólo por un lado sólo física y matemáticas y por el otro nada de las dos. Pero, además es necesario que los tecnólogos nos obliguemos a anticipar los desarrollos que podrían ser motivo de preocupación pública y no cansarnos de explicarlos honestamente. (Algo que nos trae al tema local candente de las fábricas de celulosa del río Uruguay). Responsabilizó en primer lugar a los políticos por no asumir los problemas que afectan el futuro, por no animarse al debate público y por no saber cómo presentarlos. Los responsables de las decisiones esconden la cabeza en la arena, apuntó. Admite que hay razones para que la gente se manifieste preocupada ante ciertos riesgos. Un problema planetario como el calentamiento global, por ejemplo, no es en modo alguno ni de lejos minimizable, es un problema real. De todos modos para él la tecnología es el gran nivelador, es la que está permitiendo que más y más personas accedan a lo que eran en otro tiempo privilegios de los ricos. Pero ella puede resolver nuestros problemas sólo si el público se compromete en la tarea necesaria. No olvidó advertir, sin embargo, que «el crecimiento de una política «green» ingenua está ella misma poniendo en peligro a las próximas generaciones en tanto rechaza soluciones tecnológicas que quizá podrían salvarnos».

Hay un tercer ámbito en el que la noción típica de riesgo adquiere a veces importancia vital, el ámbito de los que gobiernan o tienen responsabilidades públicas. Algunos lo sufren (riesgos de políticos que deben afrontar personalmente desastres que hubieran tenido que prever, el caso porteño Aníbal Ibarra-Cromagnon) y otros, al revés, lo usan. Este es el ejemplo que el joven y filoso politicólogo inglés David Runciman personaliza en Tony Blair en un libro reciente. Del líder británico critica lo que en su opinión ha sido la utilización del atentado del 11 de septiembre en Manhattan para embarcar al país en una política contra un «terror globalizado» a partir de declaraciones suyas del tipo «Yo siento apasionadamente que nos hallamos en peligro mortal de equivocarnos sobre la naturaleza del nuevo mundo en que vivimos» que le habilitaron llevar al país a la guerra en Irak. A esto el autor lo califica como «una política hipócrita del riesgo» desde que los hechos han demostrado que se basó en falsedades. Runciman hace notar que el manejo del riesgo se ha convertido en instrumento primario de poder político. Pone un premio a una acción decisiva –cualquiera sea esta– frente a la incertidumbre. El lenguaje tecnocrático del riesgo alienta al público a colocar su confianza en los expertos que tienen la capacidad de evaluar la evidencia. De esta manera permite a los políticos que «las lujurias mellizas de la certidumbre y la incertidumbre puedan ser desplegadas intercambiadamente»según demande la ocasión. Otorga poder a un líder para pelear cualquier batalla que él elija y requerir cualquier sacrificio. Coincidentemente el libro de Ulrich Beck, el clásico del tema como decimos más arriba, apuntaba: «Un nuevo riesgo es un elixir político. Asegura temor para que el conocimiento privilegiado elija nuevas obediencias».


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