Keynes, la herencia difícil
Por Eduardo Basz (Especial para "Río Negro")
En una fecha tan lejana como 1980, alguien (un economista, claro) logró poner en cifras las diferentes lecturas de la famosa Teoría General. El número nos deja perplejos: 4.827. Un registro inquietante, sobre todo para sus adversarios (por no hablar de los conversos) para quienes el venerable lord sólo tenía razón cuando decía: «A largo plazo, todos estaremos muertos». De ahí se ha pasado a decir que «Keynes ha muerto», expresión de una vulgaridad descomunal. Es decir: los autores son inmortales. Pero si observamos las políticas económicas vigentes en el mundo actual (sobre todo las auspiciadas por el Fondo Monetario, una creación del propio Keynes), podríamos llegar a creer que el pensamiento keynesiano no pertenece a este mundo.
Sin embargo, toda obra contiene un núcleo de verdad que la coloca más acá de las situaciones de época. Aun cuando él se preocupaba por dar una respuesta concreta y viable a los problemas planteados por el capitalismo de su tiempo, es evidente que muchas de sus reflexiones, inquietudes y visiones nos siguen interpelando.
La filosofía social, sobre la que se apoyó toda su actividad político-intelectual, es sencillamente inaceptable para las «fuerzas sociales dominantes»: la integración de todas las clases sociales y el principio de equidad no interesan. Peor aún: su aspiración al pleno empleo es vista como algo innecesario, por no decir contraproducente. Keynes no ha sido descartado por ser un utopista, sino todo lo contrario. Es su realismo, su lucidez extrema, lo que molesta. Esto ya lo había previsto en su Teoría General, cuando finalizaba diciendo: «Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad de procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos». Estas palabras bien podían ser tomadas como una descripción sin anestesia de nuestro capitalismo globalizado.
El pensamiento de Keynes es resistido por una sociedad que, como dirían los posmodernos, cometió el crimen perfecto de asesinar la realidad para reorganizar el mundo a partir de una conjetura delirante. Dentro de aquellos principios keynesianos despreciados podemos mencionar uno que nos toca directamente.
Este es: «Ideas, conocimiento, arte, hospitalidad, viajes, estas cosas deben ser internacionales por su propia naturaleza. Pero dejad que los productos sean «caseros» siempre que sea razonable y convenientemente posible y, por encima de todo, permitid que las finanzas sean básicamente nacionales».
En una fecha tan lejana como 1980, alguien (un economista, claro) logró poner en cifras las diferentes lecturas de la famosa Teoría General. El número nos deja perplejos: 4.827. Un registro inquietante, sobre todo para sus adversarios (por no hablar de los conversos) para quienes el venerable lord sólo tenía razón cuando decía: "A largo plazo, todos estaremos muertos". De ahí se ha pasado a decir que "Keynes ha muerto", expresión de una vulgaridad descomunal. Es decir: los autores son inmortales. Pero si observamos las políticas económicas vigentes en el mundo actual (sobre todo las auspiciadas por el Fondo Monetario, una creación del propio Keynes), podríamos llegar a creer que el pensamiento keynesiano no pertenece a este mundo.
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