HISTORIAS PATAGONICAS: Radiografía sureña en los albores de los novecientos

Cuando en la víspera de la Nochebuena de 1901 la expedición de Aarón Anchorena partió desde Trelew, la interna policial de Chubut se disputaba a balazos, tambaleaba el gobierno neuquino del coronel Olmos y el FC Sud estudiaba llegar al gran lago.

La Patagonia norteña se puso al rojo vivo a fines del primer año del siglo XX y principios de 1902. El jefe de policía del Chubut se tomaba a tiros con el comisario Eduardo G. Lahitte, días después un balazo en la cabeza mataba un vecino del Limay (el vasco Segundo Elorreaga), y llegaba al Neuquén Gabriel Carrasco del ministerio del Interior para empujar al poco prolijo gobierno del coronel Lisandro Olmos. Estaba por arribar a la isla de Choele Choel desde Viedma el ingeniero Eliseo Schieroni para realizar la agrimensura lugareña.

Al margen de los altibajos de esos acontecimientos consumados o a punto de suceder, en la noche del miércoles 18 de diciembre de 1901, los integrantes de la expedición encabezada por Aarón Anchorena acompañado de Esteban Llavallol y Carlos Lamarca-, se apearon en la terminal Trelew del tren que los llevó desde Puerto Madryn, una vez que desembarcaron en su viejo muelle tras tres jornadas de navegación en el vapor Chubut.

En Trelew, cabecera de la colonia galesa a 70 kilómetros de Madryn a bordo del Ferrocarril Central del Chubut, el hotel El Globo era el obligado recinto para reposo de todo viajero. El servicio de trenes carecía de horarios. Funcionaba

sólo con demanda de pasajeros y carga, de manera que combinaba el arribo de los vapores de línea que atracaban al viejo muelle chubutense (ver foto), marchaba a regular velocidad y una vez que la locomotora rechinaba deteniéndose frente a la primitiva estación Trelew, los pasajeros y sus bultos disponían de carros y calesas para reponerse de la casi siempre zangoloteada travesía marítima. Aunque Anchorena no lo registra, allí estaban a la vista los acopios de vías y durmientes para prolongar el ferrocarril hasta Gaiman, obra que comenzarías entre 3 y 4 semanas después. Una vez que los carruajes se detenían frente al hotel, la modesta comodidad a unos pasos se parecía al Paraíso.

Esos días previos a la Nochebuena quedó señalado- no eran los mejores en el territorio del Chubut y en la región del Nahuel Huapi, precisamente travesía y destino final de los expedicionarios.

Al mismo tiempo de su arribo, un poblador del gran lago, de paso por Buenos Aires, visitó la redacción del diario La Prensa, y pintó un panorama patético de la zona cordillerana, reflejada en una extensa nota editorial aparecida en la mañana del domingo 22 de diciembre reservándose el nombre del denunciante. Despotricaba contra la autoridades que dejaban desguarnecida semejante frontera y a manos de los bandidos que entraban por los boquetes de la cordillera.

En el mismo ejemplar de ese domingo se podía leer un telegrama enviado desde Rawson el sábado 21, mientras Anchorena y sus expedicionarios estaban a la búsqueda de caballada, guía, bastimentos y un par de carros, además de recorrer la colonia galesa. En realidad, la nota podía ser una elíptica crítica al gobernador Conesa. El telegrama sostenía que la «población chilena y el cuatrerismo aumenta considerablemente en la cordillera. El comisario Bimboni agregaba- en lugar de aprehender a los salteadores que se encuentran en las inmediaciones de Telsen, se ocupa de recolectar armas entre los pobres indios para tratar de desmentir las noticias fundadas en hechos positivos transmitidos a los diarios de esa capital».

¿Quién era que telegrafiaba esos mensajes a La Prensa? Nada menos que el comisario Eduardo Humphreys, asentado en Súnica, con jurisdicción en la colonia galesa 16 de Octubre y boliche y surtimiento de harina, azúcar, yerba mate, conservas, ginebra y toda otra manutención destinada a pobladores de todo origen, provinieran de chacras o tolderías. Pronto agregaría un anexo próspero y codiciado: el telégrafo.

El mismo ejemplar de La Prensa anunciaba que «el mayor Bronsar y el teniente Kinkelin, con los señores Anchorena, Llavallol y Lamarca, se preparan para salir a la cordillera a la brevedad posible».

Entre las noticias patagónicas que el matutino incluía, una, proveniente de Chos Malal, Neuquén, recordaba que el peligro de conflicto armado con Chile no debía todavía descartarse. «Personas llegadas de la cordillera dicen que en el territorio chileno frente al boquete Copahue existen mil caballos que son cuidados por 300 soldados».

En ese clima beligerante, las comisiones cordilleranas seguían con su labor, ya que el diario anunciaba que «llegó a Nahuel Huapi el ingeniero Frey de la comisión de límites con Chile». El campamento de Emilio Enrique Frey fue instalado entonces en la hoy esquina ocupada por la sucursal del Banco de la Nación. Muy pronto Frey recibió allí a los

ingenieros del Ferrocarril Sud «Krag (ver recuadro) y Seratton que se encontraban haciendo estudios para la prolongación del ferrocarril hasta el lago», según anotó Anchorena cuando llegó al lago.

Pero en Trelew, al elenco estable de los exploradores que en realidad tenían firmes propósito cazadores- les acompañaban el taxidermista belga ex «preparador anatómico del Museo de La Plata» Luis Boccard, el cazador profesional de origen itálico Constantino Ambrosioni y el fotógrafo uruguayo Telmo Braga. También dos galgos y el inseparable fox terrier Pampa, faldero de Anchorena.

Según sus apuntes, para el 23 de diciembre ya habían reclutado la caballada, contratado al guía George Hammond, malvinero, auxiliado por peones galeses y la custodia de 4 soldados del regimiento 6, y dos carros para los equipajes y las armas largas.

Partieron hacia la cordillera «en compañía del mayor Von Bronsart (que corrige lo publicado por La Prensa) y el teniente Kinkelín», y según el mismo apunte, hicieron noche en Gaiman, «pueblito…bastante pintoresco». Pero contrariamente a lo que podría suponerse -festejar la Nochebuena en el Gayman Hotel-, por ejemplo, «el día 24 pasamos por entre trigales y alfalfares, fertilidad que contrasta con la aridez de la parte alta del valle» y el día de Navidad tomó a la expedición en travesía del desierto patagónico. El panorama le hizo anotar a Anchorena la palabras «tristeza y desolación» y reportar que la zonas sin agua los obligaron a marchar noche y día. El señorito aristócrata devenido en explorador descubre así la adversidad geográfica y describe la magra dulzura del calafate y el infortunio de las lagunas salobres, aunque plagadas de cisnes.

Como buenos cazadores, los expedicionarios se abastecieron de «guanacos, avestruces y liebres patagónicas en gran cantidad», en este, el tramo «menos interesante» y soportando calores de hasta 39º grados centígrados a la sombra.

No fueron las únicas incomodidades: abundaron los vientos huracanados, los tábanos y mosquitos zancudos. «Por lo general acampábamos entre sauces a la orilla del río, donde hay abundancia de truchas» (sic), aunque corrige inmediatamente: «Estos pescados, que pertenecen a la familia de las percas, son de un sabor muy suaves y agradable y no hay viajero por aquellas regiones que no haga su elogio».

Curiosamente, pocos días después de esta anotación de Anchorena, el enviado del Ministerio del Interior a Neuquén Gabriel Carrasco, recorrería, en los primeros días de 1902, la Confluencia. Lo hizo con empleados del gobierno territorial enviados desde Chos Malal, hospedándose en la fonda Bella Vista de Celestino Dall Anna- junto al puente a punto de concluirse sobre el río Neuquén. También anotaría: «he comido truchas muy ricas pescadas por aquí». En realidad eran percas. Como se sabe, a ese mismo lugar llegarían exactamente dos años después, embriones de las primeras truchas norteamericanas en paso hacia el Nahuel Huapi.

FRANCISCO N. JUAREZ

fnjuarez@sion.com

(Continuará)


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