La bomba

Por Jorge Gadano

En los tiempos del mundo bipolar, cuando Ronald Reagan pensaba en dotar a Estados Unidos de un escudo defensivo para proteger a su país contra los misiles nucleares del «Imperio del Mal» (así llamó a la fenecida Unión Soviética), la sensación de que una guerra nuclear podía acabar con el planeta pendía sobre hombres y mujeres de todo el mundo. Había misiles de sobra en los arsenales de Oriente y Occidente.

El Imperio se derrumbó junto con el Muro de Berlín, pero quedaron los arsenales y otros países se incorporaron al club nuclear. La sensación de peligro, no obstante, se disipó, porque «el Mal» ya no existía. Lo que había sobrevivido en la ex Unión Soviética tras la desaparición de la burocracia heredera de José Stalin era una república mafiosa que propiciaba el regreso al capitalismo y que sólo podía hacer daño a los rusos.

La paz mundial estaba asegurada. Del presidente de Rusia, Boris Yeltsin, sólo se podía temer que por alguna borrachera estropeara el rígido protocolo del Kremlin, pero nada más que eso. Una foto en la que él y Bill Clinton aparecían riendo a carcajadas era la mejor demostración de que las relaciones entre ambos países, si no carnales, eran francamente amistosas.

Pero después del liberal Clinton llegó el segundo George Bush, un hombre severo cuyos labios transmiten constantemente la palabra de Dios y convencido de que la pena de muerte ayuda a que hombres y mujeres seamos más buenos. Y de que, como lo dijo anteayer en El Paso, Texas, los Estados Unidos son el mejor país del mundo.

He aquí que este Bush es el responsable de un hallazgo que abre sombrías perspectivas para el tercer milenio, porque saca a la bomba de los arsenales en los que dormía un sueño que parecía eterno. Para sustituir al Imperio del Mal, George W. Bush encontró un triunvirato de países malos al que denominó «el Eje del Mal», quizá para despertar la memoria de los norteamericanos respecto de aquel «Eje» enemigo de la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial, formado por Alemania, Italia y Japón.

La corporización del mal está ahora en Irak, Irán y Corea del Norte. Estrictamente, serían los gobiernos de esos países a los que Bush quiere borrar de la faz de la Tierra.

El primer blanco sería el régimen de Saddam Hussein, contra el cual se lanzaría en mayo una fuerza de 200.000 soldados. Nada para tomárselo a broma, mucho menos después de que Bush dijera: «Saddam Hussein debe entender que yo soy serio defendiendo mi país». En el fútbol se dice que no hay mejor defensa que un buen ataque.

En la información, que sintetizó el diario londinense «The Guardian» en base a publicaciones de diarios norteamericanos, no hay indicación alguna de que en el ataque se vaya a utilizar algún arma no convencional. O sea que la bomba no reaparece aquí, pero sí lo hace en documentos secretos del Pentágono revelados por el diario «Los Angeles Times» y que hablan de «planes de emergencia» de Bush para usar armas atómicas contra los tres países del «Eje», más China, Rusia, Libia y Siria.

Naturalmente, hubo reacciones adversas, tanto de las presuntas víctimas como de países aliados a los Estados Unidos. El gobierno alemán, por ejemplo, recordó que está en favor del desarme nuclear.

Luego de que se divulgara el «plan de emergencia» algunos periódicos titularon diciendo que el secretario de Estado Colin Powell había negado que su gobierno tuviera planes semejantes. Pero lo que Powell dijo, si bien negó que la Casa Blanca estuviera planeando un ataque atómico, es que el documento, publicado en el diario «Los Angeles Times», existía. Lo definió como una planificación militar «prudente y conceptual», con lo cual sólo consiguió agregar una imprudente dosis de confusión al asunto. Aunque sí dejó en claro que el arsenal nuclear estadounidense no tiene -o ha dejado de tener- un carácter meramente disuasivo: «Estados Unidos nunca ha dicho que no dispararíamos primero contra una nación que posea armas nucleares, porque es mejor que nuestros adversarios tengan incertidumbre en sus cálculos». Lo lamentable es que la incertidumbre pesa sobre toda la humanidad, que, por lo tanto, también tendría que hacer «sus cálculos».

Oscar Raúl Cardoso, el mejor analista en asuntos internacionales que tiene el periodismo argentino, publicó en «Clarín» hace una semana que la etapa de la disuasión ya pertenece a la historia de la era nuclear. Cita a Ivo Daalder, un especialista en el tema, quien escribió recientemente que las armas nucleares son ahora para el combate, por lo cual «la distinción entre armamento nuclear y no nuclear se desvanece». Cardoso lo pone en los siguientes términos: «Lo impensable comienza a ser pensado».

Pensado y actuado. El documento «prudente y conceptual» del Pentágono propone el desarrollo de una nueva serie de ojivas nucleares de alcance territorial limitado y menor poder de destrucción. No es la primera vez que se piensa en esas bombas «chicas». Cuando la guerra de Vietnam agonizaba y se veía venir la derrota, se habló de la posibilidad de usar contra el Vietcong bombas nucleares «tácticas», finalmente desechada entonces.


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