Hazaña y tragedia

A fines del 2008 el primer ministro Gordon Brown formuló una pública disculpa del gobierno británico en relación con la injusticia cometida en tiempos inmediatamente posteriores a la II Guerra en la persona de Alan Turing (1912-1954). Su texto expresaba: “En nombre del gobierno y de todos los que viven en libertad gracias al trabajo de Alan, debo decirle: perdónanos”. La historia de este genial matemático, lógico y tecnólogo, renovada en los medios a partir de esa declaración oficial, se registra ahora en infinidad de trabajos entre los que se destaca la biografía que escribió Andrew Hodges bajo el título “Alan Turing. The Enigma”. Es el relato de una gran hazaña social y una patética tragedia personal. La hazaña se refiere al increíble trabajo de desciframiento del código de guerra de las fuerzas armadas alemanas que tuvo a Turing como líder y que se reconoce como un factor decisivo (hasta por encima del radar) en el triunfo de los Aliados sobre el Eje en la II Guerra Mundial. La tragedia se refiere al infortunio que sufrió Turing, víctima absurda de un prejuicio social de la sociedad inglesa de aquel tiempo. La carrera universitaria de Turing fue brillante. En 1934 se graduó en Cambridge con honores. En 1936 ingresó en Princeton y se doctoró en 1938. Sus trabajos impresionaron al gran Johnny von Neumann, quien le ofreció trabajar con él, pero no aceptó. Planteaba giros revolucionarios en la matemática teórica y la lógica computacional que revelaban el intelecto de un genio. Vuelto a Inglaterra se especializó en filosofía de las matemáticas y escribió trabajos que lo calificaron como pionero de la Inteligencia Artificial. Su hazaña. Desencadenada la guerra, Turing fue encargado por el gobierno de encabezar la sección creada para descifrar los famosos códigos de guerra de la potencia germana. Asistido por un equipo multidisciplinario de primer nivel, trabajó denodadamente en el centro de Bletchley Park. Fue el criptoanalista y artífice principal de un trabajo que logró finalmente abrir el sistema de códigos de la máquina alemana “Enigma”, considerada inexpugnable por su enorme complejidad, agilidad y sofisticación. Enormes esfuerzos de investigación cerebro intensiva, larguísimas jornadas, sacrificios personales y genialidades a granel fueron la marca singular de este éxito. Uno de sus participantes comentó en chiste sobre riesgos de paranoia en la furia de trabajo del equipo: “Para hacer lo nuestro no es necesario ser loco, pero ayuda”… En términos prácticos la apertura de las claves y el funcionamiento de la máquina “Enigma” que consiguieron los liderados por Turing les dio a los aliados la ventaja de tener información preventiva (que, para evitar detección, fue prudentemente administrada) acerca de planes del enemigo y de los movimientos de sus unidades militares y máquinas de guerra. En tanto los alemanes, ignorando la ruptura de la “Enigma”, siguieron en la confianza de que sus códigos eran absolutamente inviolables. Así el desciframiento influyó, por ejemplo, en la suerte de la batalla del Atlántico en la que ingleses pudieron conocer de antemano muchos de los movimientos de submarinos alemanes, los ataques de la Luftwaffe sobre Londres, los planes de la Wehrmacht en Europa o los del ejército de Rommel en África del Norte. Las jerarquías militares del hitlerismo se desvelaban atribuyendo estos éxitos del enemigo a fatalidad, traición, espionaje o radares novedosos. Su tragedia. La homosexualidad de Turing, así como sus rasgos psicológicos –típicos de un “raro” absoluto e inconformista esencial–, eran conocidos. Cuando volvió la paz, y mientras él proseguía sus pioneros trabajos científicos, los servicios secretos del gobierno lo tuvieron en la mira por lo que él sabía del descriptado del “Enigma” y dada su condición de homosexual que lo hacía vulnerable. En 1952 tuvo en su casa a un compañero de la noche que le robó su portafolio y él mismo lo denunció al día siguiente, autoincriminándose inocentemente en cuanto a su homosexualidad (una condición que era punible en Inglaterra y lo fue hasta 1967). Fue condenado por ofensa criminal ofreciéndosele la alternativa de una prisión de dos años o una cura con hormonas femeninas, castración química. Aceptó la segunda opción con el resultado de meses de angustia que le hicieron la vida insoportable. Dos años más tarde, y poco después de su 42º cumpleaños, se suicidó mordiendo una manzana ensopada con cianuro. En un libro reciente del científico inglés Richard Dawkins se lee: “Como intelecto pivotal en la ruptura de los códigos alemanes, Turing hizo una contribución mayor al triunfo sobre los nazis que Eisenhower o Churchill. (…) Después de la guerra, cuando el papel de Turing ya no era más ‘top secret’, debería haber sido condecorado y festejado como salvador de esta nación. En vez de ello, ese genio gentil y excéntrico fue destruido en razón de un ‘crimen’, cometido en privado, que no dañaba a nadie”. No fue honrado en ese tiempo pero no le han faltado múltiples homenajes posteriores. El del primer ministro Gordon Brown del 2008 al que hacemos referencia en el principio es sólo uno entre muchos. En 1966 la Association for Computer Machinery estableció el “Turing Award”, el más alto honor de la computación, equivalente al Nobel. Una encuesta nacional de la BBC en el 2002 lo ubicó 21º entre los mayores científicos británicos de la historia. En junio del 2007 fue inaugurada en Bletchley Park una estatua de 1,5 toneladas donada por un multimillonario americano. Otra, emplazada en Manchester, tiene una placa que dice: “Alan Mathison Turing. Padre de la Ciencia de la Computación, Matemático, Lógico y Descifrador de Códigos en tiempos de guerra. Víctima del prejuicio”. (*) Doctor en Filosofía

HéCTOR CIAPUSCIO (*)


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