La disputa nuclear frena el camino de reformas en Corea del Norte
Por Andreas Landwehr
Qué tendría que saber el mundo sobre Corea del Norte? Ri Ishol Yun se para a pensar. «Que a los norcoreanos nos gusta reír», contesta rápidamente el joven de 18 años. Sus ojos despiertos se pueden ver a través de unas gafas redondas sobre sus mofletes rojos. En su opinión, hay muchos prejuicios sobre la gente de su país. Ri Ishol Yun aprende alemán, es uno de los cerca de 50 estudiantes en la única cátedra de Filología Alemana en Corea del Norte, en la Universidad Kim Il Sung de Pyongyang. Algún día quieren ser traductores y, tal vez, trabajar para el gobierno.
Son privilegiados, hijos de familias influyentes. Aman el fútbol, el Bayern Munich y Oliver Kahn. Su desorientación es grande cuando escuchan que Werder Bremen es el campeón de este año en la liga alemana. «No, no lo sabíamos», afirman.
No es extraño, en vista de que el viaje a Pyongyang pasa por un telón de acero que tan sólo deja pasar pocas informaciones y visitantes. La mayoría de los 23 millones de norcoreanos todavía no ha visto nunca a un extranjero y no sabe nada del mundo, mientras éste tampoco sabe mucho más sobre Corea del Norte. Excepto tal vez que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, incluyó al país en su «eje del mal», o que Corea del Norte construye armas nucleares, por lo que podría llegarse a una guerra en la región.
Muchos saben también que los habitantes de Corea del Norte se mueren de hambre desde hace una década. Están infraalimentados crónicamente y viven de la ayuda internacional. Un «Estado canalla» o «delincuente» -tal la definición de la administración Bush- es un país que amenaza a otros y deja que su pueblo se muera de hambre.
La vida en las calles de la capital es como un viaje al pasado. Apenas hay coches. Todos van a pie. Estudiantes y empleados de oficinas corren a casa con maletines en la mano. Los niños compran helados en puestos móviles. El cálido sol de la tarde brilla sobre dos mesas de billar en la plaza de la estación.
En un puesto de tiro improvisado se pueden disparar corchos contra una diana. Para el que da en el objetivo hay chicle o un cigarro. En otros puestos se venden libros, pastel, pan o fresas frescas. En bicicletas con remolque se pueden comprar también verduras o patatas. La escena da un rostro al desconocido, el de personas que entre el hormigón buscan una vida mejor, sacar adelante a sus hijos y encontrar un poco de felicidad.
En todas partes de Corea del Norte se puede oír que el país está «mejorando algo» y la economía va creciendo de nuevo poco a poco después de la crisis de hambre sufrida en los '90. El pequeño comercio florece.
«Económicamente ha cambiado algo», afirma un colaborador de una organización de ayuda internacional. «Sin embargo, no quieren dar la impresión de que con la apertura económica se esté produciendo un cambio de ideología». Aun así, el cambio ideológico se está produciendo.
El encargado es el «gran general», el camarada Kim Jong Il. Recientemente causó impresión cuando alabó «el principio de la rentabilidad» durante la visita a una fábrica. A menudo se cita un discurso de octubre en el que dijo que se debía dar una mayor importancia al impulso de la economía.
Sí, algo está cambiando. El pasado otoño (boreal), Ri Yong Hyok se negaba todavía a hablar de «reformas». Sin embargo, hoy, el líder del grupo parlamentario coreano-alemán y presidente del Comité de Paz Asia-Pacífico no se quita la palabra de la boca. Ri Yong Hyok habla contento sobre la primera «estimulación» registrada en la economía del país, motivada según él por las reformas de los salarios y los precios desde julio del 2002, así como por los nuevos mercados. El dinero cumple por primera vez una función en el país comunista.
Mientras la Unión Europea y otros países tratan de ayudar a Corea del Norte en el nuevo camino, «Estados Unidos es el único que quiere que fracasen nuestras reformas económicas», afirma Ri Yong Hyok. Según dice, «bajo la excusa del problema nuclear», Washington está tratando de crear tensiones.
Sin embargo, la causa y el efecto parecen intercambiados. ¿No es Corea del Norte la que amenaza con su potencial nuclear, de manera que hasta los amigos chinos tienen miedo? «Es la única carta que tienen», afirmó Hartmut Koschyk, director alemán del grupo parlamentario germano-coreano durante una visita en Pyongyang.
Casi 51 años después de la guerra de Corea, Corea del Norte está todavía en estado de guerra y se siente amenazada subjetivamente por Estados Unidos. «La Guerra Fría no acabó todavía», afirmó el general de división An Yong-gi durante la visita del democristiano Koschyk, quien ofrece los servicios alemanes como mediador entre los frentes.
El general de división es responsable para el extranjero en el Ministerio de Defensa y demuestra de manera ejemplar cómo se ve la situación desde Corea del Norte. Según An Yong-gi, Estados Unidos tiene en Corea del Sur una «base estratégicamente importante» y por ello obstaculiza el proceso de distensión intercoreano, justo ahora que hay avances. Los norcoreanos no tienen dudas de que el traslado de las tropas estadounidenses en Corea del Sur fuera del alcance de la artillería de Corea del Norte es una muestra de que Estados Unidos quiere atacar en algún momento. El general de división cree incluso que EE. UU. tiene estacionadas armas nucleares tácticas en Corea del Sur.
Según An Yong-gi, la guerra de Irak le abrió los ojos y por ello teme que el país corra el mismo destino.
En opinión del militar, no se puede predecir qué es lo que pasará, pero el diálogo continúa bajo la mediación de China. Sin embargo, An Yong-gi no tiene muchas esperanzas de que las reuniones den fruto, en vista de que Estados Unidos siempre vuelve al mismo punto y exige una eliminación «total, irreversible y comprobable» del programa nuclear.
«No podemos aceptar eso», dice. De todas maneras, el general de división espera que los diplomáticos del país sean capaces de llegar a una solución pacífica.
El problema nuclear se presenta como el principal obstáculo para las reformas. «Mientras no se levanten las sanciones, no habrá acceso a los fondos de instituciones internacionales con los que poder volver a poner en marcha la industria», afirma Kaethi Zellweger, de la organización católica Cáritas, que desde hace diez años dirige proyectos de ayuda en el país.
Para iniciar la normalización del país y recibir ayuda económica, Corea del Norte ha propuesto congelar el programa nuclear. «Hemos explicado que el desarme nuclear es el objetivo definitivo y que paralizaremos las centrales nucleares si se garantiza nuestra seguridad y se nos indemniza», afirma Ri Yong Hyok, el presidente del Comité de Paz, encargado de las relaciones con Estados Unidos.
Corea del Norte está entre la espada y la pared, y espera llegar a un acuerdo, aunque desconfía y recuerda malas experiencias con el tratado marco de 1994 con Estados Unidos. Por aquel entonces se acordó paralizar el programa atómico a cambio de ayuda para la construcción de reactores de agua ligera y cargamentos de petróleo.
Sin embargo, reiterados retrasos hicieron dudar a Pyongyang de que los reactores llegaran a construirse alguna vez. Puede ser que Estados Unidos esperara que el sistema norcoreano se derrumbara antes. El acuerdo se rompió en el 2002, cuando el enviado especial estadounidense James Kelly presentó informaciones sobre un supuesto programa de uranio y los coreanos contestaron que eso no era asunto de Washington. De nuevo, las partes volvían a estar enfrentadas. (DPA Features)
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