Harina, colimba y luces
A los trece, la música estaba lejos aún para Angel Frette; escuchaba un poco de chamamé en casa, sus padres son correntinos. Hombreando bolsas de harina en una confitería de Devoto, conoció a un loco que tocaba la guitarra y tenía todos los instrumentos para armar una banda. «El tipo me enganchó en la batería, era fácil, dijo… Comencé a estudiar y seguí. Mi primera batería la compró el dueño de la confitería, descontándomela de a poco del sueldo. Después vinieron los carritos de la Costanera y largué ese laburo, mi viejo me quería matar. Yo colaboraba en casa con un buen sueldo fijo y me largaba a la aventura. Mi vida fue un caos, pero seguí. Con catorce años toqué en una cantina que se llamaba Chanta Cuatro, en Carlos Gardel y Anchorena, y en cabarets; me las rebuscaba. Me fui relacionando con el ambiente de música popular».
«A la clásica llego de un modo raro. En uno de los tantos trabajos temporarios que tuve, fui reflectorista en los estudios Argentina Sono Film (en Martínez) que se usaban para televisión. Tenía dieciocho años y me habían sorteado para la colimba. A uno de los programas que se grababan allí, fue la Banda de Fuerza Aérea Argentina. Hablé con los músicos, les conté que tocaba batería -yo quería zafar de la cana- y me mandaron a ver al director. Justo inscribían, así que me dijo que diera la prueba. Ingresé como aspirante y me sirvió en lugar del servicio militar. Estuve cinco años y antes de ascender a cabo primero, pedí la baja. Pero conocí al timbalista, un pibe macanudo cuyo padre le buscó un profesor del Teatro Colón que le daba clases en Fuerza Aérea. Me quería enganchar porque así le salía más barato; tanto hinchó que finalmente acepté. Y empecé a conocer otros instrumentos, siempre orientados a lo sinfónico. Llegaron las placas, el xilofón, la marimba. A los tres años de estudiar con Juan Ringer, me llevó al Colón como extra. Dejé la batería, seguí estudiando, perfeccionándome, hasta quedarme sólo con las placas. Tuve problemas con (Pedro Ignacio) Calderón y pasé por dos años y medio a la Sinfónica Nacional. Cuando hubo concurso en la Filarmónica, me presenté y gané. Desde entonces, ya es historia conocida… ¡Mirá si me hubiera sacado número bajo!»
¡Al Brasil, al Brasil!
«Del 22 al 28 de mayo vamos al Festival de Campinas, San Pablo. Invitaron al dúo que formamos con Elías Gurevich, pero surgió la posibilidad de integrar al Trío del INSA con Arturo y Stella. Hablamos con Rajneri y el Instituto nos va a apoyar con los pasajes. Representaremos a la Argentina, el dúo Frette-Gurevich, el Trío del INSA y Oscar Albrieu».
(ER)
A los trece, la música estaba lejos aún para Angel Frette; escuchaba un poco de chamamé en casa, sus padres son correntinos. Hombreando bolsas de harina en una confitería de Devoto, conoció a un loco que tocaba la guitarra y tenía todos los instrumentos para armar una banda. "El tipo me enganchó en la batería, era fácil, dijo... Comencé a estudiar y seguí. Mi primera batería la compró el dueño de la confitería, descontándomela de a poco del sueldo. Después vinieron los carritos de la Costanera y largué ese laburo, mi viejo me quería matar. Yo colaboraba en casa con un buen sueldo fijo y me largaba a la aventura. Mi vida fue un caos, pero seguí. Con catorce años toqué en una cantina que se llamaba Chanta Cuatro, en Carlos Gardel y Anchorena, y en cabarets; me las rebuscaba. Me fui relacionando con el ambiente de música popular".
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