Hablemos de telefútbol

En nuestro país un intelectual importante (no tiene nada que ver con «Carta Abierta») que se ha mostrado interesado en el fútbol como fenómeno de nuestra cultura popular es el sociólogo Juan José Sebreli. Son conocidos algunos comentarios críticos suyos sobre lo que ocurre en este deporte, juicios que le han reportado, de parte de «los que saben de fútbol», calificativos tales como descolgado, entrometido o ignorante. Pero a estos reproches de meterse con el fútbol retruca que no, que el fútbol se mete con él, un escritor a quien le toca vivir en una sociedad donde todo está inficionado por el llamado «deporte nacional». Ha denunciado los negociados de los clubes, las transferencias mafiosas, las estafas de los intermediarios, la compra y venta de jugadores, las altas comisiones de los dirigentes, la barbarie de las barras bravas, el fanatismo de los hinchas. El hincha, dijo en una de sus expresiones más resistidas, es una variante de la personalidad autoritaria; no está libre ni de racismo ni de xenofobia. En su libro de 1988 «La era del fútbol» presentó a este deporte-espectáculo como un instrumento utilizado muchas veces por los que mandan para manipular a la gente, distraerla con él para tapar sus problemas. En un reportaje refirmó luego su aserto con el ejemplo de 1978 cuando, dijo, los dictadores militares fueron aclamados en Plaza de Mayo al grito de «Videla corazón».

Hace poco, en diciembre del 2008, publicó «Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos» en uno de cuyos capítulos retorna al tema del fútbol. En efecto, allí analiza -o, mejor, disecciona a frío bisturí y con amarga lucidez- la personalidad de varios ídolos populares argentinos, entre ellos Diego Maradona, el cuarto en un conjunto de iconos (palabra griega, no lleva acento en la i) que integran Gardel, Evita y el Che. Habla de él como un mito negativo y un personaje de ejemplaridad lamentable para la juventud no sin declarar que no le importa que sus críticas puedan ser mal recibidas por sus admiradores ya que éstos «no ven un libro, ni siquiera la tapa». A ese mito del telefútbol, producto de la masificación del consumo y la trivialización consiguiente, lo integran otros entremezclados. El de la identidad nacional para el nacionalismo populista, el del mendigo transformado en príncipe para las clases bajas, el del rebelde social para los intelectuales de izquierda, el del transgresor para la juventud de la contra-cultura. Y lo que de él relata en cuarenta páginas de referencias precisas sobre el accidentado transcurso de su vida personal y pública, absolutamente disipada y escandalosa, no es algo que aquí quisiéramos siquiera resumir.

Al autor le salió (podríamos decir «con los tapones de punta») su colega Pablo Alabarces -profesor de Cultura Popular en la Facultad de Sociales, doctorado en Brighton y especialista en cultura futbolística- con un comentario del mencionado trabajo sobre los cuatro mitos argentinos. Publicó una nota en la que lo ubica jocosamente como «celebérrimo intelectual todoterreno» y lo ironiza diciendo que «Sebreli es a la Sociología lo que Tinelli a la cultura de las masas». En cuanto al ensayo en sí, objeta un par de informaciones erróneas sobre el ex futbolista (no fue exceptuado del servicio militar, el Napoli no lo sometió al antidoping antes de echarlo) y observa, personalizando, que está fatalmente incompleto porque un libro sobre mitos nacionales no se ocupa de «otro de los mitos de nuestra cultura que es, justamente, el propio Sebreli».

Vale la pena aquí referir ideas -relativas también al mito Maradona- expresadas a través de medios por este especialista en la cultura deportiva que tiene en su haber títulos de libros como «Fútbol y Patria» (2002) e «Hinchadas» (2005) y una copiosa producción periodística. En un artículo precisamente titulado «Maradonologías» del 27/10/2008 (y en el que rinde justo homenaje -a propósito del tema y su autoridad en él- al prematuramente desaparecido antropólogo Eduardo Archetti) escribe que entendió siempre a Maradona como una consecuencia necesaria del peronismo, su continuidad por otros medios. Entre los 80 y los 90 el personaje era (citamos casi textualmente) aunque sólo en el campo de lo imaginario, el viejo relato de lo nacional y popular, el que interpretaba a las clases populares, el plebeyo irreverente y transgresor, un negrito respondón y deslenguado en el que la cocaína era un desliz roquero, y por eso nunca cuestionado por sus admiradores. Concluye anotando que los años posteriores nos permitieron ver en qué terminaba todo eso: que el peronismo es definitivamente una mueca conservadora y «Maradona se ha vuelto una nota de color periodística; de plebeyo irreverente a bufón de los medios; de símbolo de patria a mercancía mediática».

A la fecha de este artículo el autor ridiculizaba en el cierre, ante «su irrefrenable decadencia», la seriedad de una candidatura de Maradona para técnico de la selección nacional de fútbol, algo que finalmente, como sabemos -y padecemos- se consumó. Y eso nos lleva a aclarar cuál fue la motivación de esta nota, a explicar qué idea nos llevó a ocuparnos de este personaje singular (no sin temor de merecer, por metidos en tema ajeno, un retruque de admiradores suyos en la línea del «¿Qué diablos habrá él ido a hacer en esa galera?» del clásico francés). A decir que lo que deseamos es señalar la incongruencia de una biografía como la suya con la posición que detenta, convirtiéndolo en la cara internacional del deporte argentino. Deplorar cuánto eso significa para la tan lastimada fama de la Argentina y juzgar el caso como algo sólo explicable por el ambiente de deshonestidad en que se desenvuelve el fútbol profesional, un fenómeno, éste sí, congruente con el relajamiento ético que nos aflige como país y del cual somos todos responsables.

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Doctor en Filosofía


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