Ideas del tedio

La demora en medio de un caos del tránsito puede ser propicia para disparar las más curiosas divagaciones, entre el tedio de la espera.

Quien ha debido aguardar frente a las barreras por un tren que parece no llegar nunca, sabe de esas cavilaciones de ocasión.

Bien. En San Martín de los Andes no hay barreras, claro, porque no hay trenes. Pero hay calles que obligan a la paciencia cuando el invierno las convierte en pistas de patinaje incierto.

En esas lides estaba un conductor, a quien este cronista acompañaba, cuando perturbado por la larga fila, reflexionó: «esta ciudad es un embudo… todos vamos a parar al mismo lugar».

La frase podría ser motivo de múltiples figuras, hasta de metáforas sociales si uno se esforzara en la vena de una literatura comprometida. Pero puesta en el contexto de lo urbano, es una sentencia inobjetable.

San Martín es un raro embudo de flujo y reflujo, que lleva a personas y rodados de los barrios periféricos al centro y viceversa, pero siempre por el mismo «cuello»: la Cuesta de los Andes, el peor sitio para encontrarse con una nevada pertinaz o una helada inhóspita, como las de la pasada semana.

Pero el tránsito vehicular es un dato secundario en esta trama urbana, aunque son sus líos los que ponen en evidencia el problema. Y el problema es cómo se sucede y orienta el natural crecimiento de la ciudad.

San Martín es como el tronco talado de un árbol, al que se le practica un corte longitudinal. Se vería entonces un medio punto en el centro y un hemiciclo de múltiples medio anillos a su alrededor. Al oeste, la ciudad está bloqueada por el lago Lácar y el Parque Nacional Lanín, de modo que sus «medio anillos» de crecimiento van siempre extendiéndose hacia el este.

El núcleo concentra actividades administrativas, comercios, servicios, turismo. Si bien es notable el número de alojamientos que se expanden por fuera del área centro, los visitantes confluyen en el casco histórico porque allí es donde se les prodiga atención. A su vez, hay un ejército de personas que los atienden y acuden a diario desde los barrios.

En 10 cuadras a la redonda hay una multitud, que se compone de los que vienen a disfrutar y de los que hacen posible que disfruten.

Pero además, de la periferia al centro vienen aquellos que hacen sus compras, realizan trámites, se atienden en el hospital, se casan, nacen… se mueren.

El resultado en un espacio tan diminuto no puede ser otro que el caos de flujo y reflujo, con hielo o sin hielo en el camino.

En los últimos años comenzaron a multiplicarse los comercios y servicios en la periferia. Incluso, hay quienes promocionan sus productos con una embrionaria distinción de este asunto: «no se mueva de la Vega…», vocean los locutores.

Y es que la gente suele ir más rápido que los gobernantes cuando se trata de acomodarse a los hechos. Estas líneas comenzaron con divagaciones ocasionales en una trampa del tránsito y habrán de culminar del mismo modo. Quizá sea hora de pensar en mudar la administración de la ciudad.

No se trata, claro, de poner el despacho del intendente en un barrio, sino de descentralizar las oficinas del municipio y de las empresas o cooperativas que prestan servicios, incluso el hospital y hasta los bomberos.

Y por qué no, recrear una ciudad con un casco histórico y turístico, que a su vez tenga un segundo centro administrativo alejado de aquel y más cercano al grueso de los vecinos.

Es una idea loca, pero habrá de comprender el lector que hace un rato largo que esta fila de autos no se mueve…

 

Fernando Bravo

rionegro@smandes.com.ar


La demora en medio de un caos del tránsito puede ser propicia para disparar las más curiosas divagaciones, entre el tedio de la espera.

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