Hesayne, el escritor…

Cuentan los rionegrinos que lo suelen frecuentar que su mirada se pierde serenamente cuando la conversación se vuelve sobre aquel tiempo de sangre, asesinato, desaparición y tortura. Tiempo en que él fue obispo de Viedma. Y muestra cartas. Cartas que cruzó con los mandos de la dictadura con un único objetivo: defender la vida. Hoy aquí, en Debates, reflexionamos sobre el estilo en que fueron escritas, la firme convicción con que se planta la pluma, la espiritualidad que les da forma...

Cartas de un obispo a los dictadores, en plena dictadura

Carlos torrengo

carlostorrengo@hotmail.com

Las cartas de Hesayne están dirigidas, entre otros, a Jorge Rafael Videla, Albano Harguindeguy (ver recuadro), el general Abel Catuzzi, un mando duro que durante un tiempo del régimen militar fue segundo comandante del V Cuerpo de Ejército, del cual dependió la represión en la Patagonia, y al contralmirante (RE) Julio Acuña.

En sus cartas, el obispo despliega sin ataduras sus críticas a la criminalidad de la dictadura. Economía de palabras, pero muy calibradas para la dirección que buscan. Ausencia de eufemismos. “La tortura es inmoral, la emplee quien la emplee. Es violencia y la violencia es antihumana y anticristiana”, le dice a Harguindeguy en carta del 24 de abril del 77, tres días después de que ambos se entrevistaran en Viedma. Y le acota Hesayne: “He clamado para que nuestras FF. AA. empleen el rigor de la ‘fuerza’ cuantas veces fuera necesaria, pero en la hidalguía y el coraje y jamás en la ‘violencia’, que es inhumana e indigna de nuestros soldados”.

Y Hesayne estampa en esa carta una reflexión que se proyectará con fuerza de verdad excluyente en los años por venir: “Mi pena –dice a Harguindeguy– se basa en que una victoria a costa de actos indignos se convierte pronto en derrota, porque nadie construye ni al margen ni contra Dios. Fuerzas Armadas que torturen no saldrán impunes antes Dios creador”.

Huelgan las palabras. Con independencia de la sujeción estrictamente confesional que conlleva la reflexión, muy pocos años después de aquella carta se plasmó la derrota de las FF. AA.

Pero en sus cartas Hesayne no pierde la aplicación de cierto estilo –protocolar en todo caso– de identificación con el poder al que se dirige. Se relaciona –por caso– con Jorge Rafael Videla en términos de “Excelentísimo señor presidente”. Y cuando escribe al todopoderoso ministro de Interior, general Albano Harguindeguy, habla de “Su excelencia”.

En los finales de las cartas enviadas a Videla, el obispo siempre le asegura una oración “diaria para que el espíritu de inteligencia lo asista”. Y en una de esas misivas envía “mis respetuosos saludos en el Señor de la historia”, o sea Dios.

En otra carta –19 de diciembre de 1979– remata el final presentando “con respetuosa cordialidad a V. E. los votos muy sinceros de felicidad personal y familiar con motivo de la próxima Navidad, una oración para el éxito cristiano de vuestras gestiones gubernamentales en el curso del año que se inicia”.

En otra carta –la del 3 de mayo del 83– Hesayne se despide ratificándole a Videla que seguirá rezando por él. Y se despide “con la mayor consideración”, pero mudando el título de Dios. Si antes era el “Señor la historia”, ahora lo es del “mundo y de la Iglesia”.

Videla tampoco descuida el “baile en el Potomac”, apelación en la política americana que valoriza hacer política con la elegancia del vuelo de los cines sobre el famoso río.

Jamás –por caso– el dictador dejará de agradecer al obispo que rece por él.

Pero no se engañan.

Expresan morales encontradas en relación con la tragedia que vive el país en materia de violencia, incluso desde mucho antes del Golpe.

Porque una cuestión se ratifica inexorablemente. Uno, defiende la vida. Otro, se define en sus propias palabras: “Morirán todos los que tengan que morir”, dirá a poco andar la dictadura. Y más tarde, con cinismo demoledor, acotará ante una pregunta, con gesto de sorpresa “¡Los desparecidos!”… No están… no tienen identidad…”. Casi orillando el “¡de qué me hablan!”

Queda claro además, en la carta a Harguindeguy, que Hesayne no niega el derecho de las FF. AA. a reprimir. Incluso en lapsos que define en términos de “cuantas veces fuera necesario”. Pero encuadra esa tarea en un marco moral.

En todas sus cartas a los mandos de la dictadura, Hesayne avanza desde un primer enunciado en el que define su confesión religiosa: “Ave María”. Y tras argumentar la razón del contacto, generalmente cierra asumiéndose en su “Fe cristiana”, coloca a Dios como testigo de su sinceridad, de sus convicciones. Y siempre dejando abierta la posibilidad de que aquellos mandos sean “iluminados desde la fe” para rectificar caminos.

Porque Hesayne nunca les niega su condición de creyentes. Condición que por otra parte los militares asumían vía una retórica extendida con demagogia. Hombres de cruz en pecho y misa como mínimo dominical. Poder militar, hijo dilecto de la nación católica que germinó en la década de 1920 y se consolidó en la siguiente. La cruz y la espada como razón moral de la Nación. Desprecio por lo distinto.

Todo un relato ideológico autoritario que, como poder decisorio excluyente en la vida del país, ya es historia. Se derrotó asimismo en la propia dictadura.

Hesayne no alienta ninguna esperanza de que al denunciar que no se puede torturar, asesinar, violar y ser cristiano a la vez, los mandos de la dictadura apelen a un acto de contrición y cambien de conducta.

Lo que busca el obispo es colocar en blanco y negro la hipocresía de esas conductas.

Y avanzada ya la dictadura, el obispo mantendrá un interesante cruce de cartas con el segundo gobernador de facto que tuvo Río Negro, el contralmirante (RE) Julio “Gancho” Acuña. Definirá de “impío” que con autorización oficial se realice la Vuelta de la Manzana en la Semana Santa de 1980. El obispo estima que se desvirtúa así el significado religioso de ésas.

En otras misivas, denunciará el seguimiento por parte de la Policía de Provincia de Río Negro a él y otros miembros de la Iglesia Católica que colaboran en la lucha por los derechos humanos.

Se cruzará en ese ida y vuelta una visita que a la provincia en 1981 realiza el flamante Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Hesayne estará junto a él. Dirá que el Premio Nobel vino a sumarse a favor del Evangelio y no a hacer política. La visita molesta al gobierno provincial. Y si Acuña siempre rechazó que la Policía de Río Negro siguiera a Hesayne y su gente, en esta oportunidad le hace saber al obispo que no cree que no haya llegado para hacer política. Y le adjunta a modo de ratificar que Pérez Esquivel no es neutro en política, un ejemplar de una revista de finales de 1972 en la que éste confiesa: “Si tuviera 20 años o menos, sería montonero”.

En fin, todo en un tiempo que no se hundirá fácilmente en aquello que Eric Hobsbawm llamó “La noche larga de la historia”…


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios