Irak entre Jesús y Mahoma, Por Jorge Gadano 06-12-03

Todo el mundo sabe que Irak es una nación islámica. No tanto por lo que haya aportado Saddam, un líder del «socialismo» panárabe -tal como lo fue Gamal Abdel Nasser en Egipto- que «actúa» su fe para ganar popularidad, como porque en el suelo de ese país está la tumba de Alí, el yerno de Mahoma. Si con eso, que es bastante, no alcanzara, hay que tener en cuenta que el 95,5% de la población es mahometano y el 77% árabe. El resto son minorías de kurdos (19%), turcos y azerbaiyanos.

Para un occidental hacer turismo en ese país, o cualquier otro similar, debe ser apasionante. Los árabes son simpáticos y tratan bien al extranjero. Hasta es posible que lo dejen entrar a una mezquita, siempre que se quite los zapatos y guarde la compostura propia de cualquier templo.

Sin embargo, lo estamos comprobando una vez más -después de las guerras de Angola, Argelia et altri-, se ponen mal cuando los extranjeros, sobre todo si vienen de Occidente, ingresan por la fuerza y se transforman en ocupantes, uniformados y con arma larga al hombro y pistola a la cintura. Entonces todos son mahometanos, gritan «Alá es grande» y se ponen violentos. Es que, para un musulmán, la única ley admisible es la de la sumisión a la ley de Dios.

El jefe de la coalición que ocupó Irak, George W. Bush, es un hombre cuyas convicciones religiosas son, probablemente, más profundas y sinceras que las del ahora prófugo Saddam. También lo son, en alguna medida, las de los socios de la coalición José María Aznar, Silvio Berlusconi y, no tanto, Anthony Blair.

No se trata, sin embargo, de que por eso el primer objetivo de los invasores -como lo fue el de los Reyes Católicos en América- sea el de cristianizar a Irak. Pero como sí se trataría de establecer en ese territorio una democracia liberal, sería preciso que existiera, como en los países de Occidente, libertad de cultos. Y es allí donde el choque se torna inevitable, porque para el fundamentalismo islámico la libertad, cualquiera sea, es un valor secundario. Y para peor, Bush es un cruzado. Siendo así, la opción es clara: Jesús o Mahoma.

Lo que, entre razones varias, perturba cualquier posibilidad de paz, es que Bush, aun sin túnica ni turbante, está convencido de que es un elegido de Dios. Es lo que asegura un autor cristiano, Stephen Mansfield, en su libro «La fe de George Bush».

Mansfield sostiene que la fe del presidente de los Estados Unidos es la base de su pensamiento político. Revela que, antes de proclamarse candidato a la presidencia de su país, le confesó a un evangelista texano que tenía premoniciones divinas y que una de ellas decía que habría un desastre nacional en el país. El predicador, James Robinson, recibió de Bush la siguiente confesión: «Siento que Dios quiere que sea presidente. No puedo explicarlo, pero tengo la sensación de que mi país me va a necesitar. Y Dios quiere que lo haga».

Hay otras demostraciones de la fe que profesa Bush. Mansfield cuenta también que el Domingo de Ramos del 2002, mientras regresaba de El Salvador en el Air Force One, Bush advirtió que no llegaría a tiempo a la iglesia. Solícitos, los funcionarios que lo acompañaban improvisaron una ceremonia religiosa en el avión que estuvo a cargo de la asesora de Seguridad, Condoleezza Rice.

En una visita a heridos de guerra en Irak internados en el Centro Médico Walter Reed, Bush le tocó el muñón a un joven soldado que había perdido una mano, se arrodilló junto a su cama y rezó. Luego lo besó en la frente y le dijo que lo amaba. «Bush cree que Jesús vive en su mente y en su corazón», declaró Mansfield.

Otro presumible fundamentalista cristiano es el secretario de Justicia, John Ashcroft. Después de que asumió se informó que se embadurnaba con un aceite para purificarse y que todas las mañanas reza con sus asesores.

En un país campeón del liberalismo, estas devociones pueden provocar algún desconcierto. No mayor, con todo, al que generan ciertas declaraciones del secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld. Si bien no se relacionan directamente con la religión, algún vínculo existe, por lo que tienen de misterio.

Según un despacho de la agencia Reuters publicado en «La Nación», Rumsfeld dijo lo que sigue respecto de la infructuosa búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak: «Los informes que dicen que nada ha ocurrido siempre me parecen interesantes, porque como sabemos hay hechos conocidos, hay cosas que sabemos que conocemos. También sabemos que hay hechos desconocidos, que es como decir que sabemos que hay ciertas cosas que no sabemos. Pero también hay cosas que no se saben que desconocemos; aquellas que no sabemos que desconocemos». Por esas declaraciones, Rumsfeld recibió en Londres el premio «Patada en la Boca», otorgado por la «Campaña del buen inglés». Es lo que conocemos, o sea que lo sabemos.


Todo el mundo sabe que Irak es una nación islámica. No tanto por lo que haya aportado Saddam, un líder del "socialismo" panárabe -tal como lo fue Gamal Abdel Nasser en Egipto- que "actúa" su fe para ganar popularidad, como porque en el suelo de ese país está la tumba de Alí, el yerno de Mahoma. Si con eso, que es bastante, no alcanzara, hay que tener en cuenta que el 95,5% de la población es mahometano y el 77% árabe. El resto son minorías de kurdos (19%), turcos y azerbaiyanos.

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