La espera

Debe ser ella, debe ser él. Un montón de enteritos rosados o medio centenar de medias azul marino. Una muñeca, un camión. Pedro, Marcela. Juan, Gabriela. Cecilia, Andrés. Debe ser la Luna o la Tierra.

Desde que un inexplicable resultado químico nos lo reveló que esperamos el acontecimiento. Súbditos de un rey invisible, permanecemos expectantes de la buena nueva. Dioses sin poder ni eternidad, soñadores de ángeles que anidan en el breve espacio de la piel y la sangre.

Estamos embarazados, «macho». Ambos.

Qué bueno ¿no? Es lo mejor y lo más complejo que nos haya pasado. Antes de esta maravillosa casualidad el mundo tenía otros colores. El tono era distinto.

Nunca imaginaste querer más a alguien que a vos mismo. Y aquí estamos pensando es suprimir placeres propios por los ajenos. Para cuando el chicuelo nazca. Para cuando el proyecto de carácter se deje ver por estos pagos heridos por el prejuicio y la fragilidad.

Dispuestos a confrontar, incluso con Gabriel o Satanás, la prioridad de tu «pibe» por sobre las urgencias del todopoderoso. Ningún cuchillo reluciente será detenido. No hay órdenes divinas o terrenales capaces de cuestionar este amor. Del otro lado de la frontera, tersa, se mueve al menor sonido exterior. Si hablamos salta, o aquieta su ritmo incansable. Será un loco de la guerra, un creador, un tormento, la paz de nuestros días exhaustos. Vaya uno a saber.

La pieza, su cama, la cuna, su lugar rebasan de proyectos. La insospechada posibilidad de parecernos un poco a Dios se ha hecho carne.

De nuestras costillas, de una parte de este puñado de fe, ganas e ilusiones torpes, ha salido el crío que ahora nada mejor que un pez. Ya mayor cruzará el océano o nunca necesitará hacerlo. Romperá el récord familiar. La abuela sabe de esto, suponemos.

Si la suerte nos acompaña y la tecnología cumple, compraremos el babero adecuado. Linda chance de ganarle de mano esta partida a la vida ingrata.

Total, viste, la apuesta es la misma. Que el mundo es un cambalache, pues lo es. La certidumbre no cambia nada. Queremos sin conocer porque… la esperanza.

¿O no tienes un sueño por cumplir? No es él o ella la pieza que completa tu ser. ¿Que el mundo es un nudo apretado y oscuro? ¿Quién no sabe eso? Los budistas lo saben, los cristianos, los hinduistas, hace miles de años que la cosa está allí. No por eso dejan de imaginarse cómo será la creación «made in» ellos mismos.

En su momento le leeremos a Kerouac, a Parra, le haremos escuchar a los Sex Pistols y Miles Davis. Jugará al fútbol. La larga lista de lo que fuimos y deseamos hacer.

Al final no habrá imagen y semejanza nuestra, mal que nos pese. Mejor. Vivirá como «se le cante». Llorará en noches inadecuadas y correremos sin ganas detrás de un pequeño trasero mojado. Si tiene ganas hará lo propio a su vez.

Seremos padres. Lo más parecido a Dios cuando entre nuestros brazos llore y pida vivir. Vivir sin razón. Vivir porque sí. Vivir porque amanece en un rato. Por sentir y gozar.

Alguna vez todos hicimos lo mismo.

Claudio Andrade


Debe ser ella, debe ser él. Un montón de enteritos rosados o medio centenar de medias azul marino. Una muñeca, un camión. Pedro, Marcela. Juan, Gabriela. Cecilia, Andrés. Debe ser la Luna o la Tierra.

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