India, China, comparaciones

Son países líderes para todo futuro del mundo y por eso son estudiados ansiosamente en gobiernos, “think-tanks”, institutos y universidades. El continente asiático se ha transformado, en virtud de revoluciones políticas, económicas y sociales, en el vórtice de los cambios geopolíticos del planeta. Posee el 60% de la población mundial (China 1.300 millones, India 1.200 millones) registrando respectivamente en el 2012 un PBI de 7.700 y 2.200 miles de millones de dólares (Estados Unidos alcanza 15.500). Los aspectos económicos de estas fuertes novedades son los más publicitados. La tasa de crecimiento de India ha estado en alrededor de un 8% anual. China, que integra con ella el grupo líder de naciones en rápido ascenso, se mantiene cerca del 10%. Los medios se empeñan en referir los logros de estos dos gigantes, comentando, con alguna preocupación, las cifras de sus avances en materia económica. Esto es consecuencia de la relevancia que corrientemente se asigna al aumento de la riqueza de los países, pero no faltan en la bibliografía internacional análisis responsables acerca de otros factores a considerar. Se requiere atender, expresan, a un examen cualitativo de ambas sociedades, precisamente en los aspectos que se refieren a calidad de vida, un concepto que se integra, entre otros, con factores como salud básica y educación. Esto no significa ignorar que el crecimiento del producto puede ser enormemente útil para superar la pobreza y elevar los estándares existenciales, pero es prudente dejar de considerar ese aumento como un fin en sí mismo y apreciarlo, a la luz de datos como los que proporcionan el Banco Mundial y las Naciones Unidas, como un medio para alcanzar fines concretamente valiosos. Lo cierto es que si el crecimiento económico es importante para mejorar las condiciones de vida de una población, su alcance e impacto dependen esencialmente de lo que se haga con el mayor ingreso. Depende de varios factores, incluyendo la desigualdad social y, todavía más fuertemente, de lo que haga el gobierno con la renta pública que engendra el crecimiento de la economía. En tal sentido, son expresivas las comparaciones que contiene un reciente trabajo de Amartya Sen (1) titulado “Quality of Life: India vs. China” con respecto a la dinámica económica de esos países y el bienestar de su gente. A este hombre le preocupa sobre todo India, su país. Comenta que la relativa prosperidad que viene gozando en los últimos años ha ayudado a mantener una notable variedad de desarrollos en ciencias, técnicas, literatura, música, cine, teatro, artes plásticas y culinarias. La crónica que el mundo recoge de sus medios y de las expresiones optimistas de sus clases favorecidas ha dado la impresión de un bienestar que, en realidad, está restringido a una parte de la población. No constituye el gran benefactor social para la comunidad entera. Esto es exactamente donde la atención exclusiva en la tasa de crecimiento del PBN tiene el efecto más pernicioso. El énfasis simplista en ese crecimiento (“growth mania”) tiene oscuridades que necesitan ser entendidas claramente. La preocupación primaria del autor es que la ilusión generada por esas percepciones de prosperidad colectiva pudiese prevenir al país de enfocar políticamente sus grandes carencias sociales. Una comprensión más completa de las reales condiciones de la masa de los dejados de lado, y de lo que se debe hacer para mejorar sus vidas, debería ser el asunto central de la política nacional. Veamos algunos de sus datos comparativos sobre los dos gigantes. La expectativa de vida al nacimiento es de 73,5 años en China, en tanto en India es de 64,4 años. La tasa de mortalidad infantil es de cincuenta por mil en India, comparada con sólo diecisiete por mil en China. Los años de escolaridad media en India se estiman en 4,4, comparados con 7,5 en China y la tasa de alfabetismo en adultos es 94% en China, comparada con 74% en India. Otro dato en cuanto a salud pública: en India sólo el 66% de los niños están inmunizados con la vacuna triple, mientras en China lo están el 97%. Un dato global sobre gastos en cuidado de la salud muestra que China aplica casi el 2% de su PBI, en tanto lo que destina India es poco más del 1,1. Cuando se considera el impacto del crecimiento económico en la vida de la gente, las comparaciones favorecen a China. Evidentemente, sus líderes están fuertemente empeñados en eliminar la pobreza, la alimentación precaria, el analfabetismo y la falta de cuidado de la salud. Sin embargo, hay muchos campos en los cuales la comparación entre los dos países no está relacionada con el crecimiento económico de una manera obvia. India muestra una estructura democrática visible, no perfecta pero en mejora sistemática, a través de partidos políticos organizados, elecciones libres, medios sin censura, libertad de expresión y un sistema judicial independiente. Hay un hecho elocuente: India tiene una circulación diaria de periódicos mayor a la de cualquier país del mundo. El público –contrariamente al monolítico sistema de información de los chinos– tiene acceso irrestricto a internet y a la opinión internacional libre de toda censura, a pesar de que muchos medios son a menudo muy críticos del gobierno de que se trate. También existe un contraste en el uso judicial de los castigos. A menudo en China aplican la pena de muerte de tal forma que son ejecutados más individuos en una semana que todos los que en India sufrieron la pena capital desde la independencia en 1947. Los hechos y las comparaciones son útiles para entender mejor el presente y atisbar el futuro. Nos sirven también para ver lo lejos que están ahora estos países de aquellas sociedades subordinadas a potencias coloniales, retrasadas y pintorescas, como se las describía en “Un bárbaro en Asia”, el clásico de Henri Michaux de mediados del siglo XX traducido y publicado aquí por Borges en 1985. (1) Premio Nobel de Economía (1998) por contribuciones a las teorías del bienestar. Es profesor de Economía y Humanidades en Harvard University. Fue rector del Trinity College, Cambridge, desde 1998 a 2004. “Time” lo enlistó entre “Sesenta años de héroes asiáticos” y “New Statesment” lo incluyó en el 2010 entre las “50 personalidades mundiales más influyentes”. En el presente 2012 fue el primer no americano en recibir la Medalla Nacional de Humanidades. (*) Doctor en Filosofía

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)


Son países líderes para todo futuro del mundo y por eso son estudiados ansiosamente en gobiernos, “think-tanks”, institutos y universidades. El continente asiático se ha transformado, en virtud de revoluciones políticas, económicas y sociales, en el vórtice de los cambios geopolíticos del planeta. Posee el 60% de la población mundial (China 1.300 millones, India 1.200 millones) registrando respectivamente en el 2012 un PBI de 7.700 y 2.200 miles de millones de dólares (Estados Unidos alcanza 15.500). Los aspectos económicos de estas fuertes novedades son los más publicitados. La tasa de crecimiento de India ha estado en alrededor de un 8% anual. China, que integra con ella el grupo líder de naciones en rápido ascenso, se mantiene cerca del 10%. Los medios se empeñan en referir los logros de estos dos gigantes, comentando, con alguna preocupación, las cifras de sus avances en materia económica. Esto es consecuencia de la relevancia que corrientemente se asigna al aumento de la riqueza de los países, pero no faltan en la bibliografía internacional análisis responsables acerca de otros factores a considerar. Se requiere atender, expresan, a un examen cualitativo de ambas sociedades, precisamente en los aspectos que se refieren a calidad de vida, un concepto que se integra, entre otros, con factores como salud básica y educación. Esto no significa ignorar que el crecimiento del producto puede ser enormemente útil para superar la pobreza y elevar los estándares existenciales, pero es prudente dejar de considerar ese aumento como un fin en sí mismo y apreciarlo, a la luz de datos como los que proporcionan el Banco Mundial y las Naciones Unidas, como un medio para alcanzar fines concretamente valiosos. Lo cierto es que si el crecimiento económico es importante para mejorar las condiciones de vida de una población, su alcance e impacto dependen esencialmente de lo que se haga con el mayor ingreso. Depende de varios factores, incluyendo la desigualdad social y, todavía más fuertemente, de lo que haga el gobierno con la renta pública que engendra el crecimiento de la economía. En tal sentido, son expresivas las comparaciones que contiene un reciente trabajo de Amartya Sen (1) titulado “Quality of Life: India vs. China” con respecto a la dinámica económica de esos países y el bienestar de su gente. A este hombre le preocupa sobre todo India, su país. Comenta que la relativa prosperidad que viene gozando en los últimos años ha ayudado a mantener una notable variedad de desarrollos en ciencias, técnicas, literatura, música, cine, teatro, artes plásticas y culinarias. La crónica que el mundo recoge de sus medios y de las expresiones optimistas de sus clases favorecidas ha dado la impresión de un bienestar que, en realidad, está restringido a una parte de la población. No constituye el gran benefactor social para la comunidad entera. Esto es exactamente donde la atención exclusiva en la tasa de crecimiento del PBN tiene el efecto más pernicioso. El énfasis simplista en ese crecimiento (“growth mania”) tiene oscuridades que necesitan ser entendidas claramente. La preocupación primaria del autor es que la ilusión generada por esas percepciones de prosperidad colectiva pudiese prevenir al país de enfocar políticamente sus grandes carencias sociales. Una comprensión más completa de las reales condiciones de la masa de los dejados de lado, y de lo que se debe hacer para mejorar sus vidas, debería ser el asunto central de la política nacional. Veamos algunos de sus datos comparativos sobre los dos gigantes. La expectativa de vida al nacimiento es de 73,5 años en China, en tanto en India es de 64,4 años. La tasa de mortalidad infantil es de cincuenta por mil en India, comparada con sólo diecisiete por mil en China. Los años de escolaridad media en India se estiman en 4,4, comparados con 7,5 en China y la tasa de alfabetismo en adultos es 94% en China, comparada con 74% en India. Otro dato en cuanto a salud pública: en India sólo el 66% de los niños están inmunizados con la vacuna triple, mientras en China lo están el 97%. Un dato global sobre gastos en cuidado de la salud muestra que China aplica casi el 2% de su PBI, en tanto lo que destina India es poco más del 1,1. Cuando se considera el impacto del crecimiento económico en la vida de la gente, las comparaciones favorecen a China. Evidentemente, sus líderes están fuertemente empeñados en eliminar la pobreza, la alimentación precaria, el analfabetismo y la falta de cuidado de la salud. Sin embargo, hay muchos campos en los cuales la comparación entre los dos países no está relacionada con el crecimiento económico de una manera obvia. India muestra una estructura democrática visible, no perfecta pero en mejora sistemática, a través de partidos políticos organizados, elecciones libres, medios sin censura, libertad de expresión y un sistema judicial independiente. Hay un hecho elocuente: India tiene una circulación diaria de periódicos mayor a la de cualquier país del mundo. El público –contrariamente al monolítico sistema de información de los chinos– tiene acceso irrestricto a internet y a la opinión internacional libre de toda censura, a pesar de que muchos medios son a menudo muy críticos del gobierno de que se trate. También existe un contraste en el uso judicial de los castigos. A menudo en China aplican la pena de muerte de tal forma que son ejecutados más individuos en una semana que todos los que en India sufrieron la pena capital desde la independencia en 1947. Los hechos y las comparaciones son útiles para entender mejor el presente y atisbar el futuro. Nos sirven también para ver lo lejos que están ahora estos países de aquellas sociedades subordinadas a potencias coloniales, retrasadas y pintorescas, como se las describía en “Un bárbaro en Asia”, el clásico de Henri Michaux de mediados del siglo XX traducido y publicado aquí por Borges en 1985. (1) Premio Nobel de Economía (1998) por contribuciones a las teorías del bienestar. Es profesor de Economía y Humanidades en Harvard University. Fue rector del Trinity College, Cambridge, desde 1998 a 2004. “Time” lo enlistó entre “Sesenta años de héroes asiáticos” y “New Statesment” lo incluyó en el 2010 entre las “50 personalidades mundiales más influyentes”. En el presente 2012 fue el primer no americano en recibir la Medalla Nacional de Humanidades. (*) Doctor en Filosofía

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