La bicicleta
la peña
jorge vergara jvergara@rionegro.com.ar
El ciclismo corría por las venas de mi padre. Hasta el final de su vida soñaba con volver a organizar las carreras que muchas veces había motorizado. También el resto de la familia llevaba una bici en las venas. Vaya uno a saber por qué, de dónde vino eso, pero en casa se respiraba ciclismo, había amor a la bicicleta, se cuidaba, se corría, se entrenaba. Y alternaban los éxitos y los fracasos. En mi casa había mucha iniciativa y pocos recursos económicos, pero con tal de ver una carrera de bici, éramos capaces de cualquier sacrificio. Así era nuestra infancia, cuando todos jugaban al fútbol, en tiempos de Kempes, Pasarella, el Tolo Gallego, Alonso, Mastrángelo, Veglio, Felman, Trobiani y una lista interminable, en mi casa se hablaba de ciclismo. Eran tiempos donde el apellido Alexandre era ilustre en la Argentina y en el mundo. Los lunes, cuando todos comentaban de quién había sido el gol más importante de la fecha, nosotros queríamos conocer quién había ganado la carrera del fin de semana. Alexandre ganó en todo, ésa era la noticia repetida. Osvaldo Frosasco era un nombre y apellido conocidos en casa, pero el común de la gente no sabía de quién se trataba. Nadie sabía que este cordobés hizo historia, que ganó carreras y carreras con enorme esfuerzo e instaló su nombre entre los elegidos del ciclismo argentino. Hablábamos otro idioma, sabíamos de fútbol, pero el resto no sabía de ciclismo, salvo cuando Marcelo Alexandre fue campeón del mundo a los 18 años en Alemania en kilómetro contrarreloj. Sólo por unos días se hablaba en continuado de Alexandre en el pueblo, pero superado el furor pasaban al olvido. Era el segundo campeón en esta especialidad que tenía Argentina, después del obtenido por Octavio Dazzán. El 25 de junio de 1975 quedó marcado en la historia del ciclismo nacional. Ese día, en Lausana, Suiza, el argentino Dazzán se consagró campeón mundial juvenil de velocidad, luego de vencer en los matches finales al alemán Scheller. En casa conocíamos que Eddy Merckx era un antiguo ciclista belga, considerado como el mejor de todos los tiempos. Lo apodaron El Caníbal o El Ogro de Tervueren por su inclaudicable lucha en cada competencia. En 1974 logró la llamada Triple Corona del ciclismo, al ganar dos grandes vueltas (Giro de Italia y Tour de Francia) y el Campeonato del Mundo el mismo año. De eso se hablaba en casa. Eran cuatro o cinco familias las que sentían pasión por el ciclismo en el pueblo. Nuestro padre corría, mi hermano lo hizo y también yo, con diferentes resultados, pero con el mismo amor a la bici. El domingo no tenía otro significado que el de las bicis, hasta teníamos permiso especial en la escuela para no jugar al fútbol en las clases de educación física, porque se consideraba incompatible con el ciclismo. El que corre no juega al fútbol, era la permanente recomendación que nos daban. Eran tiempos donde la única motivación para justificar el sacrificio que significa correr en bici era la pasión por las dos ruedas, que una vez llegó a tal punto que cuando nos regalaron bicicleta nueva, dormimos cada uno con la suya al lado de la cama. No eran de las más caras, no creo que nos hayan envidiado las bicis jamás, pero las manteníamos impecables, lustrosas, atractivas. Las habían comprado con tanto sacrificio que estaba entre las cosas más preciadas. Y los premios nunca pasaron de un trofeo, una copa, una cámara de bicicleta, un tubo, una camiseta de ciclista. Nada rentable. Alcanzaba con el placer inmenso, inimaginable de subirse a la bicicleta, pedalear, competir, llegar. Ese era el mejor premio.
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