Hay una larga tradición de formación desconectada de la realidad

Los protagonistas de la escuela -docentes, padres y alumnos- son integrantes de una sociedad en la que el concepto de ciudadanía ha sido sometido a más de un contraste entre teoría y práctica. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) realizó un estudio sobre la base de los datos del Latinobarómetro 2001 (una encuesta anual aplicada a 17 países de América Latina) que indican que los efectos de la crisis económica y el mal desempeño de los gobiernos han impactado fuertemente sobre todos los países de la región. En el caso de la Argentina si bien a fines del 2002 el 62 por ciento de los encuestados consideró que la democracia es preferible a cualquier otro régimen de gobierno, 6 de cada 10 señaló que hay democracia cuando se garantiza el bienestar de la gente, mientras que el derecho al voto y a la libertad de expresión tienen un lugar secundario.

En la versión adaptada para trabajar en las escuelas medias de «Aportes para el Desarrollo Humano en la Argentina/2002», se advierte que «el predominio otorgado a la resolución de los problemas socioeconómicos lleva a que el 49 por ciento de los encuestados afirme que 'no le importaría que llegara al poder un gobierno autoritario si pudiera resolver los problemas económicos del país'. Cuanto menor es el nivel socioeconómico, mayor es la probabilidad de apoyo a una alternativa autoritaria».

Las opiniones de los adultos que tienen a su cargo la formación de los jóvenes pone en evidencia la complejidad de hacer realidad en la escuela el aprendizaje ciudadano. La profesora titular de Historia de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata, Silvia Finocchio, explicó que «los factores económicos y políticos coadyuvan, los maestros sienten la pérdida de la identidad nacional y reclaman reafirmarla. Igualmente -advierte- en relación con formación ciudadana, suenan como palabras vacías y nadie sabe muy bien de qué está hablando. Hay que abrirlas en dos dimensiones: por un lado, la dimensión política de los deberes y derechos y ver qué se pone ahí. Cuando se habla de ciudadanía se habla alrededor de un concepto que tiene una historia en el que se cruzan tradiciones democráticas, republicanas, liberales y la tradición social y cada una le aporta cosas distintas: la democracia la priorización de las decisiones de la mayoría; la republicana, el acuerdo a las leyes; la liberal, la promoción de las libertades como garantía del desarrollo y la social, como el establecimiento de los sistemas de seguridad social garantizados por el Estado. Cuando hablamos de ciudadanía ¿de qué estamos hablando? Hay que iniciar la búsqueda de nuevas valencias para esa idea .»

Con el objetivo de proveer de contenido a ese concepto, Finocchio, quien también se desempeña como profesora en la Universidad de Buenos Aires y es investigadora principal de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) explicó que «hay que conectar todas las asignaturas con las experiencias vitales de los chicos. Enseñar los Derechos del Niño y el texto de la Constitución, avanzando en la realización de pequeñas utopías en la construcción de ciudadanía a partir de prácticas en las que los chicos puedan ser actores para revertir lo libresco, enciclopedista, centrado en la cabeza de los adultos. En la escuela no hay una problematización de la idea política, de la vida en común. No hay una representación de la idea de pasado, presente, futuro. Hay una larguísima tradición de formación desconectada: enseñábamos la Constitución en un contexto de dictadura, la disociación escuela-sociedad es histórica. Un ejemplo actual es la desconexión con lo que escuchan los chicos, me refiero, por ejemplo, a la cumbia villera».

-¿Cómo es o debería ser el abordaje de los docentes frente al tema de la formación ciudadana? Responde Siede, quien también se desempeña como formador docente en la escuela de capacitación (Cepa) de la secretaría de Educación porteña.

-La pregunta de los docentes es cómo hacemos el tema qué hacemos. Hay dos campos de cuestiones, unas que hacen a la convivencia social: las normas, derechos y responsabilidades que permiten la convivencia. Qué se hace en el campo de la justicia frente al maltrato, contra la discriminación, contra la violencia, a favor de los derechos humanos. Hay otras cuestiones valorativas que hacen a la búsqueda de la felicidad: las creencias, los modos de vida. En ese campo, la escuela no tiene injerencia para plantear un modo de vida mejor que otro.

-Pero, cómo actúa en la formación de criterios que hacen a las elecciones de los chicos…

-La escuela habitualmente se escandaliza porque los chicos van con aritos, vestidos de cierta manera, porque escuchan cumbia villera cuando esas son elecciones culturales. Lo que sí es relevante es que la escuela amplíe el horizonte cultural de los chicos. Uno puede ofrecerles otras alternativas. Si pensamos que escuchan música mala no entramos en el diálogo. Esto implica una revisión de criterios institucionales fuertes. Trabajar sobre la Justicia implica habilitar espacios de deliberación. Qué tipo de ciudadano queremos formar: si es uno que se porte bien, simplemente con estímulos y castigos podemos lograrlo, la pedagogía conductista lo quería. Si uno lo que quiere es una sociedad libre e igualitaria, fundar una ciudadanía pluralista, la escuela tiene que promover prácticas complejas para que los chicos desarrollen criterios de actuación desde los cuales tomar decisiones en el ámbito público como deliberar, votar qué es justo y qué es injusto. Poner a los chicos en situación de tomar decisiones, escuchar los argumentos de otros para construir consensos.

Uno no puede anticipar el futuro pero sí entrenar el presente para ir dando respuestas en dos niveles: con actividades de enseñanza y con la organización institucional de la escuela. Poner a los alumnos en situaciones de deliberar, de tomar decisiones, de construir el espacio público escolar. Hay experiencias en las que se les da a los chicos participación en cómo distribuir las becas, en cómo distribuir el tiempo para utilizar, por ejemplo, una cancha de fútbol que hay que compartir con otros. Como dice Philipe Meirieu ´aprender es hacer algo que uno no sabe hacer para poder hacerlo'. Se aprende a participar, participando y el docente puede proveer herramientas para hacerlo.

Birgin coincide en que «es preciso remarcar, sobre todo desde el tercer ciclo de la Educación General Básica (de séptimo grado a segundo año del secundario) –tiempo en que se consolidan las capacidades para pensar desde diferentes puntos de vista, hipotetizar, explicar, tomar posiciones, etcétera—que se abre un importante trabajo sobre las formas espontáneas que tienen adolescentes y jóvenes de nombrar y clasificar –sujetos, procesos, fenómenos—que pueden ser fuertemente connotados por prejuicios o imaginarios sociales, y que suelen aplicarse a pares –ésos negros´, ´los de adelante´, és bolita´— como a diferentes situaciones políticas, sociales. Será propicio trabajar desarmando esas visiones –con interrogantes que generen conflictos cognitivos, promoviendo búsqueda de información sistemática, contrastando fuentes, utilizando datos estadísticos, todas experiencias que ayudarán a poner en cuestión los propios puntos de vista, a discutir dogmatismos, prejuicios, preconceptos, saberes del sentido común y a construir acuerdos sobre las cuestiones en juego». (H. L)

Nota asociada: Qué ideas políticas aprenden hoy los chicos en las escuelas  

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