Hacia una verdadera reforma política

Por Alicia Miller

Nunca como hoy se ha planteado la importancia del voto responsable, sea en el sentido que fuere.

Un voto positivo llevará a uno u otro sector político al Parlamento, o lo alejará de él.

Los votos en blanco, nulos o impugnados no llevarán a nadie a ninguna parte. Pero si representan, como se supone, un porcentaje lo suficientemente grande, deberán ser leídos como un ultimátum para la «clase política», ese colectivo heterogéneo que ha acompañado la degradación de otras categorías sociales en el país.

Los políticos son los receptores de la mayor parte de las culpas que reparten los argentinos en estos días. Y no en vano, aunque toda generalización sea, por definición, errónea.

La materia con la que operan es la «cosa pública». Por definición, son personas a quienes les preocupa en forma especial el bien común, o que por formación o vocación tienen ideas particularmente buenas para mejorar la situación del conjunto de la sociedad.

Son algo así como los «gerentes» de esta empresa que es el Estado, sea nacional, provincial o municipal. Administradores de los bienes colectivos. Y estos bienes no son sólo los fondos públicos, puesto que de decisiones políticas dependen también cuestiones vinculadas con la actividad privada: en parte, la rentabilidad de las empresas, los servicios disponibles, la política cambiaria y de exportación, el control del medio ambiente, la educación, la seguridad y mucho más.

Pero la relativa «profesionalización» de los políticos en la sociedad contemporánea tiene una particularidad: su permanencia en la actividad casi nunca depende de los resultados que logren para el conjunto, y ni siquiera de su acatamiento a la ley.

En la Argentina, un país que se reduce en virtud de la severa recesión, los empresarios grandes y chicos están mal, los empleados también, los desocupados peor y los profesionales sufren. Los únicos que no han visto desmejorar su calidad de vida han sido los políticos o, al menos, la mayoría de ellos. Esa es la gran «factura» que hoy les pasan quienes impulsan el voto en blanco, nulo o impugnado e incluso aquellos que emitirán un sufragio especulativo al estilo de «voto a éste para que no gane aquél».

Durante la campaña preelectoral que antecedió a los comicios de hoy, fue notorio que -pese a ser una elección de senadores y diputados nacionales- casi no se habló de soluciones parlamentarias a los problemas del país. Y en la provincia, no se abrió un debate acerca del endeudamiento, la deficiente prestación de servicios públicos, ni las investigaciones que involucran al gobierno en contrataciones poco transparentes.

En síntesis, hay una elección de parlamentarios nacionales y el resultado «congelará» de algún modo una fotografía del descontento. Hoy en la Argentina no hay satisfechos, ya que a nadie le favorece el país tal como está.

Pero las cifras que surjan del escrutinio de esta noche sólo tendrán un sentido si abren la puerta a una verdadera reforma política, no a ese remedo acomodaticio que fue la última modificación de la Constitución Nacional.

¿Qué reforma conformaría a los insatisfechos? Nadie les ha preguntado, pero el sentido común lleva a suponer que una que incluya:

– La eliminación de las listas «sábana» para favorecer el voto directo a los candidatos y desalentar la incorporación de «indeseables» bajo el paraguas de un nombre «limpio».

– La prohibición de la reelección en todas sus formas, para favorecer una alternancia en el poder y evitar la impunidad.

– Un sistema transparente de financiamiento de los partidos políticos que reglamente incluso los aportes privados.

– Severas sanciones a la utilización del empleo público y la ayuda social como herramientas electorales. El funcionario y el partido que designaran a un «ñoqui» o entregaran comida o favores a cambio de adhesión electoral deberán ser inhabilitados para la función pública por un lapso prolongado.

Esta enumeración no es excluyente. Varias organizaciones no gubernamentales han comenzado a desarrollar y a exponer a través de Internet sus propuestas, y las hay muy interesantes.

Una de ellas es la que impulsa «validar» el voto en blanco. Esto significaría que si los votos en blanco alcanzaran el número exigido para cubrir una banca, ésta quedaría vacía hasta la próxima elección, con el ahorro de dieta y asesores y como advertencia a quienes no las ocupan en forma digna.

Otra propone que se autorice la presentación de candidatos independientes, para romper el monopolio de representación que la legislación actual otorga a los partidos políticos.

Los dirigentes políticos saben que están en la mira, pero parece que no reunieran el coraje suficiente para hacer lo que se les reclama. Ahora, no sólo les llegan quejas, también ideas. Sólo falta que actúen en consecuencia.

Alicia Miller

amiller@rionegro.com.ar


Nunca como hoy se ha planteado la importancia del voto responsable, sea en el sentido que fuere.

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