Internet y la compu, nuevos objetos de adicción

En las últimas semanas, se supo de dos casos.

¿Qué hay debajo de la superficie del ansia de estar permanentemente «conectados» al universo que brilla seductor en el ojo rectangular de la pantalla?

La reciente aparición en los diarios de dos casos que podrían calificarse como de uso abusivo de la computadora o de adicción a internet llaman en primer lugar la atención sobre los nuevos objetos que la tecnología pone a disposición de los individuos. Pero ese rotulado vertiginoso a que parecen condenados los medios de comunicación, lo que evita es detenerse, justamente, a pensar.

A mitad de noviembre, en la Capital Federal, un chico de 18 años tuvo que ser internado en una institución psiquiátrica y luego llevado a un hospital de día, especializado en drogodependencia, por hacer uso abusivo de la computadora desde los nueve años.

Ese fue el epílogo –suponemos provisorio- cuando los padres decidieron el tratamiento inusual, luego de que el joven mostró conductas parecidas a las de un adicto a drogas: robaba dinero, llaves de la casa, se ausentaba sin permiso, la última vez por tres días para ir al ciber.

Poco después, en Córdoba, un niño de 8 años le pegó con una rama a su mamá y la encerró en su casa para poder concurrir a un ciber ubicado frente a su vivienda, de donde fue retirado por la policía.

¿Acaso es posible sustraerse a la tentación de tapar con palabras el vacío que provoca en nosotros la evidencia de cuánto ignorábamos de esos dos chicos que podrían muy bien ser hijos propios?

A contrapelo de esa tendencia remanida, la psicoanalista Cristina Aguirre de Arias considera las dos noticias, hechos anecdóticos en realidad, de lo que las adicciones en general manifiestan de quien las padece. Sea que se trate de internet, alcohol, droga, sexo, trabajo, gimnasia, tevé, comida (bulimia) o no comida (anorexia) dice que «cualquier objeto es pasible de transformarse en adicción, (por ello) ningún objeto tiene la culpa».

Así explica la adicción como «un refugiarse en un objeto –cualquiera, a condición de que sea siempre el mismo- de manera terca y estereotipada, porque se siente una inminencia de algo que se experimenta como un vacío y hay angustia de ser capturado en ese vacío; entonces de ahí es que el objeto tiene el valor de quitapenas».

–¿El objeto va a calmar esa sensación de vacío?

«Claro, y lo que hace es que el sujeto desaparezca, porque ya no es responsable de sí, porque se confundió con ese objeto, se alienó, se enajenó en él; entonces hay un aplastamiento del sujeto que pasa a ser objeto atrapado en esa 'máquina infernal'. Pasa lo mismo con la adicción al juego, ¿qué estás buscando? –se pregunta-, pues que el azar determine tu destino».

«En estos dos ejemplos que me traés; en uno encuentro que un chico de ocho años le pega a la madre y ella ¡llama a la policía! En otro, un chico se va tres días de su casa y cómo solución, ¡lo internan!. La respuesta siempre sigue estando afuera, no está el 'qué me pasa a mí con mi hijo, qué hice yo, qué le está pasando a mi hijo, cuál fue mi participación'; entonces quiere decir que hubo algo que no anduvo. Me puedo equivocar, nos equivocamos siempre los padres» (…)

Toda la sociedad está comprometida en la falta de preguntas a sí misma, con relación a los chicos, reflexiona la profesional. Con más de treinta años de experiencia de tratamientos en niños y adolescentes concluye por no aceptar el pedido de la periodista de dar algunos consejos o recomendaciones específicos.

En lugar de ello, deja plantadas para que germinen, varias preguntas: ¿qué les pasa a los padres?, ¿dónde está la autoridad de los padres? (no la del autoritarismo –aclara- sino la de la protección que es el amor), ¿por qué los padres no se pueden constituir en autoridad? Y porque asimismo Cristina de Arias considera que no únicamente los padres, sino toda la sociedad está cuestionada, de un modo más general inquiere ¿qué es lo que le pasa al adulto que no puede ejercer su lugar de protector, de cuidador?

A diferencia de la adicción, que es una respuesta devoradora de sí misma, la responsabilidad por el «otro» hace levantar la mirada fija en la pantalla de la computadora, y observar con atención y oído curiosos a ese o esa cuyo vacío nos convoca.

MONICA JOFRE

mjofre@rionegro.com.ar

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