Historia de los héroes que nacieron en las sombras

Acaba de ser publicado el libro “Historia de la Historieta Argentina”, de Judith Gociol y Diego Rosemberg (De la Flor). Una investigación que va desde Patoruzito hasta Inodoro Pereyra.

A través de más de quinientas páginas y desde Patoruzito al Inodoro Pereyra, “Historia de la Historieta Argentina” es un profuso trabajo de investigación que emprendieron Judith Gociol y Diego Rosemberg.

Este ensayo, que además presenta una excelente calidad gráfica, recorre la historia de la historieta nacional tomando como eje a los personajes, lo que permite una lectura amena y veloz.

Un año y medio de investigación, decenas de entrevistas, visitas a coleccionistas y un rastreo obsesivo en librerías de usados y bibliotecas, les demandó a los autores reconstruir esta historia, desde comienzos de siglo hasta nuestros días. La investigación alcanza también a los dibujantes y guionista que fueron quienes crearon a los personajes. Algunos de esos personajes nacieron como personajes secundarios o de relleno como Patoruzú, Mort Cinder o incluso el propio Clemente que tenía un compañero llamado Bartolo, dueño de un tranvía.

“Los héroes argentinos no saben lo que son. Lo descubren al mismo tiempo que el lector”, señala Pablo De Santis desde el prólogo, al analizar esa transformación que se fue dando en muchos personajes, a partir de las preferencias del público.

Si bien “Las aventuras de Viruta y Chicharrón” de Manuel Redondo están consideradas como el punto de partida de la historia argentina, el salto cualitativo se daría en la década del 10 cuando Constancio Vigil lanzó la revista “Billiken” que llegó a vender 500 mil ejemplares, a 20 centavos cada uno. La publicación incluía historietas extranjeras como Superman pero también nacionales como Pelopincho y Cachirula, El Mono Relojero, Ocalito y Tumbita.

En la década del 30 fue cuando los diarios incorporaron los “cuadritos” o sea los cómics de nuestros días. Son los tiempos de Don Fulgencio, Ramona, Avivato, Fallutelli, Pochita Morfoni, Fúlmine y Bómbolo y las chicas de Divito con sus cinturas de avispa.

La época de oro de la historieta transcurrió entre el 40 y el 50. En el 45 había aparecido la revista Patoruzito, uno de los grandes éxitos de todos los tiempos y que albergó en sus páginas a personajes auténticamente nacionales como Patoruzú y su padrino Isidoro.

“La historia de la historieta argentina” editada por De la Flor, rinde su homenaje a uno de los creadores más prolíferos del género: Héctor Oesterheld. Fundador de las revista Hora Cero y Fronteras, sus amigos lo definen como “una máquina de imaginar y redefinir los estereotipadas reglas de la historieta a través del El Eternauta, Erni Pike, Sherlock Time, Sargento Kirck, Ticonderoga, Amapola Negra, Nahuel Barros, Cayena,Watami y Mort Cinder (considerada por muchos la mejor historieta nacional y que alumbró en 1962).

Muchos de los relatos de Oesterheld -desaparecido durante la dictadura- fueron dibujados por Breccia, pero también contó con la colaboración de Francisco Solano López. La década del 70 contempla la despedida de Rico Tipo, Patoruzú y la decena de publicaciones de la editorial Columba. Pero aparece la cordobesa “Hortensia” – que contó con el aporte de Crist y Roberto Fontanarrosa- y de Satiricón dirigida por Oskar Blotta y que llegó a vender 250 mil ejemplares antes que fuese clausurada por el gobierno de Isabel Perón. En sus páginas publicaron Carlos Trillo,Mario Mactas, Cris, Carlos Ulanovsky, Alejandro Dolina, Carlos Abrevaya y Fontanarrosa.

En 1973 el diario Clarín inauguró la costumbre de dedicar su contratapa a las historietas. En 1975 debutó “El Loco Chavez y Pampita” de Carlos Trillo y Horacio Altuna. En 1977 apareció “Diógenes y el Linyera” de Tabaré, Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya, y en 1980 alumbró “Teodoro y Cía” de Viuti, que reemplazo a Mutt y Jeff, la última tira extranjera que sobrevivía en el matutino.

En cuanto a Clemente, habitante histórico de esa contratapa, había nacido como complemento de Bartolo, un gordito melancólico que manejaba un tranvía, a modo de mascota, a partir del 7 de marzo de 1973.

El éxito definitivo de Clemente fue durante el Mundial 78, que para el público sustituyó al gauchito del logo oficial. Ese año y con su campaña de tirar papelitos en las canchas -pese a los militares y a la oposición del popular relator José María Muñoz- la tira de Caloi era más leída que el cuerpo del diario.

La popularidad de Clemente en gran medida obedeció a su “pertenencia de clase” como dijo Elvio Gandolfo: “era del tablón, tenía el escudo de Boca en el corazón y la mística barrial en el alma”.

La historia incluye a otros los personajes animales no menos famosos en las historietas argentinas, desde la vaca Autora a Diógenes y el Mendieta, estos últimos siempre reflexivos, la voz del sentido común, con mucho de filósofos caninos.

(DyN)


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