Jóvenes, brillantes y… olvidados
Por Susana Mazza Ramos
En una pequeña escuela del departamento de Isere, en Francia, un alumno de tan solo once años se destacaba por su dominio de las lenguas orientales, asombrando a docentes y científicos como el famoso físico Fourier (propagación del calor, ondas y movimientos periódicos, etc.).
El jovencito -Jean Francois Champollion (1790-1832)- preguntó al notable científico qué significaban los jeroglíficos egipcios de su colección, y ante la respuesta: “Nadie lo sabe”, se dedicó con ahínco a estudiar esa lengua antiquísima que hasta ese momento nadie podía leer.
Recién en 1828 Champollion pudo llegar a Egipto, y siguiendo el curso del río Nilo, arribó por fin al templo de Dendera, donde sin mayor esfuerzo pudo leer las inscripciones existentes en columnas y paredes.
La facilidad con que leyó dichas inscripciones fue el fruto de años de serio estudio de la piedra rosetta -trozo de basalto negro de un metro de altura- que un soldado de Napoleón había encontrado en 1799 en la ciudad de Rashid, situada en el delta del Nilo.
Su innata e indómita curiosidad, sumada al esfuerzo personal, permitieron que lograra en su juventud veinteañera descifrar los famosos jeroglíficos sobre los cuales había preguntado en su niñez, tarea que experimentados egiptólogos no habían podido realizar.
Lamentablemente, su nombre pocas veces surge, fuera de los textos de historia del secundario, como ejemplo positivo de trabajo, gusto por el estudio y placer personal al llegar con éxito, al final del camino.
Christiaan Huygens (1629-1695)
El holandés Christiaan Huygens creció en un hogar en el que se gozaba del arte y las ciencias, recibiendo su padre a músicos, pintores y científicos de la época.
Quinceañero, Christiaan se convirtió en un joven que se destacaba en el dibujo, el derecho, las letras, la matemática, la ingeniería, etc.
“El mundo es mi patria; la ciencia mi religión”, era el lema que lo impelía a trabajar, entre otros temas, en la teoría ondulatoria de la luz; en el primer análisis microscópico de células de esperma humano; en observaciones astronómicas con el telescopio; el descu- brimiento de Titán (la mayor luna de Saturno); la invención del reloj de péndulo (aunque Galileo había descubierto el principio); el cálculo de la fuerza centrífuga; la teoría de la probabilidad; el motor de pólvora; la bomba de aire usada en la industria minera, etc., descubrimientos realizados -en su mayoría- antes de los treinta años.
Sin embargo, más importante tal vez que sus logros y descubrimientos es el carácter abierto, el espíritu crítico y el estímulo permanente hacia la vida del pensamiento que Christiaan Huygens poseía y, fundamentalmente, la alegría y confianza que despertaba en los demás.
Al igual que con Champollion y tantos otros, la sociedad está en deuda con Huygens, deuda que resulta muy fácil saldar, si con breves recuerdos como el de esta nota, intentamos -al menos por un instante- reconocer a los espíritus amplios y generosos que hicieron del Universo todo una patria sin fronteras.
En una pequeña escuela del departamento de Isere, en Francia, un alumno de tan solo once años se destacaba por su dominio de las lenguas orientales, asombrando a docentes y científicos como el famoso físico Fourier (propagación del calor, ondas y movimientos periódicos, etc.).
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