¿Hermanos siameses?

Arnaldo Paganetti

Qué difícil que se hace la convivencia con la gran cuota de hipocresía nacional, puesta al desnudo en el segundo capítulo de la vigorosa marcha emprendida por el padre del malogrado adolescente Axel Blumberg, en pos de mayor seguridad, con más y mejor justicia y menos impunidad.

El fenómeno de una ciudadanía – predominantemente de clase media urbana -, movilizada detrás de un hombre común sin verba discursiva, el ingeniero Juan Carlos Blumberg, se desarrolla al margen de los aparatos partidarios y pone en foco en la convivencia mafiosa entre delincuentes, policías y políticos.

Los falseamientos de la realidad, en rigor, se observan en todos los órdenes. Vayan píldoras de muestra: en el juicio oral y público contra la ex funcionaria María Julia Alsogaray, un ex secretario privado del ex ministro de Justicia Raúl Granillo Ocampo, denunció sobresueldos en negro que llegaban a los 50 mil dólares mensuales; la crisis energética, desató un vendaval de autocríticas y reproches que malquistó entre otros al Presidente con su «aliado estratégico» y puso en el banquillo de los amonestados a las principales firmas petroleras; Carlos Menem, eludió desde Chile una orden de comparendo del juez Jorge Urso en una causa en apariencia menor, y Eduardo Duhalde y su esposa «Chiche» justificaron la actitud del principal detractor de Néstor Kirchner.

Hasta los oficialistas con una mirada más calma y componedora, aceptan hoy que la relación entre kirchneristas y duhaldistas, está pasando por un momento de tensión que puede traducirse en inconvenientes coletazos cuando se trate en el Congreso la ley de coparticipación federal de impuestos, la baja de la edad de imputabilidad a menores (de 16 a 14 años) o la pretensión de intendentes de todo el país (incluidos los sospechados del Gran Buenos Aires) de que Nación se haga cargo de una deuda de 460 millones de dólares que asumieron con organismos internacionales antes de la devaluación.

Desde esta columna se vienen delineando contrapuntos entre Kirchner y Duhalde acerca de la forma de resolver la reconciliación interna, tras las secuelas dejadas abiertas por la última dictadura militar o la manera de provocar una renovación en el Partido Justicialista.

La novedad es que, desde una tribuna pública, Kirchner volvió a criticar la «desprolijidad» del proceso de pesificación asimétrica encarada por Duhalde, y éste le contestó a través de un medio nacional que no debe sentirse culpable ni seguir «abriendo frentes de batallas innecesarios».

Duhalde, quien mantiene su predicamento sobre jefes comunales de la provincia de Buenos Aires, había dicho la semana pasada que la Argentina todavía no es un país confiable para las inversiones. Ante el enojo de Kirchner (operadores de ambos están tratando por estas horas de concertar un encuentro para hacer las paces), se permitió una ironía: «Estamos bien, pero vamos mal».

La rencilla adquiere relevancia, porque siguen a flor de piel los problemas de abastecimiento de gas y petróleo, y tanto desde la administración norteamericana, como del FMI y el Banco Mundial, se mantiene la presión para que «el impresionante crecimiento» económico argentino, se traduzca en un compromiso de un superávit superior al tres por ciento para afrontar las exigencias de los acreedores externos.

James Wolfensohn, titular del BM, reconoció que una prioridad, como pregona Kirchner, debe ser el costado social, pero -condicionó- «si uno quiere seguir en el juego, tiene que cumplir con las obligaciones». En este punto el desacuerdo persiste. El santacruceño reiteró que no está dispuesto a transar, y su contracara, Anne Krueger, replicó que el pago de lo que se debe es una garantía para que la recuperación sea perdurable en el tiempo y generadora de nuevas remesas de fondos.

Repuesto de su dolencia estomacal, Kirchner mantuvo su estilo de embestida frontal. La purga en la Policía Federal la intensificó, mientras discrepó con algunos editorialistas a los que reprochó, a través de su jefe de gabinete Alberto Fernández, la defensa que hicieron, en el pasado, del ex represor tucumano Antonio Bussi o del militar «de los silencios» Roberto Viola.

El ministro de Seguridad de Buenos Aires, León Arslanian, debe lidiar con los intendentes (el gobernador Felipe Solá tuvo que pararlo: «no generalices, hay que señalar con nombre y apellido») y con algunos hombres como el senador Horacio Román, a quien ordenó instruir una causa por enriquecimiento ilícito. Duhaldista y predicador de la «mano dura», Román ostenta el récord de estar 19 años al frente de la Comisión de Seguridad. Su salida (ya no cuenta con inmunidad parlamentaria), abre la puerta para profundizar la limpieza que reclama Kirchner desde la Rosada. Estos avatares son los que dieron lugar a que le «calentaran» la cabeza a Duhalde, diciéndole que K orientaría las acciones judiciales en contra de sus adeptos, entre los que se contaría un gobernador.

Años de descontrol y corruptelas, fortalecieron amistades sin tener en cuenta la procedencia de origen. Diputados duhaldistas y menemistas zarandearon la última semana al ministro Gustavo Beliz. Al salir, el titular de Justicia comentó: «Estos están totalmente locos y divorciados de las demandas de la gente».

La última marcha de Blumberg frente a los tribunales fue acogida positivamente en el gobierno que, aún así, sigue intentando quitarle la iniciativa al dolorido padre y frustrar la idea que sobrevuela en el aire: la convocatoria a una nueva concentración, esta vez en Plaza de Mayo.

El presidente Kirchner no contempló en el plan nacional de seguridad la utilización de las fuerzas armadas en la lucha contra el delito, pero dejó maniobrar a Beliz y Arslanian para lograr apoyos técnicos y uso racionales de los recursos del Estado. En esta dirección, esta semana deberían firmarse acuerdos para facilitar helicópteros y cuarteles en desuso para albergar a unos 5800 presos que hoy inundan comisarías.

«No violentaremos nuestra doctrina progresista y democrática cuando alquilemos cárceles o transporte militar», confió un adláter de Kirchner al ratificar que el acto de la Esma (que tantas críticas levantó) fue un punto de inflexión.

El agravamiento de la relación entre Kirchner y Duhalde, empeoraría la situación. El patagónico llegó a insinuar que si el bonaerense resiste los cambios que está demandando la ciudadanía, está decidido a encarar un «plan B» y disponer una intervención directa en la provincia de Buenos Aires.

«Nadie discute que existen las diferencias, pero la alianza no está en riesgo. Kirchner y Duhalde están convencidos que son como dos siameses con el destino atado», trató de llevar tranquilidad un operador del Presidente. La vida es dada, pero no hecha.

Arnaldo Paganetti

arnaldopaganetti@rionegro.com.ar


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