Hace 35 años comenzaban a viajar los e-mail
Todo comenzó con un intercambio de información entre los ordenadores de dos universidades americanas. Hoy, 35 años después, el correo electrónico o 'e-mail' se ha convertido en el instrumento de comunicación más poderoso.
Amina y María del Mar no se han visto nunca. No se conocen de nada, y es improbable que lo hagan jamás. Amina es nigeriana y estuvo a punto de morir lapidada por una relación adúltera. María del Mar es madrileña y ha su
perado tres años de infierno personal, en el que se sintió perseguida y acosada. Lo que ambas tienen un común es que la herramienta de comunicación más poderosa de la era digital les cambió la vida. El correo electrónico ayudó a salvar la de Amina e intentó arruinar la de María del Mar.
El correo electrónico o e-mail tiene 35 años de edad. El 29 de octubre de 1969, unos ingenieros estadounidenses lograron transmitir el primer mensaje electrónico de la historia, dando a luz un sistema que ha logrado recuperar viejas amistades, enamorar a desconocidos y crear leyendas urbanas, como la de aquella cadena de alimentación que criaba pollos mutantes para no tener que desplumarlos.
Son 35 años de luces y sombras, pero el correo está en plena forma. En España, ningún otro servicio de Internet tiene tanta aceptación: el 96% de los internautas lo usa cada día. «Mi dirección de correo electrónico es mi identidad digital y mi casa virtual: lo que no está en la bandeja de entrada, no existe», explica Enrique Dans, profesor del Instituto de Empresa, que usa el correo desde principios de los noventa. Los adictos al e-mail lo consultan varias veces al día, al menos cinco, según varios estudios. Gracias a él, los ejecutivos se comunican con sus clientes; los emigrantes, con sus familias; los oyentes de radio, con los locutores. Hasta el Papa lo usó una vez para disculparse por los abusos de la Iglesia en el Pacífico sur. Y es que, como cualquier otra herramienta, el correo sirve para diferentes cosas.
Quizá el mejor ejemplo del uso del e-mail en positivo lo tiene la sección española de Amnistía Internacional (AI). El año pasado, cuando se supo que la nigeriana Amina Lawal había sido condenada a morir lapidada por cometer adulterio, AI puso en marcha una campaña de recogida de firmas por e-mail. No hay internauta español que no recibiera el mensaje. AI logró recoger 10 millones de firmas en todo el mundo y Amina fue absuelta.
Amnistía cree que el correo electrónico es «el arma más poderosa» que ha tenido nunca en sus manos. El organismo cuenta con una red de 25.000 españoles que se movilizan cuando hay que realizar una petición concreta, y según Miguel Ángel Calderón, responsable de comunicación, «las condiciones de las víctimas mejoran en dos tercios de los casos». Pero AI es cautelosa. No quiere atribuir a los correos todo el peso de la liberación de Amina, y, además, las mejores noticias tienen su lado oscuro: la campaña se mezcló con un fals correo, atribuido a AI, que alertaba de la inminente ejecución de la joven y reclamaba más firmas. Nunca se supo quién lo puso en marcha y qué beneficio sacó de ello, aunque es fácil suponer que se trataba de un spammer.
El correo no solicitado o 'spam', la vigilancia silenciosa de nuestra intimidad, los falsos rumores. Esa es la cara oculta del e-mail. Los internautas muestran tal fidelidad por la herramienta que muchas veces creen cualquier cosa que leen desde que ven que tienen un mensaje. «Confiamos en la tecnología porque hemos comprobado sus ventajas», explica Dans. «No tenemos capacidad, en cambio, para prever los problemas». Lo demostró ese destructivo virus disfrazado de mensaje de amor.
El e-mail provoca también conflictos muy serios entre empresas y trabajadores. María del Mar Cruz lo explica con su ejemplo. Esta madrileña de 32 años llevaba más de diez trabajando en el mismo lugar cuando recibió una carta de despido. Su contenido la dejó atónita. En el documento se explicaba que en los PC estaba instalado un programa que permitía saber, «desde que usted enciende su equipo hasta que lo apaga», los trabajos desarrollados en él. La carta continuaba detallando conexiones al correo que María del Mar niega haber realizado. La joven, que ganó su demanda laboral por despido improcedente, denunció a la empresa por violación de su intimidad. Un juzgado madrileño desestimó el caso, pero ella recurrió a la Audiencia Provincial, que le ha dado la razón y ha devuelto el asunto al juzgado.
El derecho de los empresarios a revisar el correo de los trabajadores es un asunto de disputa permanente, y diferentes jueces han dado distintas soluciones. Pero, como dice Javier Mestre, defensor de María del Mar Cruz, «si quieres probar que hay mala fe en la conducta de un empleado no necesitas violar su intimidad». María del Mar tiene ahora otro trabajo, y usa el correo de la empresa para asuntos estrictamente profesionales. Ya no envía un «llegaré tarde» o «compra azúcar» a su novio. Si tiene que hacer una gestión personal usa su móvil. ¿Y el e-mail? «Jamás».
A pesar de virus, programas espía y correos basura, el uso del e-mail crece un 30% al año. Y es ya mucho más que un medio de comunicación. Los internautas procesan tanta información, y desde tantos lugares, que utilizan el correo como archivo virtual. «La gente almacenará información y la compartirá con sus amigos; organizará parte de su vida en torno al mail», explica Pelayo García, de MSN.
El correo electrónico es ya, de hecho, parte irrenunciable del día a día de quienes lo utilizan. Hay quien, como Enrique Dans, tiene varias cuentas, y en su «esquizofrenia» –confiesa– se envía mensajes a sí mismo para manejar sus múltiples personalidades virtuales. Los hay que, como María del Mar, usan el correo sólo por motivos de trabajo y nunca reenviarán mensajes como el de Amina, que salvó su vida porque el correo convirtió su invisible condena en una causa visible. Y su poder e influencia crecerá aún más porque la mayoría de los habitantes de este planeta no ha recibido chistes, ni virus, ni falsos rumores, ni disculpas eclesiásticas. Sólo el 12% de la población mundial tiene acceso a Internet.
Patricia Fernández de Lis
© EL PAIS Semanal
Nota asociada: El hombre que hizo clic Colombia, a un toque de ratón
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