La Argentina existe
Por Francisco Tropeano
Las reflexiones de Alan Touraine, pronunciadas en la Conferencia de la Casa de América Latina en París: «La Argentina es un país que no existe» («Río Negro» 5/4/02) merecen tomarse en cuenta y ser discutidas por nuestra sociedad. No sólo por la estatura intelectual de Touraine, sino por su significado en el momento histórico que vivimos. Al afirmar que la Argentina no existe, lógicamente no se refirió a su territorio. Los estados-Nación, como tales, subsistirían a las regionalizaciones operativas de las transnacionales imperiales, proceso por otra parte ya iniciado. En un análisis más extremo, nuestro país podría ser anexado o fraccionado a países que -según Touraine- tendrían futuro en América del Sur, como Chile o Brasil, pero eso no ocurrirá porque en el territorio argentino hay argentinos.
Creo que sus reflexiones se refieren a la decadencia y descomposición social que marca a fuego y produce la crisis argentina, a la que ve como un «país, pero no de producción y trabajo». Touraine predice decadencias históricas por crisis de distintos países, por regresiones culturales, producidas por distintos fenómenos que se van gestando en los pueblos y que hoy según veo sobresalen nítidamente: subdesarrollo con dependencia externa; sistema de explotación por distintos medios; irracionalismo económico; aumento sideral de la pobreza mundial; guerras genocidas impunes, falta de trabajo y perspectivas en los jóvenes; ruptura de la solidaridad social; individualismo extremo; pérdida de identidades nacionales; destrucción de la naturaleza y el medio ambiente (algo que también abruma a Sábato); liquidaciones del «Estado de bienestar» y su reemplazo por lo que llamo el «Estado funcional», entre otras. Touraine «culturiza» estas realidades de la globalización imperial, produciendo una progresiva desintegración a nivel mundial al afirmar que «el mundo globalizado no está preparado para este tipo de situaciones», con lo cual da por irreversible la situación global imperante.
Referido a la Argentina, menciona (y le extraña) que «con toda la gloria de su cultura, parece haberse anticipado a los otros en ese fenómeno de desintegración mundial». Sostiene que este tipo de regresiones -como la de Argentina- también llegará a Europa, la que tiene riesgos de «argentinizarse, porque los europeos no se interesan en la producción»; con lo cual toman el riesgo -dice- de convertirse en «países sin producción, sin población activa, sin economía organizada». Afirma Touraine que «lo que pasa en la Argentina debería impresionar aún más porque no es una locura local».
Proyecciones
Touraine proyecta la crisis argentina como amenaza para toda América Latina, pero excluye al Brasil, Chile y una parte de México. No entiendo bien por qué una parte de México. Pareciera referirse a las «dos caras» de México: al «desarrollado» y al de sus zonas extremas de pobreza y sin derechos sociales ni políticos, como muy bien lo ha descripto el subcomandante Marcos.
Creo que la visión de Touraine sobre la gravedad de la crisis argentina no es exagerada: es así, tanto en lo político, económico, social o moral. La Argentina corre el riesgo de desintegrarse (como unidad política en «feudos» individuales y/o caudillescos, con capitanes mafiosos asociados al poder transnacionalizado operando en las distintas áreas de su territorio. Hemos presenciado actuando en estos días a la «Liga de Gobernadores»). En la forma en que vienen operando estos conglomerados, en distintas partes del mundo, apoyados por el imperio mundial financiero y en otros casos con el poder militar de éstos como lo han hecho siempre.
El mundo atraviesa por una crisis mundial global -coincido con Touraine-, pero la transnacionalización cultural que menciona responde a consecuencias de la transnacionalización económico-financiera desde los centros imperiales de poder hacia la llamada «periferia» del resto del mundo. En este marco de genocidio mundial, de violaciones impunes, también se va destruyendo el medio geográfico natural, donde el propio ser humano debe vivir y gozar de los lugares bellos y saludables, que hoy están siendo comprados u ocupados por los poderosos del planeta. En mi modesta opinión, no coincido con Touraine sobre el posible curso regresivo de la historia de la humanidad que pareciera insinuarse en sus predicciones sobre las «manchas negras que se agrandan en el planisferio», al referirse que hay «países sin producción, sin población activa, sin economía organizada». Esto responde a causas muy concretas y determinadas por el curso del desarrollo de la sociedad capitalista y los rasgos del que según Johon Strachey (en su obra «El capitalismo contemporáneo» Londres 1956 y reeditado 1974) serían los del «Capitalismo de la última etapa», con su esperanza de transformación progresiva por imperio de la democracia, en su observación: «Lo que ha de ser, sólo puede provenir de lo que es». Sería muy conveniente para nosotros hoy diagnosticar bien «lo que es» para definir cómo lograr «lo que ha de ser» si son en realidad dos «momentos» y si éstos no son tan contradictorios que operan en su ruptura como previa C. Marx y rechaza J. Strachey.
Proceso o fatalismo
Touraine parece procesar un cierto fatalismo histórico. Descreo de las visiones fatalistas en la historia y sus «designios» y por supuesto (no es el caso de Touraine) de las estupideces interesadas y bien pagadas tanto del «fin de la historia» como del «pensamiento único», que constituyen andamiajes vulgares -pero efectivos- para hacerle creer a los pueblos que es imposible cambiar las cosas y luchar por la justicia, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad y la libertad del hombre, banderas por cierto levantadas por la Revolución Francesa y sepultadas por el liberalismo económico convertido en el «capitalismo de la última etapa» que, al decir de J. Strachey, sin modificaciones es «profundamente antagónico a la democracia» (esto lo expresó antes de escribir «El final del imperio» y siendo un experimentado y alto funcionario del gobierno laborista británico). El ilustre economista inglés reconoce que hay un patrón económico general de acumulación capitalista desarrollado como lo sostenía Marx pero que, de ninguna manera, derivaría en una crisis terminal del sistema por reacción de los afectados. Es decir J. Strachey rechazaba las formas como debía acontecer, pero no sus fines últimos. Ahora bien, ¿ese patrón de acumulación de los países desarrollados se corresponde con el que opera en nuestro país, sobre todo a partir de 1989 hasta la fecha, en la que se opera la más formidable transferencia de patrimonio nacional y rentas naturales, junto con formas expoliadoras en la producción misma de plusvalía? En la Argentina ese proceso comenzó con el golpe de Estado de 1976, en consonancia con los cambios a nivel internacional del capitalismo desarrollado en la década del «70, a partir de la inconvertibilidad y su posterior devaluación, hechos unilaterales de EE. UU. que fueron trascendentales para la etapa de revalorización financiera mundial, por encima de la producción misma, pero sin poder romper la lógica de su dependencia a ésta.
Simultáneamente operaba la transformación de los organismos rectores de las finanzas y comercio mundiales (FMI, BM, OMC), todos al servicio del llamado Grupo de los 7. Lo ha terminado de decir en forma brutal pero franca el economista Walter Molano, del BCP Security (ver «Río Negro» 24/4/02, nota que recomiendo leer), afirma: «No habrá fondos: la Argentina no interesa geopolíticamente» y remató así: «El FMI es una institución propiedad del Grupo de los 7, que no está para fomentar el desarrollo de los países sino para hacer negocios y no es que esto sea malo, es una realidad» (¿hará negocios el FMI para la Argentina o para el Grupo de los 7?). Creo estar contestando las reflexiones de Touraine y polemizando también. Porque el disparador fue su artículo anterior: «Los argentinos existen, ¿existe la Argentina?»; poniendo en duda la capacidad de los argentinos de resolver los graves problemas que padecemos.
Hay soluciones
Corresponde por cierto que los argentinos pongamos proa hacia nuestro destino y el de nuestro país. Pero esto no será posible haciendo las cosas que nos proponen hacer los que procuran hacer negocios para sus dueños, que no están solamente fuera del país, sino también adentro. No hace falta aclarar -por obvio- que nadie pretende aislarse del mundo, simplemente no venderse. Entonces queda claro que hay que proponer alternativas, propuestas de soluciones y debatirlas, porque lo que se intenta hacer ahora no tiene ninguna posibilidad de éxito. «Lilita» Carrió propone construir un capitalismo más humano, más serio. ¿Es posible esto en la Argentina de hoy y en la situación mundial de hoy? Sigamos citando a J. Strachey (autodenominado socialista democrático): «No hay dudas de que la democracia, si puede conservarse a sí misma, -y lo subraya- transformará de hecho el capitalismo de la última etapa, hasta hacerlo desaparecer de la existencia» (1956). ¡Siempre he tenido mucho respeto por los utopistas… en cierta forma yo también lo soy! Pero qué diría hoy el ilustre profesor al observar la evolución de las democracias no ya en América Latina, sino en Francia, en EE. UU. o en su propio país, Inglaterra, pasada y actual. Hace relativamente poco tiempo Margaret Thatcher proclamaba su credo neoliberal (triunfante en el mundo hasta hoy): «La sociedad no existe» -y completaba-, «sólo hombres y mujeres en su carácter de individuos y familias». Pero también podemos recurrir si se prefiere al coautor de la «Tercera vía» T. Blair, especialista en argumentar y participar en los principales genocidios en Turquía, Serbia o Medio Oriente.
Pero volvamos a Touraine, dijo lo que en mi opinión es esencial para el momento: «Saber si los argentinos son capaces de crear una sociedad de producción». Para contestar a esta pregunta hay que responder primero a esta otra: ¿qué tipo de poder político democrático podemos y debemos conquistar hoy en la Argentina para poder lograrlo? Porque con el actual, es a mi juicio imposible contestar en forma positiva la pregunta de Alain Touraine. Por lo tanto es urgente discutir esto último.
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