La deserción
Por Carlos Torrengo
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La materia prima de una crisis es el tema que la hizo estallar.
Y que se convierte en la materia prima de la negociación.
Y en ese proceso suele suceder que la materia prima más importante a lograr en una negociación son los peligros a evitar.
Muchos de esos peligros no necesariamente están a la vista al inicio de una negociación. La emoción y la esperanza que envuelven a ese arranque condicionan el manejo de perspectivas.
Para los actores de una crisis en ese momento sólo importa la obtención del resultado previsto. Y si es aquí y ahora, mejor.
Es un momento de convencimientos absolutos.
Pero estos procesos no se reglan por las leyes de la física y la química. Así, suele pasar que en un punto dado de su desarrollo, las crisis quedan presas de una dialéctica de efectos negativos en todas las direcciones.
Este es, en este fin de semana, un perfil muy elocuente que ofrece la crisis frutícola que sacude a la provincia.
Una mecánica donde estallan a la vista omisiones -quizá también indiferencias-, como mínimo, muy graves.
Y las produce el Estado. Veamos.
Cualquiera sea la opinión que sus decisiones en la materia generan, es cierto que en esta crisis el gobierno milita activamente en procura de soluciones.
Opera desde un rango de racionalidad opinable, reiteramos.
Pero ajeno a la bravuconada o al discurso épico que le fue tan común para tratar otros entuertos frutícolas.
El gobernador Pablo Verani maduró un poco en lo que hace a este punto. Hoy sabe que treparse a un tractor para marchar al frente de los productores suena más a demagogia y a necesidad de votos, que a un acto nacido de un espíritu conmovido por la angustia de los productores.
Y la demagogia es un viaje de ida y nadas más.
También sabe Verani que no hay espacio para el verbo épico. «En tres meses yo soluciono todos los problemas de la fruticultura rionegrina», dijo con contundencia años atrás.
Pero ahora, de frente a la dinámica con la que se proyecta la crisis frutícola, el gobierno rionegrino se suma a la deserción que tiene el conjunto del Estado en el tema.
Sus socios en esta conducta son el Estado nacional, una de cuyas expresiones es la Justicia Federal.
Porque aquí, con el corte de rutas, hay derechos cruzados violados sobre el conjunto de la sociedad rionegrina.
Y afirmar esto no significa ignorar el derecho de los productores a reclamar por mejorar su situación.
Es un derecho absolutamente legítimo. Sólo desde una mirada pertinazmente obtusa y autoritaria se puede poner en duda o negar esa legitimidad.
Ese tipo de mirada tiene una dilatada historia en la Argentina.
Pero desde donde se está ignorando derechos es desde lo extremo e intransigente de la medida de cerrar las rutas. No se trata sólo aquí de que los productores impidan el paso de fruta rumbo a la exportación.
Se trata de que se está dañando el conjunto de funcionamiento de la provincia. Se condiciona el trabajo, el estudio, la atención médica y cuantos etc. uno pueda imaginar.
Y así se insinúa una herida en el tejido de la sociedad.
Porque lentamente toma cuerpo el convencimiento de que, por este tema, en Río Negro podemos estar marchando hacia una polarización de difícil manejo.
Esas dicotomías fatales fundadas en la exclusión del otro.
De esta alternativa, habla un dato que se está instalando entre los rionegrinos a modo de una fatídica exigencia que surge hasta en el más ligero intercambio de opinión: «Se está con los productores o se está contra ellos».
Como si uno y otro no tuviéramos nada en común.
Algo así como los valles de la provincia en manos de Montescos y Capuletos. Insólito.
Y una cuestión debe quedar en claro: si triunfa la cultura del uno contra otros, será largo lograr cicatrizar.
Ante todo este panorama de derechos dañados en todas las direcciones, el Estado mira para otro lado.
Está desertando de un rol en el que se fundamenta mucho de su razón de ser: mediar y regular los conflictos, teniendo en cuenta el derecho del conjunto y los daños que a éste le puede causar la carencia de limitaciones con la que se puede expresar determinado derecho particular.
En este camino el gobernador Verani dijo que dejaba la cuestión en manos de la Justicia.
Si esto es así, la Justicia no se enteró.
El ministro Ramón Mestre, en un manipuleo increíble de conceptos, dijo que los productores no son piqueteros. Trató de poner distancia en favor de los segundos y acreditarles más derechos que los primeros.
Mestre soslayó así que ese hombre llamado piquetero también tiene derecho a reclamar de que alguien lo escuche.
La deserción del Estado en el caso rionegrino es realmente preocupante. No se trata de reclamar aquí la represión.
Se trata de que el Estado sepa que con su ausencia está alentando la modalidad de la fuerza.
Con su ausencia alienta una convicción.
Esa convicción dice que, de lograr los productores mejorar su posición en materia de ayuda financiera, de aquí en más el método para el reclamo y lograr resultados pasa por violar los derechos del conjunto y hacer valer el del más fuerte.
Un gran desatino, por cierto. Y más desatino cuando se trata de la Argentina, que ha pagado inmensos y dolorosos costos debido a la aplicación de esa regla de juego.
Y anoche, para remate, otro desatino disparado tomó cuerpo desde el poder.
Y es insólito que haya provenido del ministro de Economía, José Luis Rodríguez, un hombre de discurso reflexivo. Dijo que de frente a la crisis frutícola, hay «empresarios buenos y malos». (Inf. págs. 6-7)
Algo innecesario, al menos en estas horas.
Una reflexión que suma más fuego a una candela que está muy roja.
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