Jaimito, el travieso

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A Jaime Bayly le gusta hacer el papel del chico malo pero listo que esconde detrás de una mirada angelical la cochinada.

Viste traje y usa anteojos. Peinadito al costado y con esa pinta de padrino de bautismo puede, y quiere, confesar lo complejo de su sexualidad. Homosexual pero no tanto, bisexual. O rememorar las épocas en que se llenaba la nariz de polvo blanco. De nada se avergüenza Bayly porque su placer es puro y su causa personal.

Tiene una increíble capacidad para seducir a su audiencia y al entrevistado de turno. Eso en televisión, porque con sus libros ha conseguido sacar de quicio a su pobre madre, que nunca esperó tener un hijo tan jodidamente desprejuiciado. Si todo hubiera salido bien, este crío del barrio Miraflores, donde vive la más encopetada sociedad peruana que retrata Mario Vargas Llosa en su libro «La ciudad y los perros», habría sido abogado y bien, gracias. Pero no, salió periodista, demonio y escritor. Talento no le falta para todo esto. Consiguió en pocos años lo que muchos buscan durante toda una eternidad: confundir y conquistar al de enfrente. Bayly es considerado un escritor de raza por una parte de la intelectualidad latinoamericana, y una indiscutible figura del periodismo televisivo por su audiencia.

«Aprendí que mucha gente prefiere que le mientas bonito a que le digas la verdad», le dice en el último número de la revista «Rolling Stone» a Gabriela Esquivada. Al chico le encanta adular sin edulcorante. Pura azúcar para los labios tímidos del que debe contestar imbecilidades o cuestionamientos que rayan en lo genial. Depende del momento en que nosotros, experimentados «zappineros» de dial, nos inmiscuimos en su mundo de helechos y cámaras de televisión. Porque Bayly es él más un tipo enfrente. Igual que sucedía con «El perro verde».

Si el entrevistado tiene músculos, lo hará notar. «Pero, oye, qué bien te ves, ese cuerpo trabajado…». Como hizo con un entrenador de estrellas de Hollywood, a quien invitó el año pasado a su programa, que ahora lleva su nombre a secas. Hasta en eso es austero. El despilfarro viene por el lado del verbo y sobre todo del adjetivo. No pocos vieron en sus elogios acerca de la inteligencia y el buen estado de Mariano Grondona un descarado intento por seducirlo. Qué mal pensados.

«Los amigos que perdí», el nombre de su última novela, no parece un título casual. Cada vez que publica un libro alguien se queda en el camino. Pero dice conformarse con los amigos que gana, sus lectores.

Bayly derrumba la hipocresía con esa mirada pícara y su tono de voz empalagoso. Confesar su bisexualidad y su afición a las drogas no es poca cosa en un medio conquistado por el maquillaje y la risa trabajada.

En la era de lo «políticamente correcto» todavía son más permisibles las travesuras de un grupo de rock nacido para MTV que la verdad dicha de labios de un proto hombre del medio televisivo. Entonces descubrimos qué tan extraño es este conductor. Que miente cuando adula y dice la verdad cada vez que habla de sí mismo. Y la verdad no siempre es amable.

Claudio Andrade


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