Hipocondrías

Pocas cosas hay tan precarias como la salud. Al menos la salud entendida como la ausencia de dolor.

Tarde o temprano nos llegará el turno de sufrir. Y a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.

Por supuesto que dolor no siempre es sinónimo de enfermedad pero ya hemos aprendido la lección y ahora sabemos que el dolor puede terminar matando sin que medie la sangre o un virus.

Uno de los motivos subyacentes para que el psicoanálisis y otras terapias que utilizan la palabra y la introspección como cura resulten tan atacados o menospreciados en los tiempos actuales- con un escenario dominado por los grandes laboratorios-, es precisamente su camino, distinto al del fármaco. El psicoanálisis no es negocio.

«La especie humana se caracteriza por el nivel de individuación que han alcanzado sus miembros. Cada cual ha de tener entonces su palabra que decir sobre lo que considera su salud, es decir, su vida vivida desde dentro, puesto que sabe que no será la sociedad ni la especie quienes protagonicen desde dentro su muerte cuando él muera», escribe Fernando Savater en su «Diccionario Personal» (Planeta).

La salud, la enfermedad y la cura nos involucra sobre todo a nosotros, aunque parezca una obviedad decirlo.

Hay dolores que presagian el conflicto físico, pero muchos, nos atrevemos a decir que la mayoría, sólo nos hablan de las penas del alma. Heridas que no cicatrizan las sustancias, sujetas a la percepción que tenemos de las cosas, la voluntad y la alegría de vivir.

«Yo creo, como Jules Romains, que la salud es un estado precario que no presagia nada bueno», decía Jorge Luis Borges.

Hay salud a pesar de los achaques. Hay goce aunque un rayo nos atraviese de cabo a rabo cada tanto. Esto lo saben los médicos de todos los tiempos. La hipocondría, bien lo explica el filósofo español, Antonio Escohotado es «la tristeza fijada sobre nuestro propio cuerpo».

El corazón suele doler más por amor que por cansancio. El hígado se rinde ante la exagerada búsqueda de anestesia, los pulmones a la nicotina y el humo que prometen borrarnos de un plumazo el nerviosismo. Pero aun sin todo estas drogas, el tipo en mejor estado físico del planeta dirá: «me duele», cuando la tristeza lo atenaza.

«La salud es básicamente un ánimo –la alegría-, cuya presencia incrementa la capacidad de obrar», dice Escohotado quien plantea una lucha cotidiana contra la hipocondría y su aliado más perseverante: el miedo.

El miedo a morir no es otra cosa que el vértigo a vivir intensamente. Los conjuros, todos, son fútiles, la muerte nos espera en cualquier recodo del camino. Juega al ajedrez mientras pasan las horas. En esta situación encuentra su energía el arrojo, un bien de los hombres y mujeres sin capa ni antifaz.

«El día que amanece para tu muerte es un día cualquiera, una casualidad», escribe Abilio Estévez.

Hay enormes posibilidades en una carcajada y casi ninguna en la preocupación.

Claudio Andrade


Pocas cosas hay tan precarias como la salud. Al menos la salud entendida como la ausencia de dolor.

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