La extrema derecha crece en Europa
ADRIANO BOSONI (*)
Mientras las turbulencias financieras se prolongan y los países se ven obligados a recortar gastos, pedir rescates y lidiar con el descontento ciudadano, el populismo gana terreno en Europa. De la mano de una crisis económica que ha generado inusuales tasas de desempleo y recortes en la seguridad social, el Viejo Continente está protagonizando el renacimiento de una derecha que, valiéndose de un discurso xenófobo y nacionalista, gana peso en el escenario político. Más allá de las peculiaridades de cada país, los argumentos son similares: la Unión Europea ha crecido en exceso, la moneda común es el origen de todos los males financieros, los socios en peligro no deben ser rescatados y la inmigración –especialmente si es africana o musulmana– debe ser repelida. Sin duda la estrella más fulgurante en esta constelación de populistas de derecha es Marine Le Pen, heredera en las formas y en las palabras de su padre Jean Marie, el fundador de la Alianza Nacional francesa. Su propuesta política es franca y directa: los inmigrantes deben ser devueltos a su país de origen, Francia debe evaluar el abandono del euro y las fronteras entre vecinos europeos deben ser nuevamente instauradas. En otras palabras, plantea que Europa debe volver a una situación anterior a la Unión, donde los Estados ponían trabas a la circulación de personas y no existían mecanismos de solidaridad económica. Consciente de que su partido pierde votos por derecha, Nicolás Sarkozy no tuvo mejor idea que competir en el mismo terreno. Así, en el 2010 Francia escandalizó al mundo con la expulsión de inmigrantes gitanos, a quienes se acusó de atentar contra el orden público. Casi en simultáneo el gobierno lanzó un debate nacional sobre “qué significa ser francés”, discusión que muy pronto degeneró en una polémica sobre la presencia del islam en el país. Y en el 2011 Francia se asemejó peligrosamente al sueño de Le Pen cuando, durante algunas horas, cerró sus fronteras con Italia para evitar que un tren repleto de inmigrantes africanos ingresara en territorio galo. La fobia al extranjero también gana peso en Holanda, país que sorprendió al mundo a mediados del 2010 cuando la derecha xenófoba liderada por Geert Wilders obtuvo el tercer lugar en las elecciones. En aquella oportunidad el titular del Partido por la Libertad declaró que “Holanda ha votado por menos islam, menos inmigración y más seguridad”. Algo parecido ocurrió luego en Suecia, donde el Partido de los Demócratas Suecos logró ingresar al Parlamento por primera vez en su historia. Su líder, Jimmie Aakesson, ganó votos calificando a los inmigrantes de “parásitos” que consumen la ayuda social del país. La más reciente victoria de los euroescépticos tuvo lugar en Finlandia, donde el partido de los Auténticos Finlandeses recibió a mediados de abril una cantidad récord de votos que le permitió cuadruplicar su presencia en el Parlamento y posicionarse en una situación estratégica de cara a la formación de un nuevo gobierno. Esta agrupación no sólo aborrece la inmigración sino que es furiosamente antieuropea y se opone al rescate financiero de Portugal. En rigor, el crecimiento de la derecha coincide con el debilitamiento de la centroizquierda. En España, Irlanda, Grecia y Portugal los gobiernos socialdemócratas decidieron aplicar ajustes y recortes, muchos de ellos con fuerte impacto sobre la seguridad social. El resultado no se hizo esperar: el oficialismo perdió las elecciones en Irlanda, el primer ministro portugués, José Sócrates, pidió un rescate a Europa y luego anunció su renuncia y José Luis Rodríguez Zapatero adelantó que no será candidato a la reelección en España. En Inglaterra los laboristas fueron expulsados el año pasado tras una década y media en el poder, en buena medida por lo que se percibía como una pobre gestión de la crisis. Naturalmente, existe una relación directa entre turbulencia económica y apogeo del populismo. Cuando la economía es débil, el desempleo abunda y los beneficios sociales se recortan, el terreno se vuelve fértil para aquellos discursos que buscan un enemigo a quien culpar. Este enemigo suele ser “el diferente”, es decir, aquel que viene desde afuera y que no comparte la identidad nacional. En Europa a veces este chivo expiatorio es el inmigrante –legal o ilegal– y otras es el socio empobrecido. En la actualidad lo son ambos. (*) Profesor de Análisis Internacional. Universidad del Salvador. abosoni@usal.edu.ar
ADRIANO BOSONI (*)
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