La familia del violador serial se convirtió en otra víctima

La familia de Marcelo Mario Sagen es la otra víctima de esta tremenda y dramática tragedia. No tienen más relación con el violador serial que haber compartido por una vida entera una de sus personalidades. La de excelente esposo y buen padre de familia, según no se cansan de repetir. Su esposa e hijos están acorralados por la desgracia. La otra -un psicópata depravado- es propiedad de las 60 víctimas ultrajadas y reconocidas como tales por la sociedad.

Ahora, luego del desenlace fatal, es necesario reconocer a la familia de Sagen como parte de los desgraciados.

Los seis hijos, para los que el violador serial dispensaba amor paternal, no son la prolongación delictiva del padre. Si en cambio forman parte de aquello que el padre trituró a su paso.

Los hijos y la esposa necesitan urgentemente contención y ayuda. Tan necesaria e imprescindible como la que el se les brindó a las mujeres atacadas.

El Estado no puede mirar para otro lado, sencillamente, porque se trata también de inocentes que recibieron un golpe mortal del destino. A través de sus organismos está obligado a dispensar una asistencia psicológica y material inmediata, antes de que sea tarde.

Es imprescindibles contenerlo de forma que el propio Estado fije los límites de una persecución penal, convertida -con justicia- en persecución social, para que no se extienda a los inocentes familiares. El derecho a velar a su esposo y padre de los hijos, es un derecho humano inviolable. El dolor familiar no debe ser explicado a terceros. Es un derecho humano y como tal debe garantizarse.

Ahora llegó el tiempo de vivir las secuelas de la doble personalidad y hay que asumirlo con prudencia y generosidad, como le corresponde a un estado democrático. Todos, sin excepción, son las víctimas del serial. Aquellas que atacaba afuera de su domicilio y las que engañaba de puertas adentro. La familia está en peligro. Inminente y real. Nadie debería abusarse de la suerte de que todavía no haya pasado nada. Los constantes mensajes de la esposa amenazando con dar un final drástico a su vida y los de su hijo, deben leerse como una señal de peligro inminente y un pedido de auxilio al que no se tendría que llegar tarde por ningún motivo. Sobre todo después de la conducta del padre dejando una marca indeleble en sus hijos. Hagamos lo imposible porque ninguno de ellos lo imite. El acoso a la familia del violador serial -con cualquier motivo- será empujarlos al abismo. Estamos a tiempo.

 

Luis Barud

Nota asociada: «Les pido perdón y que me dejen velarlo en paz»  

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