¿Hace falta regionalizar?
Por Pastor Méndez
La «regionalización» tiene el atractivo y quizá el mérito de sustraernos del círculo de la política cotidiana y acaso recrear algunas ideas adormecidas durante décadas. Planteada como ha sido, no parece ir más allá de una propuesta diversionista… distractiva. ¿Qué cambiaría en un país naturalmente conformado por regiones?
La iniciativa halla sustento en una de las normas de la Constitución Nacional: «Las provincias podrán crear regiones para el desarrollo económico y social… (art. 124) que en la parte final dice «corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio». Una facultad no delegada y explicitada en la reforma de 1994.
¿Podría llevarse al grado de plantear la revocatoria de lo actuado por el gobierno central, por ejemplo en materia de concesiones, o determinar la recuperación de los territorios de los Parques Nacionales?
Por supuesto que un proyecto de «regionalización» que pudiera involucrar la secesión de enormes territorios con escasa población, petróleo, gas, agua, montañas, mar y el aire más puro del mundo, ha de merecer la atención de las grandes corporaciones transnacionales. El halago no debería sorprenderle al gobernador neuquino, aludiendo a su entrevista con el New York Times.
Parece más sencillo y quizá más eficaz (aunque siempre dependerá de los actores) que las provincias y municipios creen organismos competentes para resolver en las cuestiones de interés recíproco: energía, medio ambiente, turismo, vialidades, transportes, comunicaciones, coparticipación, regalías y servicios tales como justicia, seguridad, salud, educación. Pero primero cada provincia y municipio debería ordenar su propia casa. Este requisito previo sería suficiente para comenzar a hablar de «plazos largos…»
La Constitución de Río Negro ya ha «declarado» su pertenencia a la región patagónica (art. 10), mandando que el gobierno «coordina e integra prioritariamente sus políticas y planes» con las restantes provincias y autoridades nacionales al sur de los ríos Barrancas y Colorado. De manera que excluye a La Pampa y deja abierta la puerta al partido de Patagones. Lo que resta hacer es «hacer», nada menos.
Si algunos se atreven a integrarse con otros países, incluyendo a alguno nada confiable ¿qué puede impedirnos la integración entre nosotros?»
Las provincias patagónicas, aun con sus límites históricos de los ex territorios, pueden integrarse y complementarse cuanto quieran y puedan. Pero en lugar de regionalizar para comprimir, achicar o eliminar municipios, tener una sola legislatura, un solo gobernador (y por ende afrontar el zafarrancho de establecer una sola capital), quizá debería hacerse «todo lo contrario»: dar más posibilidad de que más gente de los respectivos lugares trate y resuelva sus problemas, y que los gobiernos (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) de las provincias «integradas» comprometan y aseguren apoyo. Entonces surgirían muchas más cuestiones concretas a resolver. Cómo constituir o fortalecer núcleos que permitan irradiar hacia la periferia.
En el caso de Bariloche, la idea deviene de principios del siglo pasado: integración con la región andina inmediata del Neuquén, sudoeste de Río Negro y noroeste del Chubut. El nuevo requisito es algún esfuerzo oficial y privado para sumar a la economía de servicios turísticos zonas rurales y pueblos vecinos.
Diversificar la oferta puede revertir en mejores negocios. A la vez, adecuar nuevos escenarios turísticos «con participación» de empresarios y pobladores de esos lugares puede contribuir a sustentar el arraigo.
Que el morador de la campaña y pequeñas poblaciones empobrecidas no siga alentando como única perspectiva futura arrimarse a los sectores marginales de las ciudades. No hablamos ya de abrir caminos, construir puentes o tender rieles ferroviarios, como hicieron los pioneros hace cien años.
Puede suponerse que con una organización adecuada, corderos al pie del asador y con el tiempo parte de la lana y cueros con agregado de artesanía local podrán resultar más redituables, generar trabajo y permitir a las familias recuperar labores culturales que van desapareciendo.
Siquiera atemperar el creciente éxodo de la población rural, especialmente joven, demanda recrear condiciones atractivas. Todos conocen las causas y las consecuencias de la falta de incentivos. Resulta cada vez más difícil alcanzar o sostener la calificación de «unidad económica» en el sector pecuario. También en este rubro el productor es el que menos gana. Sube el precio de la lana y en desproporción el antisárnico; (por error) abre la caza de la libre y prolifera el zorro (algunos de dos patas). Una alternativa parece ser la diversificación a través del turismo rural.
La provincia del Neuquén, necesitada de prever la sustitución de los recursos no renovables que hoy la sustentan, quizá quiera reflotar aquel antiguo proyecto de la Ciudad Industrial del Nahuel Huapi que hiberna desde hace casi un siglo. Río Negro podría sumarse sobre la margen derecha del Limay promoviendo la radicación de emprendimientos tecnológicos como los surgidos del Centro Atómico Bariloche y el Instituto Balseiro. Con ejido y diseño nuevo quizá esté llamada a convertirse en centro de ensayo de energías alternativas, granja eólica, cosechadora de vientos, prototipo del reactor Carem y de algunos desarrollos de la empresa Invap, compartiendo ambas provincias la nueva sede y campus del Centro Regional de la UNC.
La interacción impuesta por la combinación de recursos generaría una dinámica propia, opuesta a los intereses que bregan por una Patagonia impoluta y, si es posible, deshabitada.
Los responsables de la gestión deberán compatibilizar dos premisas incuestionables: la preservación de los recursos naturales y los aportes de la ciencia y la tecnología para contribuir con recursos, desarrollo y fuentes de trabajo a terminar con la vergüenza de las villas miseria circundando el paraíso.
Hubo una vez un ministro nacional de Obras Públicas que imaginó y proyectó un destino promisorio para toda la región. Promovió la ocupación de la frontera sudoeste, favoreciendo la radicación de pobladores, impulsó el ferrocarril y la investigación del territorio para asegurar el futuro de esas radicaciones a través de la comisión encabezada por el geólogo norteamericano Bailey Willis, secundado por el ingeniero Emilio Frey (1911/14).
En cercanía del perito Moreno, supo que no bastaba el laudo arbitral de 1902 e imaginó una provincia andina con parte de los Territorios Nacionales del Neuquén, del Río Negro y del Chubut. Planeó la «regionalización» mediante una línea de fuerza de brazo largo y vigor suficiente como para sustituir a aquella de origen trasandino que había contado con casa central en Puerto Montt, sucursales en el Nahuel Huapi, Comallo, transporte lacustre, estancias con 262.000 hectáreas, tropas de carros y proyección hacia el puerto de San Antonio Oeste, con un giro comercial declarado de 400 mil libras esterlinas (1). Corral Chico, un antiguo paradero, humilde paraje y estación ferroviaria al oeste de Valcheta lleva su nombre: Ministro Ramos Mexía.
La búsqueda del lugar de emplazamiento de la capital del nuevo territorio la encomendó al geólogo norteamericano, quien lo halló en la pampa que bordea la margen izquierda del Limay a poco de su nacimiento (unas 1.100 hectáreas). El mismo narró que un periodista argentino de entonces escribió: «La imaginaria Ciudad de los Césares ha sido encontrada. Sólo debemos construirla».
Y Bailey Willis concretó el sueño de Ezequiel Ramos Mexía: «…apenas cruzando el río se encontraba la llanura en la que -con buey y arado, siguiendo la costumbre antigua- habíamos trazado las calles de la ciudad futura de Nahuel Huapi… yo invité a todos a un banquete dentro de cinco años en el gran hotel de Chacabuco, ubicado arriba del lago Limay… inspeccionamos el campo de dieciséis hectáreas destinado a la Universidad Industrial y de Bellas Artes… la niebla cubría el valle, así como las nieblas del futuro cubrían estos sueños…» (2)
(1) Juan Martín Biedma, Toponimia del PNNH, 1978 (Parques Nacionales)
(2) Bailey Willis, «Un yanqui en la Patagonia», Sudamericana, 2001.
(*) Periodista
La "regionalización" tiene el atractivo y quizá el mérito de sustraernos del círculo de la política cotidiana y acaso recrear algunas ideas adormecidas durante décadas. Planteada como ha sido, no parece ir más allá de una propuesta diversionista... distractiva. ¿Qué cambiaría en un país naturalmente conformado por regiones?
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