La fabricación de la realidad

TOMÁS BUCH (*)

Qué sabemos de lo que ocurre más allá de nuestro barrio? ¿Cómo lo sabemos? En tiempos antiguos, la gente sabía de lo que ocurría fuera de su pueblo por rumores. No sabían leer ni escribir, sólo sufrían las consecuencias de hechos que se escapaban a su comprensión, salvo cuando tropas extranjeras o “propias” venían a saquear sus posesiones. El resto del mundo estaba formado por rumores y leyendas de seres fabulosos. Ahora, en cambio, estamos todos conectados, sabemos al instante lo que parece ocurrir en las antípodas; pero casi todo lo sabemos a través del filtro de los medios de comunicación de masas y de nuestros propios prejuicios. Estamos inermes y expuestos a la manipulación, como lo expresó Mariano Moreno, creador de “La Gaceta”, cuando dijo: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”. Esa frase cínica tiene hoy mayor validez que nunca, cuando los medios de comunicación están sufriendo el mismo proceso de concentración que el resto de la industria y las finanzas. Y no me refiero sólo a la Argentina, donde el tema es candente en estos momentos. El tema de la libertad de prensa vs. la libertad de expresión es un tema delicado en todo el mundo. Para no hablar del presente argentino, menciono a personajes del pasado como Randolph Hearst y del presente como Rupert Murdoch (de quien nadie sabe cuántos medios posee) y Silvio Berlusconi (que domina la prensa italiana). Los medios tienen dueños y los dueños tienen intereses. Sólo leyendo muchos y diferentes uno puede hacer un puzzle que refleje lo que pasa. Cada medio de expresión tiene una línea editorial pero, además de lo que se dice, está lo que no se dice y medios de manipulación más sutiles, como la selección de la importancia relativa de los temas, el titulado –texto y tamaño–, los copetes, la ubicación, tamaño de los títulos… En el caso de la televisión, es muy notable que casi todos los informativos dan una presencia desmedida a los crímenes y muy poca al resto del mundo. Se consigue así modelar o, por lo menos, modular la cosmovisión de lectores, oyentes o televidentes. ¿La violencia es, realmente, el problema más acuciante de los argentinos? Cuando se habla de educación, sólo se muestran baños sucios, nunca contenidos. Es, por supuesto, deseable que la multiplicidad de modos de mirar los problemas y los hechos acaecidos permita a los lectores –o televidentes o radioescuchas– comenzar a pensar por sí mismos y no aceptar acríticamente lo que un medio determinado les quiere mostrar. Sólo un pueblo instruido es inmune a los manejos demagógicos de tirios o de troyanos, del gobierno o del gran capital. Sin embargo, la objetividad absoluta es una abstracción: todos tenemos puntos de vista previos, que influencian nuestra percepción y nuestra interpretación de la realidad que se nos presenta. Así es como los filósofos reniegan del realismo ingenuo. Pero el único antídoto es una educación para la crítica. La manipulación mediática es la forma moderna del totalitarismo. Recién cuando la manipulación no alcanza a tapar la realidad con la mano, se recurre a la represión. Lo primero es la selección de los temas que se presentan y los que se ocultan, de la exageración como forma de mentira, con el uso del lenguaje como arma del terror. Para eludir toda referencia a esa especie de guerra civil mediática que existe en el país, tomaré un ejemplo extranjero y políticamente neutro para mostrar el daño que puede causar la prensa cuando desinforma en lugar de cumplir con su función de informar. He aquí lo que “informa” un diario español el 14 de junio: “La Nasa advierte de los efectos devastadores de una gran tormenta solar.” “La tormenta solar del Fin del Mundo”. “El sol registra en un día tantas explosiones como en 2009”. Señores, el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. El sol está por achicharrarnos. De paso, nos desentendemos de nuestra responsabilidad en el cambio climático. Como no soy un ignorante manipulable, consulto al Laboratorio de Geofísica de la NASA. Éste me informa sobre las investigaciones enteramente normales sobre la física solar que hace esa división y relata serenamente las posibles consecuencias de un aumento de esa actividad solar para nosotros. El mismo científico nombrado por el diario, nada catastrofista, es el director de esa sección. Pero el tono es otro. La intención del diario es clara: con títulos tamaño catástrofe trata de inspirar miedo al lector. No se trata de información sino de vender ejemplares: algunos tendrán ese agradable escalofrío en la columna, alguno hará una promesa a su santo preferido, todos se prepararán a esperar el fin del mundo. Eso es simplemente: terrorismo, en sentido literal de esa palabra. Para no entrar en los temas más polémicos, es muy evidente la proporción de crímenes que se informan en nuestros medios en comparación con los éxitos obtenidos por nuestros científicos. Constantemente se alimenta el miedo, la desconfianza y el egoísmo. Días atrás se anunció la liberación de presos políticos en Cuba, donde hay una cruel legislación que hace de ciertas opiniones un crimen. Pero no se habla de otros de los 45 países mencionados por Amnesty International que también mantienen prisioneros de conciencia, incluyendo el 42% del G20. Son los medios los que construyen la idea de que los derechos humanos son peor tratados en Cuba que en docenas de otros países… Y también están los que atizan el odio calificando de genocidio la repudiable muerte de 1.000 palestinos y callando –o tratando como incidente sin importancia– el medio millón de muertos de Darfur. Sin novedad, pero en algunos frentes solamente. Contra otros, se azuza a la opinión pública. Para los argentinos, el principal problema del país es la inseguridad. Sin embargo, eso es tan mendaz como la insinuación de que el fin del mundo es inminente por la actividad solar. Vivimos tiempos violentos, pero Buenos Aires está muy lejos de ser una de las ciudades donde domina el crimen. Sin ir más lejos, basta mirar las mayores ciudades brasileñas: São Paulo estuvo varios días en poder de una mafia dirigida desde una cárcel. En México DF se cometen tantos crímenes por día como en Buenos Aires en una semana. Pero el miedo a la inseguridad puede decidir elecciones más que los programas económicos de los partidos o su nivel de corrupción. Así es cómo el “cuarto poder” quiere transformarse en el primero. Así se fomenta el fascismo moderno, bastante distinto de los totalitarismos del siglo XX. (*) Físico y químico


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